Cinco claves de las elecciones más disputadas en EEUU: de los siete estados sin dueño a los millones de votantes indecisos
- Si no fallan los sondeos, Kamala Harris y Donald Trump resolverán su suerte en un puñado de votos en un puñado de territorios.
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Ya está. Hemos llegado. El esperadísimo Día D. A lo largo de las próximas 24 horas los estadounidenses que todavía no han votado por correo se acercarán a las urnas a depositar la papeleta pertinente con el nombre de Donald Trump, de Kamala Harris o –en algunos lugares– el de algún candidato independiente. Según las preferencias. Se calcula que, en total, serán más de 250 millones los ciudadanos que participarán en los comicios.
A continuación se ofrecen cinco claves para entender una jornada electoral que, con toda seguridad, determinará el rumbo del mundo durante los próximos cuatro años.
Dos candidatos empatados, un país dividido
Las encuestas no son predicciones, dicen los expertos, sino estudios demoscópicos cuya pretensión no es otra que pintar el retrato de un momento muy concreto en un lugar muy concreto. Haciendo caso a esta definición, la conclusión de los sondeos que han ido apareciendo en Estados Unidos a lo largo de las últimas semanas, meses incluso, no puede ser otra que la de una nación partida por la mitad.
Según la media de encuestas nacionales que actualiza cada dos por tres el New York Times, Trump y Harris nunca han estado alejados el uno del otro más de cuatro puntos porcentuales. Es más: los últimos sondeos establecen que a día de hoy la distancia es inferior al punto porcentual. A partir de ahí, y según dónde se ponga la lupa, es Trump quien aventaja a Harris o viceversa.
Por lo tanto, y salvo que las encuestas hayan fotografiado mal el estado de la cuestión, todo parece indicar que será una noche larga durante la cual todo el mundo estará prestando especial atención a los siete estados que, dependiendo del lado en el que caigan, decantarán las elecciones.
Siete territorios y millones de indecisos
En toda elección presidencial estadounidense hay un puñado de estados que acapara mucha más atención que el resto. No suelen ser los estados más poblados ni tampoco los más extensos sino los que llevan varios ciclos electorales sin decantarse mayoritariamente por un partido concreto.
En otras circunstancias, con uno de los candidatos liderando en buena parte del país, la importancia de esos estados bisagra –swing states, en jerga electoral– sería relativa. En cambio, cuando las dos personas que aspiran a ocupar la Casa Blanca van a la par, su importancia es superlativa. Es el caso y Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Arizona, Nevada, Carolina del Norte y Georgia, los siete estados clave del momento.
Una de las razones por las que no sabremos por quién se decantan dichos lugares hasta la propia noche electoral tiene dos palabras: votantes indecisos. Pero no aquellos que se encuentran entre votar a Trump o votar a Harris –esos suponen, según el Wall Street Journal, solo un 3% del electorado– sino los que dudan entre votar o quedarse en casa. Ese parece ser el quid de la cuestión, la abstención, y hacia esa gente se han dirigido los esfuerzos de ambas campañas en las últimas semanas.
Luego están los grupos de votantes con unas características concretas a quienes los candidatos tratan de seducir descontando la ideología personal que pueda tener cada individuo. Las llamadas minorías –negros, latinos, nativos, asiáticos y demás– y aquellos que comparten origen nacional. Categorías que pueden dividirse, a su vez, en un sinfín de subgrupos; por edad, por género, por nivel de estudios, etcétera. Conseguir dar con una llave –en el caso de que exista– que pueda seducir a la mayoría de los componentes de uno de esos grupos es una tarea que tienen los asesores de los candidatos.
Los de Harris, por ejemplo, percibieron hace unas semanas que si bien el voto de las mujeres negras estaba más o menos atado, el de muchos hombres negros estaba más en el aire que hace cuatro años. De ahí que a mediados de octubre su campaña anunciara una serie de medidas económicas destinadas únicamente a ellos.
