Con 21 salvas de cañón en el cementerio de Santa Ifigenia de Santiago de Cuba se despidieron los restos mortales de Fidel Castro Ruz, las mismas 21 salvas con las que se inició el luto en Cuba tras saberse su muerte.
Poco más pudieron ver los santiagueros. Un cordón de seguridad a más de 100 metros de la entrada del cementerio impedía el paso a los centenares de personas que desde tempranas horas de la mañana acudieron para darle el último adiós.
Al paso del cortejo fúnebre, escueto, el mismo que hizo todo el camino desde La Habana cruzando toda la isla, mucho silencio salvo al final del trayecto. "Yo soy Fidel", gritaron como un mantra, igual que habían coreado la tarde anterior al paso de la caravana fúnebre por la ciudad.
Tras desaparecer la pequeña urna de madera de cedro, silencio de nuevo, sólo roto por el llanto de una mujer cuyos sollozos fueron en aumento a medida que los fotógrafos se acercaron. "Se nos fue Fidel, se nos fue el comandante", gemía mientras se secaba las lágrimas con una pequeña toalla rosada. Un ejemplo de lo diferente que han tomado la muerte de Castro en el oriente del país con respecto a occidente, donde la sobriedad y la austeridad –con tintes militares–, reinaron en la población que lo despidió en La Habana.
Muchos se dispersaron, pero otros, decenas, decidieron esperar frente al cordón de seguridad. "Nos supo a poco, no nos creemos que esto ya se acabó, no fueron suficientes estos días de luto", decía Yaniel, tez morena, camiseta roja, bandera de Cuba en mano. "La misión era acompañarlo hasta aquí, pero seguirá en nosotros".
Decenas de estudiantes de secundaria con el uniforme azul marino y celeste también acudieron a la despedida. Algunos venían directos de la vigila que durante la noche se hizo en la plaza de la Revolución. "Fidel es todo, Fidel nos quería a todos, Fidel nos dio educación. Siempre le estaremos agradecidos. Fidel es Cuba", decía uno de ellos.
"Se me murió un símbolo, alguien indispensable. Mi madre era analfabeta, soy negra, nadie tenía oportunidad en mi casa y gracias a Fidel estudié y tuve casa", empezó a gritar una mujer con pañuelo en la cabeza. A su alrededor muchos asintieron con la cabeza.
El cordón de seguridad, compuesto en principio por un puñado de civiles con actitud militar, se fue nutriendo de más personas con banderas de Cuba y retratos de Fidel. Los gritos cambiaron: "Raúl, amigo, el pueblo está contigo", en referencia al actual jefe de Estado cubano.
Ninguna voz disonante en la manifestación, todos con la misma línea sobre qué pasará ahora. "En Cuba nada va a cambiar con la muerte de Fidel", explicaba Jorge, santiaguero de más de setenta años, ataviado con una guayabera blanca llena de insignias militares. "Se nos ha ido un padre. Pero tenemos otro". A su lado, una muchacha, espontánea, añadía: "Si algo cambia en Cuba, será para mejor".
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