Más tiroteos y más muertes, este es el triste balance de los primeros seis meses de la intervención militar en Río de Janeiro. Decretada por el presidente del país, Michel Temer, en febrero de este año, la medida pretendía disminuir los niveles de violencia en la ciudad pero ya entonces fue altamente criticada. Ahora, los primeros datos de la operación confirman los principales temores: lejos de reducirse, la violencia en la ciudad se ha incrementado y las muertes a consecuencia de las acciones policiales se han disparado.
Los datos son del informe del Observatorio de la Intervención sobre los primeros seis meses de la operación y dan cuenta de 4.850 tiroteos en el Estado de Río, un 40% más con relación a los seis meses anteriores, y más de 2.600 muertes, de las cuales 736 se han dado a manos de la policía (un 26% más). Es el número más alto de asesinatos registrado desde 2008.
El informe señala también el aumento de las matanzas (operaciones en las que hay más de 3 víctimas) y las disputas entre bandas criminales y pone de ejemplo lo ocurrido en las favelas Rocinha, en marzo, donde 8 personas fueron ejecutadas durante una operación policial y en Ciudad de Dios, donde en mayo murieron 4 personas en circunstancias similares. En ninguno de los casos la policía ha investigado lo sucedido.
“El problema es que se está utilizando un modelo basado en el confronto y el tiroteo
y no la inteligencia. Se está pensando la seguridad pública como un problema de guerra. Y el mensaje que pasa a la población y a los agentes es la de que la policía puede matar”,cuenta Silvia Ramos, socióloga, coordinadora del Observatorio de la Intervención investigadora y autora del informe, durante la presentación.
Uno de los casos más mediatizados fue la muerte de Marcos Vinicius, un estudiante de 14 años que murió tras ser disparado en la espalda durante una operación policial en la favela Maré. El niño iba vestido con el uniforme del colegio y se dirigía a clase cuando fue alcanzado por una bala. La madre de Vinicius ha declarado a la prensa que, ya en el hospital y mientras se debatía entre la vida y la muerte, su hijo le dijo que la policía le había disparado.
La camiseta del chico, con los colores del colegio y manchada de sangre, se ha convertido en un símbolo de la lucha por el fin de los abusos en las favelas. “Esta es la bandera de mi hijo. Con ella voy a hacer justicia. Mi hijo llevaba una mochila a la espalda, o es un delincuente. La culpa es de ese Estado enfermo que está matando nuestros niños”, ha dicho la madre a la prensa.
Cuando fue anunciada la intervención militar el miedo se instaló entre los moradores de las favelas. Temían escenarios que ya conocían bien de anteriores operaciones: tanques patrullando los barrios, soldados armados en cada calle, registros, detenciones y muertes en las actuaciones policiales. “La gente tiene mucho miedo de que sus derechos sean vulnerados, de que vuelva a morir gente en tiroteos, de que vuelvan las detenciones y registros arbitrarios. Porque los soldados no entrarán en los barrios acomodados para registrar casas. Eso lo harán aquí, en las favelas, porque seguimos promoviendo una visión jerarquizada de la violencia donde los más pobres son los culpables”, contaba entonces Edson Doniz, uno de los responsables de la ONG Redes da Maré, a este periódico.
El tiempo ha terminado por darles la razón. “Al final de estos seis meses, la sensación es la de que nada ha cambiado”, considera en el informe Itamar Silva, consejero del Observatorio. “Peor, han aumentado la violencia, los tiroteos, las muertes y la violación de derechos. Las vidas de los moradores de las favelas siguen sin importarle al Estado”, concluye.