En el caso de que no consiga dar con esa llave, lo cual es habitual, lo que debe hacer el ejército asesor es tratar de no cabrear a esos grupos de votantes supuestamente compactos. Que es lo que podría haber ocurrido –lo veremos en las urnas– el pasado 27 de octubre, cuando el humorista Tony Hinchcliffe soltó en un mitin de Trump que Puerto Rico es una “isla flotante de basura”. Teniendo en cuenta que la comunidad puertorriqueña residente en Estados Unidos suma 5,8 millones de personas, y que una parte sustancial de ese porcentaje se encuentra en Pensilvania, uno de los estados bisagra, la gracia de Hinchcliffe puede salir cara.
Un grupo demográfico que puede llegar a dar un portazo en estas elecciones es el de los estadounidenses de origen árabe. Y, especialmente, los de origen palestino y libanés. La ofensiva de Israel contra Gaza, el sur del Líbano y Beirut ha hecho que muchos dentro de esa comunidad clamen contra el apoyo militar proporcionado por la Casa Blanca. Teóricamente alineados con el Partido Demócrata, buena parte de ellos podría quedarse en casa a modo de protesta el martes por la noche.
Israel, Ucrania, China y la Unión Europea
Estados Unidos es la primera potencia del mundo en toda una serie de aspectos; la economía, el poderío militar, la industria cultural, etcétera. Por eso, desde que se convirtió en potencia hegemónica hace casi un siglo, las decisiones de su gobernante afectan irremediablemente –y sustancialmente– a buena parte del globo.
Según el New York Times, que cuenta con una inmensa red de corresponsales internacionales, en Israel prefieren a Trump al considerar que el Partido Republicano es más favorable a su ofensiva contra Gaza y el Líbano. No se espera que la candidata del Partido Demócrata vaya a reducir la ayuda militar si sale elegida, pero se da por hecho que intentará presionar para que se dé un alto el fuego. Y eso, por lo visto, no gusta demasiado a una parte significativa de la sociedad israelí que considera que todavía no se ha despachado la amenaza que suponen grupos como Hamás o Hezbolá.
En Ucrania, sin embargo, temen que una presidencia de Trump obligue a Volodímir Zelenski a sentarse en una mesa de negociación con los rusos que, hoy por hoy, sería claramente desfavorable a sus intereses. Motivo por el cual en Rusia creen que el expresidente sería mejor opción que Harris pese a que Vladímir Putin ha declarado –no se sabe si en serio, en broma o simplemente por generar confusión– que prefiere lidiar con la candidata progresista.
En China la opinión de los gerifaltes del Partido Comunista parece estar dividida. Se temen las consecuencias económicas de una Casa Blanca con Trump a los mandos dado el interés que tiene el expresidente en incrementar los aranceles sobre las exportaciones chinas. No obstante, en materia estrictamente geopolítica se opina que su aislacionismo puede resultar beneficioso a la hora de estrechar el cerco sobre Taiwán y, también, a la hora de disminuir la influencia estadounidense en el Pacífico.
En cuanto a la Unión Europea, la preferencia –salvo excepciones como Viktor Orbán– parece clara: mucho mejor Harris. La preocupación, si no sale ella, es doble: económica y militar. Porque Trump también ha dicho que impondrá aranceles a los productos europeos y, en paralelo, es bien sabido lo crítico que se ha mostrado con el gasto que representa mantenerse dentro de la OTAN. De modo que, si sale elegido, cabe la posibilidad de que Estados Unidos descuide su rol dentro de la Alianza Atlántica o, incluso, termine por abandonarla.
Los vicepresidentes compiten por el alma interior
Una vez en el poder, los vicepresidentes de Estados Unidos no suelen pintar gran cosa. El mejor ejemplo de esto se encuentra en la propia Harris; su vicepresidencia a las órdenes de Joe Biden ha pasado totalmente desapercibida.
Durante la campaña, sin embargo, la elección de una mano derecha importa porque da una idea de qué parte de su mensaje quiere reforzar el candidato presidencial.
