¿Hay futuro para los republicanos antitrumpistas? Les espera una larga travesía en el desierto hasta descubrirlo
- En 2016, el movimiento Never Trump nació para evitar que el trumpismo conquistara el Partido Republicano. La victoria del expresidente en las elecciones de noviembre certifica su fracaso.
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Si hay una historia sobre fracaso político en la historia reciente de Estados Unidos esa es la del movimiento Never Trump: la minoría conservadora que lleva cerca de una década peleando por librar al Partido Republicano del trumpismo y que, lejos de conseguirlo, cada día es un poco más irrelevante que el anterior.
El origen del movimiento se remonta a las primarias del 2016, cuando una veintena de republicanos –liderados por el comentarista conservador Erick Erickson, el asesor Bill Wichterman y el empresario Bob Fisher– se reunieron en un club privado de Washington con una hoja de ruta que consistía en dos puntos: evitar que Donald Trump consiguiese ser el candidato del Partido Republicano a la presidencia del país en las elecciones de aquel año y, si terminaba consiguiéndolo, estar preparados para impulsar una candidatura independiente “liderada por un verdadero conservador”. Y desde ahí recuperar el partido. O refundarlo.
Resumiendo: la misión de los que pronto empezarían a ser conocidos como Never Trumpers no era otra que mantener separados, y a una distancia prudencial, el trumpismo del conservadurismo. Para ello montaron dos organizaciones políticas –Our Principles y Club for Growth– a través de las cuales destinaron cerca de 25 millones de dólares a financiar campañas de publicidad contra Trump.
Fallaron. Estrepitosamente, además. En la Convención Nacional Republicana que se celebró en Cleveland aquel mes de julio, Trump se erigió como el candidato del partido tras conseguir el 70% de las papeletas. Entonces los Never Trumpers se dividieron entre quienes optaron por apoyar a Hillary Clinton en las elecciones presidenciales y los que buscaron elevar algún nombre alternativo dentro del conservadurismo como Mitt Romney o Condoleezza Rice. La idea era restarle votos a Trump dentro de la bancada derechista. No sirvió de nada. Cuatro meses después, Trump conseguía hacerse con las llaves de la Casa Blanca tras derrotar a Clinton.
We are going to fight these appointments. Every one of them.
— The Lincoln Project (@ProjectLincoln) December 3, 2024
Aunque el movimiento Never Trump sufrió muchas defecciones tras la victoria de Trump, sobre todo entre cargos electos que vista su popularidad concluyeron que necesitaban su apoyo para salir reelegidos en sus respectivos feudos, no fueron pocos quienes decidieron alinearse con la oposición y empezar a trabajar por su derrota en 2020.
Englobados en organizaciones como National Republicans, Republicans for a New President, Republicans for the Rule of Law o el famoso Lincoln Project, los Never Trumpers llegaron a las primarias del 2020 con propuestas inspiradas en las presidencias de Ronald Reagan y George H. W. Bush.
Su eco, empero, resultó anecdótico. El movimiento Never Trump ocupó unas cuantas páginas en la prensa progresista o centrista –en periódicos como The Washington Post o revistas como The Atlantic– pero, tal y como demostraron unas primarias en las que arrasó Trump, apenas penetró en el Partido Republicano. De modo que, una vez más, optaron por hacer campaña contra él.
La victoria de Joe Biden, el candidato más centrista de todos los presentados por el Partido Demócrata y alguien con fama de entenderse con el establishment conservador, fue ampliamente celebrada por los Never Trumpers. Los más cautos, sin embargo, advirtieron de un dato muy preocupante para sus intereses: Biden había ganado las elecciones del 2020, sí, pero gracias a ser el presidente con más votos en la historia de Estados Unidos. Trump –la segunda persona más votada en la historia del país solo por detrás del propio Biden– había perdido sacando 11 millones de votos más que en 2016. Su popularidad, en fin, se encontraba en máximos históricos.
