Conseguir alimentos no es sencillo para el grueso de los trabajadores venezolanos, tampoco es fácil acceder a las medicinas para la inmensa mayoría. Son signos de los días difíciles que les ha tocado vivir a los habitantes de un país que en sus entrañas, debajo del suelo, tiene las mayores reservas de petróleo del mundo, tal como lo ha certificado la Organización de Países Exportadores de Petróleo. La riqueza subterránea contrasta con la pobreza en la superficie y hace de la Venezuela de estos días un caso de estudio.
Las conversaciones de la gente en el país sudamericano giran en torno al mismo tema: la crisis. El deterioro económico es notable en las cifras macro. Por ejemplo, el Fondo Monetario Internacional (FMI) espera una contracción del 10 por ciento del PIB para este año. La crisis, esa que está a flor de piel, que es inocultable en el día a día, es evidente en el semblante de colegas que están más delgados porque no pueden comer como antes. “Es que me cayó la dieta de Maduro”, suelen responder las personas en tono de broma.
“La dieta de Maduro” no es más que la disminución de la ingesta diaria de alimentos, obligada por el desabastecimiento, principal problema de los venezolanos, según un sondeo publicado por Venebarómetro en el mes de junio. La inflación, que el economista Víctor Álvarez calcula en torno al 25% mensual, ante la falta de cifras oficiales, es el otro factor que incide en el deterioro de la calidad de vida. Los alimentos no se consiguen, y los que se consiguen son muy costosos.
Según la Encuesta sobre Condiciones de Vida 2015, más de 3,5 millones de venezolanos están haciendo menos de tres comidas al día. El estudio realizado por las universidades Central de Venezuela, Simón Bolívar y Católica Andrés Bello muestra que productos como la leche y el huevo han salido de la intención de compra de los ciudadanos que ahora pasan a tener una “dieta de sobrevivencia”, que se basa en la ingesta de calorías más económicas. Ese trabajo también refleja otros datos: 93,1% de las familias en pobreza extrema dicen que sus ingresos son insuficientes para adquirir comida; al 86,9% de los “pobres recientes” no les alcanza; y el 78% de los “no pobres” tampoco puede comprar todos los alimentos. Venezuela es un país petrolero que no puede garantizar comida a su gente, toda una rareza.
En los últimos meses el mango, una fruta que en el Caribe se da por todas partes, ha servido para alimentar a los que de otra forma no tendrían qué comer. Carlos, un hombre que trabaja como vigilante residencial en Caracas, relata que pasó 30 días alimentándose solo de mangos, porque el sueldo no le alcanza para nada, se le va en la comida básica para sus dos hijas pequeñas. Él recogía las frutas que caían del árbol de un vecino, las almacenaba y con ellas podía preparar jalea, o se las comía verdes con un poco de sal. Mango de almuerzo, en rodajas, a toda hora. Una solución hasta que termine el mes de septiembre y de esos árboles no caigan más frutos.
Carlos, el vigilante, dice que no puede abandonar la estabilidad de su trabajo para ir a las largas colas que desde la madrugada hacen cientos de personas a las puertas de supermercados y abastos esperando por conseguir algún alimento a precio regulado. Muchos de ellos son revendedores, conocidos como “bachaqueros”.
Los “bachaqueros” se han convertido en una amenaza más y han nacido y crecido al ritmo de la crisis. Se aprovechan de las regulaciones estatales, que han arropado hasta a 20 mil productos, para obtener ganancias enormes con cada uno. Un kilo de harina de maíz, principal alimento en los hogares venezolanos, cuesta 190 bolívares a precio regulado, pero los revendedores lo colocan en el mercado negro a 2.000 bolívares. Se aprovechan de la escasez que produce el control de precios, en un fenómeno que en economía se conoce como arbitraje.
El gobierno de Nicolás Maduro ha insistido en los controles, una política de Estado que viene de los tiempos de Hugo Chávez frente al poder. Con estos mecanismos el Ejecutivo pretende “proteger al pueblo” de la especulación, pero han resultado en todo lo contrario: una fórmula ineficiente para satisfacer las necesidades de la población, que en cambio ha alimentado a la corrupción, al contrabando.