En estas elecciones el primero en escoger un lugarteniente fue Trump, quien durante la primera jornada de la Convención Nacional Republicana, celebrada a mediados de julio, se decantó por J. D. Vance. Un joven senador de Ohio muy católico, casado con la hija de unos inmigrantes procedentes de la India, que cuenta con estudios en Ciencias Políticas, Filosofía y Derecho, también con un pasado militar, y que hace unos años escribió una autobiografía titulada Hillbilly Elegy que detalla la historia de su familia y las dinámicas socioeconómicas de una de las zonas más deprimidas del país: la Apalachia.
Enmarcado dentro de lo que en Estados Unidos se conoce como la “corriente neorreaccionaria”, Vance es partidario del aislacionismo, del proteccionismo económico y de largar amarras con Europa; un continente al que considera un lastre en toda una serie de asuntos. Ultraconservador en lo social, es contrario al matrimonio homosexual, a la práctica del aborto y al consumo de pornografía.
Es cierto que Trump se ha distanciado de algunos de los postulados esgrimidos por Vance, pero su elección como mano derecha revela la importancia que otorga el expresidente a estas cuestiones.
Fue tres semanas después del nombramiento de Vance como segundo de a bordo en el ticket del Partido Republicano cuando Harris escogió al suyo: Tim Walz, el gobernador de Minnesota y hasta ese momento un gran desconocido allende las fronteras de su estado.
Antaño considerado un tipo más bien de centro, su defensa de la práctica del aborto, su afán por combatir el cambio climático, una visión económica alineada con el reforzamiento del Estado del Bienestar y sus políticas favorables a la inmigración y al movimiento LGTB le sitúan, hoy por hoy, en la margen izquierda del Partido Demócrata.
Sin embargo, también hay quien señala la importancia de su biografía en su nombramiento por parte de Harris. Y es que Walz fue profesor de instituto, entrenador de fútbol americano, veterano del Ejército (aunque exageró su rol como uniformado) y es aficionado a cazar faisanes. La quintaesencia del midwestern y un perfil muy alejado de las élites costeñas que tanta fobia generan en el interior del país.
Cierre de campaña: los temas más candentes
Hay dos temas que preocupan más que otros al común de los estadounidenses: la economía, o sea la inflación, y la inmigración.
Son dos asuntos sobre los que Trump ha hablado largo y tendido en los últimos meses, prometiendo que los aranceles que pretende imponer relanzarán la economía nacional y asegurando que los flujos migratorios que llegan a Estados Unidos van a verse severamente interrumpidos, deportaciones incluidas.
Aunque Harris ha sido bastante más tímida al respecto, y en general, de lo que ha dicho o sugerido en estas últimas semanas de campaña se advierte dureza en la política migratoria, sobre todo en lo que a la frontera con México se refiere, y medidas económicas destinadas a impulsar la clase media estadounidense. Establecer un control de precios en industrias como la de los supermercados o el sector inmobiliario, por ejemplo, o recortar impuestos hasta unos ciertos ingresos.
Por eso no es de extrañar que los últimos anuncios televisivos emitidos por ambas campañas en los siete estados clave se hayan centrado en ambas cuestiones al tiempo que se tildaba al contrario de ser un peligro en potencia para el país.
En paralelo, los mensajes procedentes de Harris han hecho especial hincapié en la defensa del aborto, un tema problemático para un Partido Republicano dividido entre los que están a favor, los que están en contra y los que se ponen de perfil conscientes de la cantidad de votos femeninos que puede llegar a mover.
Por su parte, los conservadores han puesto en el punto de mira la cuestión transexual. Abiertamente contrarios a ella, los últimos mensajes del Partido Republicano han subrayado la cantidad de dinero público gastado por los progresistas a la hora de financiar este tipo de operaciones en lugares como la cárcel. También han argumentado que la igualdad está en peligro en esferas como la deportiva, donde “se está permitiendo que hombres biológicos compitan contra nuestras mujeres”.
Por descontado, ya que a fin de cuentas hablamos de Estados Unidos, tanto Kamala Harris como Donald Trump han apelado al patriotismo de la ciudadanía para conseguir enderezar el rumbo de un país que –en esto están los dos de acuerdo– podría encontrarse en una situación mucho más alegre, optimista y prometedora.