Roberto Batista es un hombre de 74 años recién cumplidos, un ciudadano anónimo para el común de los mortales. Pero arrastra un legado familiar que por un lado idolatra y por otro le avergüenza. Roberto Batista es hijo de Fulgencio Batista Zaldívar, el dictador cubano derrocado por Fidel Castro en 1959.
En su casa asegura que vivió "rodeado de mucho amor" pero reconoce que aunque su padre "fue un fuera de serie en el hogar", al mismo tiempo "tiene una figura pública nefasta". Una dicotomía que, aderezada por el exilio, le ha causado una profunda herida de la que todavía no se ha recuperado.
Roberto no consiguió hablar de Cuba, ni del exilio, ni de la figura pública de su padre hasta que cumplió 50 años. Se pasó medio siglo dando la espalda a una parte fundamental de su vida. Veinte años después, ya cumplidos los 70, reunió las fuerzas necesarias para poder hablar de Cuba, del exilio, de sus recuerdos de infancia y adolescencia y de las heridas psicológicas que tantos quebraderos de cabeza le han causado y que le han acompañado toda la vida. Hasta el día de hoy.
Pero el hecho de hablar de ello no pretende ser únicamente un ejercicio terapéutico para espantar fantasmas del pasado. El libro es también un ajuste de cuentas, una revancha para limpiar el nombre de su padre y sacarlo de las páginas más negras de la Historia. Por eso recuerda con tono enérgico que fue su progenitor quien "perdonó la vida a Fidel Castro tras el asalto al cuartel Moncada".
Figura pública
A través de las páginas de Hijo de Batista el autor busca "matizar la mayoría de los juicios que se emiten en torno a Fulgencio Batista", señala Jacobo Machover en una cita al prólogo de estas memorias sui géneris. Por eso Roberto ensalza la Constitución de 1940 aprobada bajo el mandato de su padre: "Una de las más progresistas de su época, de clarísimo perfil democrático por el respeto hacia las libertades civiles y los derechos humanos y por la propia vida humana al prohibir la pena de muerte", deja por escrito.
E insiste en su discurso durante la entrevista: "Era una Constitución con gran defensa de la mujer, del necesitado, del obrero, del sindicalista, del progreso social, del adelanto. Era también una Constitución de la concordia porque allí acudieron todos los partidos políticos a aprobarla, a promulgarla y yo creo que todo cubano debe estar orgulloso de esa Magna Carta".
Roberto, o Bobby, como le llama todo aquel que le conoce, tampoco elude los temas espinosos. "Pongamos las cartas sobre la mesa", insiste. "Cuando Castro sale de la cárcel y se va a México empiezan unos movimientos revolucionarios para derrocar a mi padre y empieza un desorden social que en realidad termina en una guerra civil. Y en las guerras civiles los dos bandos cometen atropellos". Pero señala: "Se habló de unas cantidades de muertos que no fueron verdad. Como mucho hubo mil muertos entre un bando y otro".
También accede a hablar de las relaciones con la mafia que se le atribuyen a su padre, nexos que aparecen descritos en los libros de Historia y reflejados en grandes películas cinematográficas, como en la saga de El Padrino, obra maestra de Francis Ford Coppola. "Como bien dijo Orwell, las leyendas son mitos que se convierten en realidad" y prefiere no profundizar en la respuesta. Pero sí la apuntala añadiendo que "todo esto es producto de Radio Bemba y de la propaganda castrista".
Niega que Cuba fuera "el prostíbulo de Estados Unidos (EEUU)" durante el mandato de Fulgencio Batista. "Lo que había era una gran política turística. A lo mejor era el prostíbulo de EEUU en el sentido de que la gente iba a divertirse, a gastar dinero, a hacer de Cuba y de La Habana un lugar de riqueza y de bienestar, como de hecho lo era. ¿Pero en qué se convirtió Cuba después? En el prostíbulo del universo, porque no me vas a negar que aviones enteros han viajado a Cuba en los últimos 30 años por sexo nada más. Todo esto es parte de una Leyenda Negra que se ha querido crear para echarle suciedad a mi padre y los demás salir a flote como si fuesen unos corderitos".