En otra medida, que según el discurso oficial pretende ayudar a los trabajadores, el presidente Maduro ha aumentado en 50% el sueldo mínimo; el tercer aumento de este tipo en lo que va de año y el número 34 desde que la “revolución bolivariana” llegó al poder en 1999. La propaganda chavista celebra la decisión como todo un “récord mundial”, pero sus críticos creen que esto solo agravará la crisis y disparará la inflación, la más alta del mundo y que el FMI calcula por encima de 700% para finales de 2016.
El economista Asdrúbal Oliveros ha dicho que es un error del presidente Maduro creer que el aumento del salario le puede dar “réditos políticos”. Insiste en que los frecuentes aumentos de sueldo son síntomas de una “economía enferma” y que esa decisión no hará más que presionar la inflación.
Crisis humanitaria
Algunos, como el diputado opositor José Guerra, creen que el país vive una “tormenta perfecta”. La dimensión del descalabro es tal que por donde quiera que se mire hay una gotera, un problema de envergadura. Si bien la escasez afecta al sector de alimentos, también incide en todos los rubros: los repuestos para vehículos, piezas para maquinarias del sector agrícola, en las medicinas. Venezuela es esencialmente un país monoproductor, que vive del petróleo, única gran industria. La caída de los precios del barril de crudo venezolano, que durante este año no se ha podido comercializar por encima de los 40 dólares, afecta directamente a un sistema que durante la época de vacas gordas, cuando cada barril se vendía en más de 100 dólares, aumentó el gasto y no tomó previsiones ante una caída que tarde o temprano iba a llegar, porque así se ha comportado el mercado históricamente.
El sociólogo Edgardo Lander, en su texto “La implosión de la Venezuela rentista”, explica que en los 17 años del chavismo en el poder “la economía se fue haciendo sistemáticamente más dependiente del ingreso petrolero”. Con ese dinero aumentaron las importaciones, en detrimento de la industria nacional, hoy casi inexistente, y se priorizó “la política asistencialista”, pero no se transformó el modelo económico. Lander escribe que se redujo la pobreza de ingreso, pero no se alteraron las “condiciones estructurales de la exclusión”. Chávez regaló un pez, pero no enseñó a pescar. Maduro no ha tenido dinero suficiente para comprar peces para todos.
Lander establece en su análisis que la “severa recesión” podría conducir a una situación nunca vista. Hay instituciones como la Asamblea Nacional, parlamento de mayoría opositora, que ya han decretado un alerta en el sector salud por la falta de insumos médicos. Pacientes con cáncer, cardiópatas, con afecciones neurológicas, inmunológicas, entre muchas otras, no pueden acceder a los medicamentos vitales para sus tratamientos. Conseguir antibióticos o hasta pastillas para controlar una diarrea o calmar un simple dolor de cabeza es muy difícil. Tampoco hay anticonceptivos.
La Federación Farmacéutica de Venezuela estima que la escasez de medicinas está en 86% y Douglas León Natera, presidente de la Federación Médica Venezolana, ha instado al Ejecutivo a que acepte ayuda humanitaria internacional para paliar la situación. “El país ha retrocedido a los años 20 en materia de prevención y promoción de la salud”, ha dicho a Unión Radio.
La Red Defendamos la Epidemiología Nacional afirma que durante las primeras 26 semanas de 2016 se han reportado 125.158 casos de malaria, muchos más de los registrados en todo el año 2014 o en 2015. Venezuela es uno de los cuatro países en el mundo que no ha podido reducir la incidencia de esa enfermedad, que ya se ha convertido en una epidemia en el país suramericano.
