Vida, obra y desmanes de Hunter Biden, el talón de Aquiles de su padre (y del Partido Demócrata)
- El perdón presidencial de Joe Biden a su hijo, condenado por varios delitos federales, pone en tela de juicio la superioridad moral de los demócratas. También arroja luz sobre una relación paterno-filial basada en la indulgencia.
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El 16 de mayo del 2019, minutos después de celebrar su segundo matrimonio, Hunter Biden llamó a su padre, Joe Biden, para anunciarle que se acababa de casar. Si Biden, que de aquella se encontraba preparando el lanzamiento de su candidatura presidencial, no sabía nada del enlace era porque Hunter había conocido a su esposa, una documentalista sudafricana llamada Melissa Cohen, seis días antes.
Según relató Hunter durante una conversación mantenida semanas más tarde con el periodista Adam Entous, de la revista The New Yorker, al escuchar la noticia, Biden se dirigió a Melissa en los siguientes términos: "Gracias por despertar en mi hijo el coraje suficiente como para amar de nuevo". Luego, siempre según Hunter, le habló a él: "Cariño, sabía que cuando volvieses a encontrar el amor te recuperarías". Su respuesta, según le dijo a Entous cuando recreaba el intercambio en una terraza de California a lágrima viva, fue algo así como: "Papá, en mi vida siempre ha existido el amor, y si no lo he perdido nunca de vista ha sido porque siempre has creído en mí y nunca me has dejado de lado".
Si la conversación pudo parecer un poco exagerada en el verano de 2019, cuando se publicó el reportaje de Entous, hoy cuadra perfectamente con lo que anunció Biden hace unos días: el indulto de Hunter –pese a prometer un sinfín de veces que no lo haría–, exonerándole, así, de su culpa en los nueve cargos por fraude fiscal que se le imputan y evitando, también, una posible pena de cárcel por mentir en una declaración de antecedentes al comprar un arma de fuego.
Biden ha tirado de argumentario paterno-político para justificar un perdón que ha dejado boquiabierto –y muy enfadado– al entramado progresista estadounidense y, concretamente, a sus compañeros del Partido Demócrata. Que ahora, lógicamente, tienen mucha menos munición para cargar contra los indultos que se esperan por parte de Donald Trump y, sobre todo, para defender la separación de poderes y el respeto a los jueces. En su comunicado, Biden dio a entender que, como padre, no podía dejar a Hunter expuesto al vengativo Departamento de Justicia que quiere montar su sucesor. Máxime cuando los delitos que arrastra han sido –dijo– sobredimensionados por el mero hecho de portar su apellido.
Sin embargo, un repaso a la biografía de Hunter indica que la tolerancia del todavía presidente hacia un hijo al que el adjetivo díscolo se le queda corto viene de lejos.
Una infancia traumática
La vida de Hunter Biden, que nació el 4 de febrero de 1970 en Wilmington, la ciudad más poblada del diminuto estado de Delaware, cambió drásticamente a los dos años de edad. Aquel diciembre de 1972, un mes después de que Joe Biden saliese elegido senador, sufrió un accidente de tráfico cuando su madre, Neilia, los llevaba a él, a su hermano mayor Beau y a su hermana menor Naomi a comprar un árbol de Navidad. En una intersección un camión embistió al vehículo; Neilia y Naomi murieron al instante, Beau quedó herido de gravedad y Hunter, que salió casi ileso, guardó en la memoria el primer –y posiblemente el peor– recuerdo de su vida.
Tras el accidente, los hermanos de Biden arrimaron el hombro para asistir en la recuperación de Beau y, una vez curado, en la infancia de ambos hermanos. Y así fue la cosa en la casa familiar hasta que en 1977 el joven senador contrajo matrimonio con una profesora de instituto llamada Jill Jacobs, con la que continúa casado actualmente, y el hogar de los Biden volvió a contar con una figura materna.
