La noche del pasado sábado, mientras compartía una apacible cena junto a la primera dama, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, y su esposa en su complejo hotelero de Mar-a-Lago, en Florida, el presidente Donald Trump fue informado del lanzamiento por parte de Corea del Norte de un misil balístico. Era el primero bajo su mandato, que llegaba además unas horas después de que ambos líderes exigieran públicamente a Pionyang que detuviera las hostilidades.
Aunque Rusia y China han condenado la acción norcoreana y el asunto ya está en el Consejo de Seguridad de la ONU, ésta podría ser la primera prueba de fuego para analizar cómo afronta la nueva Administración estadounidense lo que en Washington se entienden como las provocaciones del régimen de Kim Jong-un y, sobre todo, la capacidad de Trump para no dejarse llevar por ellas, teniendo en cuenta que posee la capacidad de hacer uso del arsenal nuclear. "Obviamente Corea del Norte es un gran, gran problema y lo abordaremos con firmeza", aseguró el presidente estadounidense este lunes en una rueda de prensa durante la visita a la Casa Blanca de su homólogo canadiense.
Hace unas semanas, la organización internacional Global Zero, que trata de erradicar el uso de estas armas, alertaba de que un conflicto nuclear podría costar sólo a EEUU la pérdida de cerca de 22 millones de ciudadanos, el 30% de la población del país, sin mencionar las consecuencias incalculables para el resto del planeta.
La amenaza no parece inminente, pero tampoco ciencia ficción. Mijail Gorbachov, ex primer ministro soviético, firmaba a finales de enero un artículo en el Time alertando de que atisbaba cada vez más cerca un choque nuclear, a tenor del tono "cada vez más beligerante" que las relaciones internacionales estaban cobrando, como si “el mundo se preparara para la guerra". Por supuesto, se mostró tajante contra esta posibilidad. Aunque los líderes de hoy, no son los de sus tiempos. En EEUU, tampoco.
La pasada semana, un despacho de la agencia Reuters abundaba en esta teoría, filtrando una conversación telefónica entre Trump y el líder ruso, Vladímir Putin, en la que el presidente estadounidense habría criticado el tratado Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (conocido como START III) por el que se limitaba el despliegue de armas nucleares en ambas naciones. Este pacto establecía el compromiso de ambos países de reducir sus cabezas nucleares a una cifra no superior a 1.550, la más baja de las últimas décadas.
Putin estaba planteando la posibilidad de extender más allá de 2021 el acuerdo cuando Trump interrumpió la conversación y pidió a sus asistentes que le explicaran a qué tratado se refería, informó la agencia. Tras las consultas, el magnate le dijo a su homólogo ruso que el acuerdo se había negociado mal por la Administración de Barack Obama y que favorecía a Rusia.
No ampliar este pacto, supondría entre otras cosas volver a la incertidumbre sobre los despliegues de cada parte y, por lo tanto, regresar a la carrera nuclear. Ya durante la campaña electoral, Trump se negó a comprometerse a no usar el armamento atómico si fuera necesario. Lo cierto es que en varias entrevistas, tras asumir el cargo de presidente, describió que el momento en que recibió los códigos nucleares como algo “muy serio” y “muy aterrador”, por lo que podría haber cambiado de punto de vista.
Los expertos consultados por este periódico coinciden en que las amenazas de Corea del Norte no van a desencadenar un conflicto nuclear, aunque quizá podrían sentar las bases para un futuro choque de trenes. Joshua W. Busby, profesor asociado de la Universidad de Texas y autor de varios estudios sobre seguridad nacional, comenta a EL ESPAÑOL que “el lanzamiento de misiles podría desestabilizar la región y Japón podría considerar una política de defensa nacional más robusta, incluyendo armas nucleares, pero depende mucho del comportamiento de dos líderes inescrutables: Donald Trump y Kim Jong-un”.
Andrew Kydd, profesor de Ciencias Políticas y experto en relaciones internacionales, seguridad y armas nucleares en la Universidad de Wisconsin-Madison, añade que “es poco probable que el lanzamiento del misil conduzca a un conflicto nuclear”. “No era un misil con un alcance capaz de golpear a los Estados Unidos. Si Corea del Norte prueba un misil capaz de golpear al país, eso sí podría causar una crisis más seria”, añade.
Henry William Brands es profesor del Departamento de Historia de la Universidad de Texas y autor de 25 libros sobre historia y biografía de los EEUU. Sus trabajos han sido seleccionados dos veces como finalistas para el Premio Pulitzer. En su opinión, “no es probable” que se abra un conflicto nuclear tras la crisis de este fin de semana con Corea del Norte. “En todo caso, acercará a EEUU y a Japón. Y posiblemente, a EEUU y China”, explica a EL ESPAÑOL.
A su juicio, es “muy improbable” que Trump vaya a usar armas nucleares durante su mandato, “aunque hay más posibilidades que si Hillary Clinton fuera la presidenta”. “La posibilidad de un error de cálculo es mayor con un novato en política exterior en la Casa Blanca”.
