Para un visitante recién llegado a la capital, Washington era desde hace días una ciudad desierta. Museos y edificios gubernamentales cerrados. Restaurantes y comercios vacíos. Calles desiertas y fachadas selladas con tablones de madera. La ciudad parecía prepararse para la llegada de un huracán.
Sorprendentemente, y a pesar de ser el destino declarado en la agenda de la manifestación de los partidarios de Donald Trump, el Capitolio se encontraba indefenso. En cuanto llegaron las decenas de miles de manifestantes, fue cuestión de minutos que saltaran las improvisadas vallas y sobrepasaran a los pocos policías presentes.
Daba comienzo el asalto al Congreso y se cumplía la amenaza proferida por Rudy Giuliani minutos antes: "Si Trump no es investido presidente, será un trial by combat" (juicio por combate).
¿Qué ha llevado al desastre?
Trump lleva alimentando hace semanas la idea de que las elecciones han sido fraudulentas. Más allá del tema de la legitimidad, los seguidores de Trump están convencidos de una visión apocalíptica según la cual Joe Biden será el caballo de Troya que instaure finalmente el socialismo en los Estados Unidos.
Entre los manifestantes no había ni una sola bandera del Partido Republicano y los gritos en contra de Fox News fueron bastante frecuentes
La convicción de que la democracia y la república están en juego explican que se haya llegado hasta este extremo.
¿Qué consecuencias tendrá?
Hay dos pilares fundamentales en la derecha americana: el Partido Republicano y la cadena de televisión Fox News. Pero entre los manifestantes no había ni una sola bandera del Partido Republicano y los gritos en contra de Fox News fueron bastante frecuentes.
Lo que ha ocurrido en el Capitolio es resultado de la lealtad exclusiva hacia Trump de una parte importante del electorado americano. Cualquier medio o político que contradiga a Trump, por mucho que sea de derechas, queda deslegitimado a ojos de esta parte de la población.
Trump amenaza por tanto con partir en dos al Partido Republicano y acabar con la hegemonía de Fox News entre los espectadores de derechas. Ya han surgido nuevos medios de comunicación alternativos leales a Trump, y es de esperar que estos se hagan más importantes e influyentes.
Con respecto al Partido Republicano, sus líderes han roto definitivamente con Trump.
En los últimos cuatro años, Mitch McConnell y Mike Pence han tratado de ser el pegamento que mantuviese unido el Partido Republicano, procurando mantener en el mismo barco a Trump y a aquellos que lo detestan (como el senador Mitt Romney o el clan Bush).
Esto se ha acabado. Trump va a ser repudiado formalmente por todos los líderes del partido.
Es probable que Trump lidere ahora una insurgencia dentro del Partido Republicano que sólo sirva para consolidar más años de bonanza política para el Partido Demócrata
Trump vuelve a la casilla de salida de la que realmente nunca salió: la de un outsider que nunca encajó realmente en el partido. Lo más probable es que en los próximos años, Trump lidere una insurgencia dentro del partido que sólo sirva para consolidar más años de bonanza política para el Partido Demócrata.
Los hechos del Capitolio han dejado muy claro a los líderes republicanos que Trump estaba canibalizando al partido y que los votantes republicanos estaban pasando a ser exclusivamente votantes de Trump. Está por ver qué camino sigue el electorado de derechas en el país, pero la fragmentación en la derecha (al igual que ha ocurrido en España) sólo augura una época dorada para la izquierda americana.
Golpe a los conservadores
El asalto al Capitolio ha supuesto un duro golpe para el movimiento conservador americano en general. Este tipo de actos podían esperarse de un movimiento radical de izquierdas, pero no de un bloque político cuya bandera es el principio de ley y orden.
Es algo que ya estaba ocurriendo en Europa, donde la derecha queda cada vez más asociada con los movimientos antisistema y alejada, por tanto, del votante de centro.
Los demócratas tampoco deberían precipitarse en celebrar la descomposición del movimiento republicano. Los incidentes dejan claro que una gran parte de la ciudadanía norteamericana está convencida que Biden llegará a la Casa Blanca por métodos espurios. ¿Cómo gobiernas un país en el que más de un tercio de su población no reconoce tu legitimidad como gobernante?
También es cierto que los demócratas quedan en una posición comprometida. La toma del Capitolio culmina un año de violencia protagonizado en gran parte por la izquierda (BLM y antifa) y en el que numerosos barrios de Estados Unidos han sido pasto de las llamas.
Desde el Partido Demócrata se han alentado dichas protestas y se han negado a reconocer su carácter violento. Los incidentes en la capital de ayer no son más que el broche final a un año de violencia callejera en el nadie está libre de culpa.
China y Rusia deben de estar frotándose las manos. Llevan cultivando durante años la idea de que la democracia es sinónimo de anarquía y parálisis política
Porque lo que revelan los incidentes en el Capitolio es que Estados Unidos es una sociedad fracturada. La gravedad de la crisis sólo es comparable a la vivida durante la Guerra Civil y los años 60 del siglo pasado. América lleva viviendo una guerra civil cultural desde hace 60 años y el riesgo de que esta lucha soterrada acabe saliendo a la superficie de forma violenta es una realidad cada vez más probable.
China y Rusia deben de estar frotándose las manos. Llevan cultivando durante años la idea de que la democracia es sinónimo de anarquía y parálisis política. La crisis en Washington es el ejemplo perfecto que buscaban.
Tras las fallidas protestas en favor de la democracia en Hong Kong, el fracaso de la Primavera Árabe, el caos en Ucrania, el desastre en la gestión del coronavirus en Occidente y ahora el asalto al Capitolio en Washington, Moscú y Pekín redoblarán el mensaje de que sólo los sistemas autoritarios proveen la seguridad y la estabilidad necesarias para una sociedad que busque prosperar.
Este es un nuevo golpe al poder blando americano. El sistema occidental queda de nuevo en entredicho. Para aquellos países en desarrollo de Africa, Latinoamérica y Asia, la tentación de renegar de la democracia liberal y seguir la receta autoritaria china será grande.
*** Javier Gil Guerrero es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Francisco de Vitoria