Eric Garner repitió hasta la saciedad el ya convertido en lema "I can't breathe". Otro hombre recibió hasta siete disparos por la espalda. Otro fue tiroteado después de que la policía le pidiese la documentación por estar durmiendo en el coche en el parking de un centro comercial. Todos ellos y muchos otros casos han convulsionado a la sociedad estadounidense porque todas esas víctimas de la violencia policial tenían algo en común: eran negros.
Las imágenes de las manifestaciones del Black Lives Matters y la forma en que la policía estadounidense reprimió muchas de ellas han contrastado con las de la turba que este miércoles encontró vía libre para asaltar y vandalizar el Capitolio.
¿Hay un privilegio para los manifestantes blancos? ¿Incluso cuando asaltan el Capitolio en plena sesión del Congreso con, entre otros, el vicepresidente del país dentro del edificio?
El pasado 1 de junio decenas de agentes federales dispersaron súbitamente a los manifestantes que protestaban contra el racismo y la brutalidad policial en el parque Lafayette, contiguo a la Casa Blanca. El gas pimienta y el humo permitieron al presidente Donald Trump, que había descrito como "terroristas" a los manifestantes mayoritariamente pacíficos, cruzar la plaza y hacerse una foto ante una iglesia con una Biblia en la mano.
Más de 300 personas resultaron detenidas esa noche, la mayoría por violar el toque de queda en Washington. Al día siguiente, cientos de militares armados de la Guardia Nacional se situaron frente al Monumento a Lincoln de la capital mientras decenas de manifestantes, muchos de ellos negros, protestaban pacíficamente.
"Dos sistemas de Justicia"
El contraste de esas imágenes con las de este miércoles, cuando cientos de seguidores de Trump asaltaron el Capitolio -incluidos grupos violentos de supremacistas blancos cuyos planes de visitar Washington se conocían desde hace semanas-, ha generado una fuerte indignación en el país.
"Hemos sido testigos de dos sistemas de Justicia: uno que ha permitido a extremistas invadir el Capitolio y otro que disparó gases lacrimógenos contra manifestantes pacíficos el verano pasado. Es simplemente inaceptable", escribió este jueves la vicepresidenta electa de EEUU, Kamala Harris, en su cuenta de Twitter.
También el presidente electo, Joe Biden, criticó el "doble rasero" de la respuesta policial a ambos incidentes y opinó que se habría tratado "de forma muy diferente" a los invasores si, en vez de seguidores blancos de Trump, hubieran sido "manifestantes del movimiento Black Lives Matter".
La diferencia no estuvo sólo en el tamaño del dispositivo de seguridad que enfrentó ambas situaciones, sino en la conducta de muchos policías, que permitieron salir del Capitolio a los intrusos sin arrestarles, les dieron indicaciones de cómo llegar a un despacho y hasta se hicieron un selfi con ellos.
"El privilegio blanco quedó expuesto en el Capitolio de Estados Unidos", opinó este jueves el profesor Ibram X. Kendi, director del centro de investigación antirracista en la Universidad de Boston. "Quienes estudiamos la historia del terrorismo blanco a nivel nacional sabemos que, una y otra vez, quienes perpetran este tipo de terrorismo simplemente no pagan por ello (...). La pregunta es si ocurrirá esta vez", añadió en declaraciones a la cadena PBS.
Símbolo supremacista
Para millones de afroamericanos, no sólo fue doloroso preguntarse qué habría ocurrido si los asaltantes tuvieran otro color de piel o defendieran otras causas, sino también ver circular por los pasillos del Capitolio uno de los símbolos más poderosos del supremacismo blanco.
Uno de los seguidores de Trump se paseó a sus anchas por el Congreso con una enorme bandera confederada, el emblema del bando que defendió la esclavitud de los afroamericanos durante la Guerra Civil de EE.UU. (1861-1865).
"Creciendo en Georgia, veía esa bandera varias veces a la semana delante de casas, restaurantes y tiendas; era un símbolo de odio que enviaba un mensaje simple: tú no eres bienvenido aquí. Esta es la primera vez que tuve que verla en mi lugar de trabajo", escribió Josh Delaney, un trabajador negro de la bancada demócrata en el Senado, en el diario The Boston Globe.
"Esto sí es EEUU"
Las escenas en el Capitolio dejaron en shock a cientos de políticos y comentaristas blancos en todo el país, que repitieron que no podían creerse que ese episodio hubiera ocurrido en Estados Unidos, el faro de la libertad, el referente de la democracia.
Muchos confiaron en que sólo fuera un último estertor de la convulsa presidencia de Donald Trump, del racismo y el extremismo que ha alimentado durante sus cuatro años en el poder, y que en dos semanas el país pudiera volver a ser el espejo en el que se mira el mundo. Para muchos comentaristas negros, sin embargo, ese discurso de la excepcionalidad estadounidense sonaba vacío, ignorante de la realidad que vive una minoría cada vez más amplia del país.
"Esto (el asalto al Capitolio) es Estados Unidos. Esto siempre ha sido Estados Unidos. Si esto no fuera Estados Unidos, este intento de golpe no habría ocurrido. Es hora de que afrontemos esta fea verdad, dejemos que cale hasta el tuétano de nuestros huesos, dejemos que nos mueva a la acción", recalcó la escritora negra Roxane Gay en una columna en el diario The New York Times.