Pese a la diferencia de edad, y quizás debido a que arrastraban la misma mochila emocional, Beau y Hunter se hicieron uña y carne. En el colegio –católico– compartieron mismo grupo de amigos. Al ser preguntados hoy, éstos recuerdan a Beau como un líder carismático y prudente mientras destacan la impulsividad de Hunter. "Beau lideraba con su cabeza y Hunter lo hacía con el corazón", le explicaba a Entous uno de ellos.
Formando una familia
En 1988, al terminar el colegio, Hunter entró en Georgetown, la prestigiosa universidad jesuita de Washington. Al parecer, pidió un crédito bancario para poder costearse la matrícula –Beau hizo lo propio en la Universidad de Pensilvania– y entre clase y clase se sacaba un dinero trabajando de aparcacoches. Finalmente, en 1992, salió de allí con la carrera de Historia bajo el brazo y puso rumbo a Oregón. En la costa oeste trabajó de voluntario en una iglesia jesuita hasta conocer a una muchacha llamada Kathleen Buhle con la que terminó pasando por el altar en julio de 1993.
Tras decir sí quiero, Hunter quiso explorar su lado más creativo. Movido por la devoción que sentía por los escritos del controvertido escritor Charles Bukowski –su novela favorita era Cartero–, el hijo pequeño de Biden solicitó admisión, y fue admitido, en el programa de escritura creativa de la Universidad de Siracusa, donde habían dado clase sus admirados Raymond Carver y Tobias Wolff.
Sin embargo, como su primera hija –Naomi– estaba en camino, tras darle no pocas vueltas Hunter optó por el pragmatismo que trae consigo un sueldo decente y decidió solicitar admisión en una buena facultad de Derecho. Inició esos segundos estudios en Georgetown y luego se trasladó a la muy prestigiosa Universidad de Yale, donde se graduó en 1996. De aquella Hunter tenía 26 años y su hija Naomi iba camino de cumplir los tres.
Como era de esperar, no tardó en encontrar trabajo. Ser hijo de un senador tiene estas cosas. Fue en un holding bancario de Delaware llamado MBNA America que, no por casualidad, había colaborado mediante donaciones con la campaña de su padre. Su sueldo superaba los 100.000 dólares anuales más bonus, casi como el de su progenitor.
Ese fue el momento en el que su nombre apareció en la prensa conservadora por primera vez. La revista The American Spectator, que era muy popular gracias a sus investigaciones en torno a la familia Clinton, hizo los honores. "Ciertamente, son muchos los hijos de padres influyentes que aterrizan en puestos de trabajo privilegiados", escribió el comentarista Byron York en enero de 1998. "Pero el caso de Biden es particularmente problemático porque lleva años sermoneando contra lo que él llama la influencia corrupta del dinero en política".
No parece que lo publicado por The American Spectator afectase mucho a Hunter. En cualquier caso, ese mismo año, agobiado por las dinámicas de la industria financiera, quiso cambiar de aires. Trabajar para el aparato federal. Para ello contactó con un amigo de su padre llamado William Oldaker que, a su vez, le puso en contacto con otro viejo camarada de Biden: William Daley, entonces secretario de Comercio en el Gobierno de Bill Clinton. Éste le consiguió un puesto en el área de comercio electrónico del Departamento de Comercio. Ese mismo año nació su segunda hija: Finnegan. Dos años más tarde lo haría la tercera: Maisy.
Un lobista con problemas de adicción
A finales del año 2000, cansado de sus labores en el Departamento de Comercio, Hunter tanteó a Oldaker, que acababa de poner en marcha una firma destinada a hacer lobby en los pasillos de Washington llamada National Group, por si hubiese un hueco para él en la compañía. Oldaker dijo que sí, pero temiendo llamar la atención de la prensa le mantuvo alejado de las grandes corporaciones. Su trabajo consistiría en tratar de convencer a los legisladores de aprobar partidas presupuestarias destinadas a varias universidades católicas que figuraban como clientes de la firma.
Según Vincent Versage, cofundador de National Group, las cartas estuvieron sobre la mesa desde el día uno: "Hunter no podía hacer ningún movimiento que involucrara a su padre", le contó a Entous. En paralelo, y como –ahora sí– se estaba empezando a hablar bastante de los esfuerzos lobistas de Hunter en la prensa, Biden llegó a un pacto con su hijo: yo no pregunto y tú no me cuentas.