Dainius Puras, relator especial de la Organización de Naciones Unidas para el Derecho a la Salud, declaró al diario mexicano Reforma que la muerte de bebés en Venezuela aumentó 100 veces en los últimos tres años, pasando de 0,02% en 2012 a 2% en 2015, y cita a cifras oficiales del Ministerio de Salud. “Mi más profunda preocupación es respecto al impacto que la escasez de medicamentos y suministros médicos tiene sobre el derecho a la vida y el derecho a la salud física y mental de los venezolanos, con graves efectos desproporcionados sobre los más vulnerables”, dijo Puras al diario mexicano.
En días recientes el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, también aseguró estar “muy preocupado” por la situación en Venezuela y por primera vez utilizó el término “crisis humanitaria”. “Toda esta situación está creada por la inestabilidad política. Y antes que nada tiene que haber estabilidad política. La ONU está lista para ayudar, pero las potencias y los organismos regionales ya están comprometidos”.
La respuesta del gobierno de Nicolás Maduro no se hizo esperar. “Yo no sé de donde saca Ban Ki-moon esas cifras y esas aseveraciones. Las oficinas de las Naciones Unidas en Venezuela y la FAO han dicho que eso no es verdad y que aquí no hay crisis de esa magnitud”, replicó Rafael Ramírez, embajador del país ante el órgano multilateral. Maduro se ha negado a solicitar ayuda internacional y ha dicho que eso atentaría en contra de la soberanía venezolana y daría paso a una intervención militar extranjera.
Inestabilidad social y política
El dramático cuadro venezolano se refleja también en una guerra institucional entre el Parlamento y los demás poderes del Estado. El Tribunal Supremo de Justicia se ha encargado de declarar la inconstitucionalidad de la gran mayoría de las leyes promulgadas por la opositora Asamblea Nacional, y el Ejecutivo se ha visto complacido con la actuación del Poder Judicial: “Es palabra sagrada”, ha dicho Maduro sobre las sentencias del TSJ que en los últimos once años siempre le han dado la razón al gobierno.
Ese mismo Tribunal decidió revertir la proclamación de tres diputados opositores y uno oficialista, electos el 6 de diciembre por el estado Amazonas, por presunto fraude electoral, pero hasta ahora no ha resuelto la situación. Ante el silencio, la Asamblea desacató la decisión judicial y juramentó a los parlamentarios, pero el Supremo respondió declarando ilegales todas las sesiones en las que participen estos diputados.
El choque de poderes se produce en medio de la intención de la oposición de realizar un referendo revocatorio que ponga fin al mandato de Maduro, tal como está previsto en la Constitución, pero el chavismo se ha negado a que esa consulta se realice este año.
El Poder Electoral, en voz de su presidenta Tibisay Lucena, mostró en días pasados un análisis en el que se dejaba ver que la consulta se podría hacer después de 10 de enero de 2017, fecha en la que, de ser revocado, Maduro dejaría en el cargo a su vicepresidente para que termine el período presidencial en 2019.
La Mesa de la Unidad Democrática, alianza de partidos opositores, insiste en que el referendo se puede realizar este año, lo que permitiría convocar elecciones presidenciales.
Este panorama, junto a la ratificación de la condena contra el líder disidente Leopoldo López, perturban las negociaciones que desde hace varias semanas comenzaron los delegados de la Unasur, encabezados por el expresidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, para conseguir un diálogo entre el chavismo y la MUD.
La oposición venezolana pedía a Maduro algunas muestras antes de sentarse a dialogar: aceptar la ayuda internacional, poner fecha al revocatorio y liberar a los presos políticos. Una a una esas pretensiones han sido rechazadas con los hechos.
El mundo ha podido ver la dimensión de la compleja situación. La frontera colombovenezolana, que permaneció cerrada durante casi un año por decisión de Maduro, fue reabierta hace poco y ha dejado imágenes que retratan el momento de Venezuela: miles de personas han cruzado al país vecino para comprar alimentos y medicinas en un hecho sin precedentes. Históricamente han sido los colombianos los que se habían trasladado a territorio venezolano, huyendo de la guerra que desde hace décadas los golpea.
Sin diálogo a la vista entre los actores políticos y con una crisis generalizada que cada día se fortalece, el caso venezolano tiene todas las características para convertirse en una tragedia mayor.