Donald Trump recupera el trono de Washington sin contrapesos y con un mundo inclinado hacia la guerra
- El republicano ganó las elecciones y reina la certeza de que gobernará con las manos libres, con el Congreso y el Senado de su parte.
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Los presentadores de un programa de India Today TV pusieron a una cría de hipopótamo pigmeo a adivinar el próximo presidente de los Estados Unidos, a la manera del pulpo Paul en 2010, y el augurio cayó como un rayo. Donald Trump iba a ser, según el método más divertido que encontraron, el elegido por los estadounidenses para ocuparse del despacho más poderoso del mundo durante los próximos cuatro años. La cría de hipopótamo pigmeo, para frustración de los europeístas, los ayatolás y más de la mitad de los norteamericanos, acertó en su instinto. Así que Trump ganó las elecciones, las perdió Kamala Harris —sin necesidad de estirar el recuento— y reina la certeza de que el candidato de los republicanos gobernará con las manos más libres que en su primera aventura.
Algunos analistas aventajados, como Ian Bremmer, asumieron esta tendencia como la más natural, pese a los empates dibujados por las encuestas más fiables. Siete de cada diez estadounidenses están descontentos con la marcha del país, refrescó, y la mayor parte de las democracias votaron por el cambio. “Sólo su impopularidad”, remató en su cuenta de X, mantuvo a Trump como “una apuesta arriesgada”. Si la elección se disputaba en siete estados, con riesgo y sin él, se llevó el paquete completo.
No pesaron —lo suficiente— ni su divorcio con la realidad durante la pandemia, cuando llegó a sugerir que unas inyecciones de lejía acabarían con el virus, ni sus causas penales. Tampoco pesó —lo suficiente, a decir de su éxito en el voto popular— el recuerdo de sus últimas escenas como presidente. Trump perdió las elecciones, las ganó Biden, y sin embargo inició una campaña inaudita de desinformación para proyectarse como la víctima de un fraude colosal, y agitó a unas masas que terminaron por tomar el Capitolio.
Contó el periodista político Ezra Klein en su pódcast que, cuando escribió Por qué estamos polarizados, entre 2019 y 2020, detectó el agravamiento progresivo del fenómeno. En 2008, la polarización entre los demócratas y los republicanos residía, por ejemplo, en la simpatía o la antipatía por el Obamacare. En 2024, la polarización explorada por el trumpismo ha viajado más lejos: hasta cuestionar la propia legitimidad de la democracia.
A lo largo de la campaña, y bien entrada la pasada noche, Trump mantuvo las sospechas sobre el sistema. Dejó la puerta abierta, en cada momento, a impugnar el resultado si no caía de su lado. No será necesario que, en adelante, los presentadores indios recurran al hipopótamo pigmeo de nuevo para adelantarse a sus próximos pasos. La casa está ordenada a su gusto, con las dos cámaras parlamentarias bañadas de rojo, igual que el Tribunal Supremo, y ningún presidente puede ampliar su estancia más de dos mandatos, así que no hay motivo para la contención.
Si los rusos se alegran de su triunfo por acercar la rendición de Ucrania, a los iraníes les perturba: era Kamala, y no Trump, quien abogaba por un alto el fuego en Oriente Próximo. Las dudas para los europeos son más profundas. El republicano, en los últimos meses, repitió y repitió y repitió que su compromiso con la OTAN es relativo, y las palabras sobre Europa de su vicepresidente, J. D. Vance, invitan a pensar que un océano de hielo volverá a separar a Bruselas y Washington.
Hay quien cree, como Mujtaba Rahman, que los europeos reaccionaremos a golpes: nos ocuparemos de nuestra propia defensa porque no habrá más remedio. Hay quien sostiene, en cambio, que la ingenuidad conduce a esa idea: el triunfo de Trump, acompañado de una Alemania desorientada, envalentonará a los hombres fuertes, como Viktor Orbán, dispuestos a debilitar desde dentro la Unión Europea. Quién sabe. A decir verdad, no son dos realidades excluyentes.