Fue en ese momento, según ha reconocido el propio Hunter en varias ocasiones, cuando el alcoholismo llamó a su puerta. Al parecer, todo empezó con la típica copa al salir de la oficina en un bar que había justo enfrente llamado Bombay Club. Es cierto que el vástago del senador ya se había corrido sus juergas –alcohol y cocaína– en la universidad, pero en esos años todo parecía estar todo bajo control. Lo fue perdiendo a partir de las visitas, cada vez más prolongadas, al Bombay Club. Tanto es así que en el 2003 su mujer, Kathleen, le dio un ultimátum: o la sobriedad o la separación.
Hunter jura que lo intentó varias veces, pero siempre recaía al cabo de cuatro o cinco semanas. De modo que miró –por primera vez en su vida– centros de rehabilitación y no tardó en inscribirse en el Crossroads Centre, fundado poco tiempo antes por el cantante Eric Clapton en la isla caribeña de Antigua, donde pasó un mes. A su regreso Beau, su hermano mayor, le acompañó a su primera reunión en Alcohólicos Anónimos.
Los cinco años siguientes pueden dividirse en dos apartados.
Por un lado estaría el apoyo ofrecido a su padre, quien cansado del Senado empezó a acariciar aspiraciones presidenciales. Hunter estuvo a su lado en los mítines que dio tras proclamar que concurriría a las primarias del Partido Demócrata para postularse como candidato a la Casa Blanca en las elecciones del 2008, y también en los actos que protagonizó tras retirarse de la contienda y enmarcarse en la campaña de Barack Obama tras anunciar, éste, que si ganaba quería a Biden de vicepresidente.
Por el otro estaría una faceta de lobista venida a menos y el intento de poner en marcha varios negocios que salieron entre mal y muy mal. Con los consiguientes agobios económicos, claro, para una familia que entre la hipoteca que arrastraba una casa en el mejor barrio de Washington, el colegio de élite de las niñas y otra serie de complementos empezó a vivir por encima de sus posibilidades.
La seducción oriental: BHR Partners
Harto de sus tropiezos, en septiembre del 2008 decidió fundar una pequeña consultora a la que bautizó como Seneca Global Advisors destinada a fomentar el crecimiento de pequeñas y medianas empresas tanto en el mercado estadounidense como en el exterior. En junio del 2009, cinco meses después de que su padre accediera a la Casa Blanca en calidad de vicepresidente de Estados Unidos tras la victoria electoral de Obama, Hunter fundó una segunda empresa: Rosemont Seneca Partners.
En esta ocasión no lo hizo solo. A su lado estaban Christopher Heinz, hijastro del senador John Kerry y heredero de la fortuna generada por la marca de productos alimenticios Heinz, y Devon Archer, un antiguo modelo de Abercrombie & Fitch que llevaba años trabajando en banca de inversión como especialista en mercados asiáticos. Aunque Hunter y Archer no se conocían demasiado –Heinz era el nexo–, no tardaron en hacer buenas migas. En parte porque no compartían la aversión al riesgo, y al escrutinio público, de su amigo común.
Fue en 2012 cuando Archer y Hunter entraron en contacto con el encargado de un fondo de inversión chino llamado Jonathan Li. Se cayeron bien y en junio del 2013 un grupo de socios, con Archer y Li a la cabeza, montaron otro fondo de inversión, este llamado BHR Partners, con el objetivo de invertir capital chino en empresas extranjeras. Hunter se unió a la aventura en calidad de directivo, pero no quiso convertirse en socio hasta que su padre dejara de ser vicepresidente. Por si acaso.
Con todo, y pese a la prudencia demostrada por aquel gesto, a finales de año Hunter quiso acompañar a su padre durante un viaje oficial a Pekín con el fin, según se ha dicho siempre, de poder presentarle a Li en el vestíbulo del hotel. Hunter ha negado este extremo y define el encuentro como algo de lo más natural, pero es innegable que estrechar públicamente la mano del vicepresidente de la primera potencia del mundo puede abrirle muchas puertas a un tipo que se dedica a invertir capital chino en ese país.