SU ASESOR, PROCLIVE A LA GUERRA
Por su parte, Busby no descarta por completo la posibilidad de una guerra atómica durante la era Trump. “Espero que no, aunque no tenemos idea de lo que sucederá durante el mandato de este presidente”. “No estoy seguro de que tenga interés en iniciar una guerra, aunque algunos miembros de su personal creen que el conflicto con algunos países podría ser inevitable en los próximos años. Estos asesores estaban inclinados a pensar que la guerra con China e Irán eran más probables”.
En concreto, el polémico periodista y publicista que ahora es estratega jefe de la Casa Blanca y consejero del presidente, Steve Bannon, en marzo de 2016 afirmó que en los próximos cinco o diez años EEUU iría “a la guerra en el Mar de China Meridional sin duda", según recoge el diario USA Today. No es la única ocasión en que la mano derecha del millonario ha mencionado el asunto. "Algunas de estas situaciones pueden ser un poco desagradables", dijo en noviembre de 2015, "pero sabes qué, estamos en una guerra”. “Creo que es evidente que vamos a entrar en una gran guerra de disparos en el Medio Oriente de nuevo". Y en diciembre de 2015, iba más allá asegurando que “un islam y una China expansionistas” estaban “motivados, arrogantes y en marcha ante un Occidente Judeocristiano que consideran en retirada”.
¿GUERRA PARA LAVAR LA IMAGEN?
Tampoco hay que olvidar que, como ocurrió durante el mandato de George W. Bush, cuando EEUU está en guerra, las divisiones -protestas y críticas contra el presidente incluidas- se suelen dejar de lado para aunar esfuerzos contra un enemigo exterior común. Pero ¿podría una situación de este tipo mejorar la percepción pública de Trump?
El profesor Busby recuerda que en el pasado ha sido así. “Si se produjera un conflicto, la opinión pública a veces se aglutina en torno al presidente, pero no tengo ni idea de si eso sucedería en este caso”. Por su parte, Brands se muestra rotundo: “Lo último que Trump quiere es una guerra. Él tiene que darse cuenta de que quedaría sobrepasado”.
El profesor Andrew Kydd tampoco cree que el republicano “esté interesado personalmente en tener una guerra”, ya que “ fue muy crítico con las del presidente Bush en Afganistán e Irak”. “Sin embargo -precisa-, su principal guía intelectual, Steve Bannon, parece pensar que una guerra con China es inevitable”.
En caso de que llegara este punto, y el botón nuclear estuviera al descubierto en la Casa Blanca, este experto en seguridad nacional asevera que, sin entrar en detalles sobre la cadena de mando, “no hay controles efectivos sobre la autoridad presidencial para lanzar armas nucleares”. Es decir, si Trump quiere lanzarla, la lanzaría.
No obstante, para llevar a cabo una acción de este tipo necesitaría un fuerte respaldo de la opinión pública. El Washington Post realizó recientemente un estudio que ponía de relieve que a pesar de que Trump suele arrastrar con sus opiniones a sus bases electorales -no a todo el pueblo estadounidense-, en el caso de querer variar la política actual de control de armas nucleares, o incluso de querer emplearlas, no conseguiría variar significativamente el rechazo a esa opción ni siquiera entre sus más fieles.
AZNAR, PARTE DE LA ORGANIZACIÓN
Quizá las consecuencias pesan demasiado. El mencionado estudio lanzado en enero por Global Zero, un grupo internacional que trabaja por la eliminación de estas armas, respaldado por 300 líderes mundiales entre los que cita en su web al expresidente español José María Aznar, señala que en un eventual conflicto entre Rusia y EEUU, sólo en este último país morirían unos 21,6 millones de personas.
Incluso si los EEUU pudieran lanzar un ataque a gran escala y por sorpresa contra Rusia, Washington sufriría bajas masivas. Según el citado análisis, al menos 145 ojivas rusas podrían ser lanzadas por los misiles nucleares que sobrevivan a la embestida estadounidense. Si cada uno se asigna una ciudad norteamericana con una población por encima de 172.000 personas, cerca de 150 ciudades serían totalmente destruidas en represalia. Casi 22 millones de personas morirían, casi el 30% de esas metrópolis.
Esta cifra, según la organización, sería el resultado de un ataque de represalia nuclear ruso utilizando misiles balísticos intercontinentales móviles y múltiples misiles RS-24 dirigidos de forma independiente, detonados a una altura seleccionada para maximizar las muertes: 1.803 metros para un rendimiento de misiles nucleares de 550 kilotones y 1.386 metros para un rendimiento de de 250.
Nueva York, la ciudad natal de Trump, sería la más perjudicada, con 1,8 millones de fallecidos. Pero Trump y Putin por el momento gozan de buena sintonía y precisamente la suya es una relación bilateral que se prevé que mejore tras las tensiones surgidas durante la Administración Obama, intransigente con la invasión de Crimea por parte de Moscú.