Asegura que su padre "no era un dictador ogro, un dictador déspota, un dictador intolerante, sino que más bien era un dictador que lo único que quería era acercarse a la democracia y hacer lo imposible para devolver a Cuba a la democracia". Sin embargo, reconoce que "en 1952 dio un golpe de Estado con el que yo no simpatizo porque no creo que haya beneficiado a la sucesión constitucional como tenía que haber sido".
La herida del exilio
Sin embargo, Hijo de Batista no es un libro de Historia, es más bien una obra con la que Bobby trata de limpiar y cerrar la profunda herida que le causó el exilio, un daño psicológico irreparable que le ha acompañado toda la vida. "Nunca hablé de Cuba con mi padre" cuenta durante la entrevista. "Pero él sí hablaba de ello", reconoce.
La noche en que la familia Batista salió de Cuba hacia el exilio, huyeron desperdigados. Bobby tenía nueve años y lo recuerda "como una de las experiencias más dolorosas de mi vida". Aterrizó en Nueva York junto a Carlos Manuel, uno de sus ocho hermanos (eran nueve contándole a él). Al llegar al aeropuerto les esperaba una turba de opositores cubanos que les recibió con una ristra de insultos e improperios cuando ellos eran apenas unos críos que no eran conscientes de lo que sucedía.
Hasta entonces Bobby sólo conocía la cara del Fulgencio Batista padre, un hombre "humano y cercano, protector con su familia". Sin embargo, fue al llegar a Nueva York nada más de salir del Palacio de Cuba cuando fue consciente de la figura pública de su padre, del envés de la moneda, del lado que él desconocía.
Como él mismo señala en estas memorias: "No es fácil para un hijo enjuiciar a su padre, revisar sosegadamente los actos del progenitor, más aún cuando en el hogar fue un ejemplo de paz, organización, unión y cultura". Es decir, todo lo contrario de la figura autoritaria que cabría atribuirle a un dictador.
Como se trasluce en las páginas del libro y como reconoce él durante la entrevista, Bobby nunca se ha recuperado del episodio del exilio. La salida de Cuba le llevó a un largo periplo en el que pasó por Nueva York, internados estudiantiles en EEUU y Suiza, Madeira (donde por fin logra reunirse con su padre), Madrid, Marbella, vuelta a Nueva York... Pero nunca ha vuelto a pisar Cuba.
Cuando estudiaba Derecho en Madrid reconoce que "tenía pánico oír hablar de nada que tuviese que ver con Cuba". Y lo explica muy bien en algunos pasajes: "Confusión y dudas marcaron mi existencia desde que salimos de Cuba. El desbordamiento de maledicencias e insidias, merecidas o no, hacia nosotros, hacia nuestro padre, tuvo por consecuencia una invalidez psicológica manifiesta en una falta de seguridad de la que jamás me recuperaría".
Asegura que "desde los once años esta lacra me persigue como una pulla clavada en el corazón". Y explica que "he arrastrado esta conmoción por doquier: en los internados, en la Facultad de Derecho de Madrid, con los amigos más íntimos, en mis distintos trabajos, en la vida social". No es fácil ser hijo de Batista, no lo ha sido para Bobby. "¿Y cuando doy mi nombre en la consulta de un médico, al rellenar formularios o enviar el curriculum vitae?", se pregunta en las páginas del libro.
Ha habido ocasiones en que estos pensamientos le han jugado tantas malas pasadas que han sido casi incapacitantes para él. "Mi historia es la de una tragedia griega" confiesa. Y aunque ha intentado sanar la herida y poner fin a las tribulaciones que tienen que ver con Cuba lo explica muy bien en sus memorias: "Escribir y abrirme a todos me ayuda, pero no cura".
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