Tal y como explica Entous en el reportaje de la New Yorker, si bien el encuentro no atrajo demasiada atención mediática a los asesores de Biden no les hizo ninguna gracia. Incluso siendo fortuito, de lo cual dudaban, un apretón de manos semejante podía poner en entredicho la integridad del vicepresidente y, por extensión, la del propio Obama. "Las apariencias importan mucho", le explicaba un antiguo asesor de Biden a Entous. El problema, añade esta fuente, es que al vicepresidente no se le podía decir nada sobre su hijo. "Le invadía la melancolía, se encerraba sobre sí mismo, parecía hacerle un daño terrible", cuenta en la misma pieza un empresario cercano a la familia.
La seducción ucraniana: Burisma
Poco después de iniciar la aventura china, Archer viajó a Kiev para reunirse con posibles inversores. Allí conoció a Mykola Zlochevsky, un tipo que había ejercido de ministro durante el Gobierno del prorruso Víktor Yanukóvich al tiempo que manejaba una de las grandes productoras de gas natural del país: Burisma. Teniendo en cuenta que el Gobierno de Obama había invitado a las nuevas autoridades ucranianas a investigar si Zlochevsky había llenado la caja de Burisma gracias a su posición pública, el encuentro entre ambos no hacía presagiar nada nuevo.
Fue a comienzos del 2014 cuando Zlochevsky, queriendo llenar el consejo de dirección de Burisma con apellidos occidentales, comenzó a reclutar a gente de relumbrón. Allí terminó el ex presidente polaco Aleksander Kwaśniewski, por ejemplo. También Archer y, a partir de la primavera de 2014, el propio Hunter. Los nombramientos coincidieron en el tiempo con un informe que empezó a circular en los ambientes financieros de Estados Unidos advirtiendo contra Zlochevsky. Éste podía haber cometido, advertía el documento, crímenes financieros y abuso de poder. Así que cuidado.
Más allá del informe, en el caso de Hunter había otro problema: tras las revueltas populares conocidas como Euromaidán, la consiguiente anexión de Crimea por parte de Rusia y desatarse un conflicto armado en el Donbás, Obama había encargado a Biden ser el emisario de la Casa Blanca en Kiev.
Aunque Hunter declaró públicamente que no involucraría a su padre en los negocios que se traía entre manos, en Washington recibieron la noticia de Burisma con muy mala cara. Entre otras cosas porque, aunque él no tuviese ninguna intención de mezclar a su padre en los asuntos de la compañía, estaba claro que había conseguido una silla en el consejo de dirección por ser el hijo de. "En la política de alto nivel basta con que parezca que hay un conflicto de intereses, aunque no lo haya, para no participar en ello", cuenta el empresario cercano a la familia Biden.
Como la cosa empezaba a pasar de castaño a oscuro, Amos Hochstein, el enviado especial de Obama para discutir la política energética de los ucranianos, quiso hablar con Biden sobre Hunter. Sin embargo, la conversación no tuvo demasiado recurrido porque, una vez más, el vicepresidente se cerró en banda. Según afirma el propio Hunter en sus memorias –Beautiful Things–, cuando The Wall Street Journal informó de su nombramiento como directivo de Burisma su padre lo único que hizo fue decir: "Espero que sepas lo que estás haciendo". Hunter dice que se limitó a responder: "Lo sé".
La muerte de Beau
A finales de mayo del 2015 el hermano mayor de Hunter, Beau, con quien había seguido estrechamente unido, murió a causa de tumor cerebral detectado durante unas vacaciones. Su fallecimiento fue un mazazo que se sumó a la recaída experimentada poco antes tanto en el frente del alcohol como en el de la cocaína. Una recaída que, no obstante, Hunter había conseguido mantener bajo control. En secreto y lejos de miradas indiscretas.
De hecho, en la terapia de pareja a la que acudían con regularidad, Hunter y Kathleen habían alcanzado un acuerdo: si el primero volvía a darle a la botella tendría que marcharse de casa.
Todo se fue al garete justo después de su veintidós aniversario de bodas. Ese día Hunter abandonó el diván, se bajó él solo una botella de vodka, recogió sus cosas y se marchó. Aquel verano fue saltando de un centro de rehabilitación a otro, sin demasiado éxito, y cuando a finales de agosto Breitbart, el famoso portal ultraderechista, sacó una noticia diciendo que Hunter estaba registrado en un portal de citas para casados llamado Ashley Madison, su mujer dijo hasta aquí hemos llegado. Pese a que Hunter negó la noticia, Kathleen pidió la separación.
Es entre ese momento y los primeros meses del 2016 cuando el hijo díscolo de Biden intenta volver a poner su vida en orden: practica yoga de forma obsesiva, esquía en la montaña sin ningún tipo de compañía y, en última instancia, se embarca en el enésimo tratamiento ofrecido por un centro de rehabilitación. Durante ese periodo hace migas con una indigente a la que invita a instalarse en su casa durante el tiempo que necesite.
Nada de eso sirvió de mucho: a mediados de 2016 volvió a darle a la cocaína. Dice que cayó cuando un extraño le ofreció una raya en un hotel de Mónaco, donde se encontraba por una cita de negocios. Entre medias consiguió no desvincularse de Burisma, a cuyas reuniones asistía con regularidad.
Y entonces llegó la segunda parte del 2016; una etapa particularmente caótica en una vida ya de por sí extremadamente embrollada.
Por un lado, la adicción de Hunter a las drogas y el alcohol alcanzó cotas desconocidas, hasta el punto de perder un vuelo de conexión en Los Ángeles para terminar pasando una semana en la ciudad completamente puesto, protagonizando altercados aquí y allá, antes de estrellar un coche de alquiler en una autopista y entregar el sustituto –traído por un encargado de Hertz– en una sucursal de Arizona sin recoger antes una pipa de cristal con restos de cocaína. Si las autoridades no le reclamaron fue únicamente porque no encontraron huellas de Hunter en la pipa y, en conjunto, las pruebas como para acusarle no eran lo suficientemente sólidas.
Luego, por otro lado, Kathleen solicitó formalmente el divorcio y a comienzos del 2017 le denunció ante un juzgado con el fin de obtener ciertas garantías económicas para ella y las niñas. En su denuncia, Kathleen acusó a Hunter de gastarse el dinero en drogas, alcohol, prostitutas y en regalos para un abanico de queridas. Al enterarse de la denuncia, Hunter se dirigió a un club de striptease para ahogar las penas.
Kathleen aprovechó la coyuntura, y que todas las cartas estuviesen sobre la mesa, para acusar a la familia de Biden de comportarse como un clan cerrado y harto protector para con sus miembros evitando, así, que se pudiesen tener conversaciones francas y abiertas en torno a problemas como los de Hunter. Esto es algo que puede comprobarse, efectivamente, repasando varios libros de memorias aparecidos en los últimos años. El del propio Joe Biden, titulado Promise Me, Dad o el de su tía Valerie, titulado Growing Up Biden, por poner dos ejemplos. En ellos se percibe, claramente, cómo se corre un tupido velo sobre toda una serie de cuestiones relacionadas con las andanzas de Hunter.
Por último, y en paralelo a lo del divorcio, Hunter empezó a verse con la viuda de su hermano. Hallie. La noticia la sacó el New York Post, probablemente el tabloide más visceral de Estados Unidos, y Joe Biden se enteró de la peor manera posible: cuando alguien del Post llamó a su oficina pidiendo algún tipo de valoración. Tras la revelación, Hunter emitió un comunicado reivindicando su relación con Hallie y explicando que ambos se habían encontrado durante el dolor del duelo por la muerte de Beau. Acto seguido llamó a su padre para que hiciese lo propio argumentando que, si no lo hacía, si no contaba con su bendición pública, la prensa iba a masacrar –en sentido figurado– la relación.
Cuenta Hunter que su padre, si bien reticente, se puso a su disposición. Haré lo que tú me digas, dice que dijo. Y como Hunter insistió, al final Biden y su mujer Jill se pronunciaron de la siguiente manera: "Tenemos suerte de que Hunter y Hallie se hayan encontrado mientras reconstruían sus vidas entre tanta tristeza. Tienen todo nuestro apoyo, el mío y el de Jill, y nos sentimos muy felices por ellos".
El New York Post escogió titular la historia a su manera –La viuda de Beau Biden mantiene una aventura con su hermano casado– y a los pocos meses, Hallie, incapaz de soportar la presión mediática y la consiguiente presión social, puso tierra de por medio. No mucho más tarde, ya en 2018, Hunter se mudó a Los Ángeles con intención de "desaparecer completamente".
Allí entabló relación con una stripper de veinticuatro años llamada Zoë Kestan a la que había conocido en un cabaret de Manhattan y que, tras un romance de varios meses, cortó el asunto a causa de un ritmo de vida, el de Hunter, plagado de excesos y desapariciones. Poco después éste se cruzó con Melissa Cohen, la mujer a la que Biden agradeció por teléfono haber logrado que Hunter pudiese volver a amar de nuevo.
En el punto de mira
La verdadera ofensiva contra Hunter comenzó en los primeros meses del 2019 de la mano de Breitbart, cuyos reporteros, tras descubrir el informe policial sobre la pipa de cristal con restos de cocaína en el coche alquilado, publicaron la exclusiva. A raíz de la misma, Hunter decidió no aparecer en un mitin programado por la campaña de su padre días después.
Lo de la droga se unió a lo de haber tenido un affaire con la viuda de su hermano, y ambas cuestiones prepararon el terreno para ataques mucho más graves. Los que llevó a cabo Trump, que de aquella todavía era presidente y estaba preparando su reelección, no solo contra Hunter, sino contra el propio Biden, su previsible rival en los comicios del 2020, a quien acusó de haber presionado a Volodímir Zelenski para que sustituyera al procurador general de Ucrania por, supuestamente, estar investigando a Burisma. Asimismo, Trump acusó a Hunter de haberse llevado crudos 1.500 millones de dólares a raíz de sus negocios en China.
A la hora de escribir estas líneas ninguna de las dos acusaciones ha sido demostrada. De hecho, la implicación de Joe Biden en el affaire ucraniano ha sido catalogada como infundada por una investigación llevada a cabo por el Congreso de Estados Unidos. Sí está demostrado lo del fraude fiscal cometido entre los años 2016 y 2019 por Hunter y, también, lo de mentir a la hora de detallar sus antecedentes para conseguir un arma de fuego; algo que hizo en 2018.
Pese a lo anterior, quizás el caso más sonado sea el del ordenador portátil que Hunter llevó a reparar a una tienda de Delaware y que nunca pasó a recoger. Fue el 14 de octubre del 2020, tres semanas antes de las elecciones presidenciales que terminaron por darle la victoria a Biden, cuando el New York Post –en estrecha colaboración con el abogado personal de Trump, Rudy Giuliani, y su antiguo estratega, Steve Bannon– publicó un artículo sobre lo que había en dicho portátil. En él se hablaba de unos emails relacionados con varios negocios en el extranjero en los que aparece Biden mencionado y de un buen puñado de fotos incriminatorias y definitorias, según la publicación, en lo que a drogas y sexo desenfrenado se refiere.
Aunque los análisis posteriores han determinado que no hay nada en esa documentación que incrimine a Biden, no es menos cierto que a Hunter se le podrían haber hecho unas cuantas preguntas al respecto.
Sin embargo, tras el perdón presidencial otorgado por un padre extremadamente indulgente desde siempre, un perdón presidencial que para más inri blinda a Hunter frente a todo lo que haya podido hacer desde el 2014, cabe la posibilidad –habrá que ver si alguien decide seguir investigando pese al indulto– de que la sociedad estadounidense se quede con las ganas de saber qué hizo o dejó de hacer realmente el hijo pródigo.