Ese buen resultado fue el que hizo que, tras los comicios, se especulara largo y tendido sobre el futuro de Trump. Los detractores más optimistas apostaron por una secuencia de condenas y sus consiguientes estancias en prisión. Los detractores moderados dijeron sentirse satisfechos si el magnate neoyorquino volvía a sus asuntos; les preocupaba la buena salud del trumpismo, pero confiaban en que sin su fundador al frente podía ser doblegado y el Partido Republicano recuperado. Un tercer sector, el de los detractores pesimistas, sospechaba que Trump volvería a presentarse.
Efectivamente. Tras anunciar su intención de regresar a la Casa Blanca, el expresidente se preparó para el baño de masas de las primarias. En esta ocasión, sin embargo, emergió un bastión de resistencia desde dentro del propio Partido Republicano liderado por Nikki Haley, antigua gobernadora de Carolina del Sur y la embajadora de Estados Unidos ante las Naciones Unidas durante parte del primer mandato de Trump.
Haley mantuvo el pulso hasta marzo del 2024, un periodo durante el cual se mostró bastante crítica con las formas de Trump, pero viendo que su candidatura se desinflaba conforme avanzaban las primarias terminó por anunciar su retirada y, para disgusto de los Never Trumpers que habían apoyado su candidatura, declaró que votaría por Trump en las elecciones.
De modo que, por tercera vez consecutiva, a los conservadores críticos con Trump solo pareció quedarles una única opción en las urnas: el Partido Demócrata.
¿Un partido atrapa-todo?
Biden, ya octogenario, apenas levantó esperanzas entre ellos. Principalmente porque, como tantos otros estadounidenses, lo veían como un caballo perdedor. Sin embargo, cuando un mes después del desastroso debate que mantuvo con Trump el todavía presidente anunció su retirada y cedió el testigo a Kamala Harris, sus ánimos se elevaron.
Primero, por la recuperación del Partido Demócrata en las encuestas tras la llegada de Harris a la primera línea de la política. En segundo lugar, por la distancia que se empeñó en poner con ciertas declaraciones izquierdistas realizadas años antes y los constantes guiños al centro del espectro político. Y, en tercer lugar, por la construcción de puentes con el entramado conservador contrario a Trump. O sea: con ellos.
Esto último se evidenció cuando Harris invitó a Liz Cheney, ex congresista del Partido Republicano, hija del controvertido vicepresidente Dick Cheney y una ferviente derechista que había votado a Trump en el pasado, a figurar junto a ella en varios actos de campaña.
Cheney había largado amarras con el trumpismo, y por extensión con el actual Partido Republicano, después del asalto al Capitolio del 6 de enero del 2021. El hecho de que Harris la quisiese incluir en su campaña no solo demostró a los Never Trumpers la intención del Partido Demócrata de acoger a los conservadores disidentes elevando, así, las opciones de ganar la presidencia. También dejó en el aire la siguiente pregunta: ¿si gana Harris tendremos hueco en su partido? Quizás, pensaron algunos, la recuperación del Partido Republicano pasaba por convertir primero al Partido Demócrata en una formación atrapa-todo. Un partido de coalición.
Heath Mayo, un conocido activista conservador y fundador del grupo de presión Principles First, lo enunció de la siguiente manera: “Ese grupo de votantes conservadores se está haciendo notar, está apareciendo en los mítines, y se está organizando en varios estados. Creo que el movimiento Never Trump podría tener más fuerza si es el responsable de asestar un golpe de gracia al trumpismo en lugares como Pensilvania o Arizona”. Es decir: “Si se da una victoria habrá que ver cómo utilizar esa influencia política, cómo hacer que el Gobierno de Harris vire en nuestra dirección”.
Esas y otras proyecciones semejantes se esfumaron en las primeras horas de la mañana del pasado 6 de noviembre, cuando quedó claro que Trump había ganado con solvencia las elecciones enviando tanto al Partido Demócrata como al movimiento Never Trump al rincón de pensar.
¿Y ahora qué? La sensación generalizada entre los Never Trumpers se podría resumir en una suerte de pesimismo melancólico. Scott Reed, uno de los estrategas más conocidos del Partido Republicano, declaró hace unos días que los conservadores críticos con Trump tendrían que volver a la cueva e hibernar durante, por lo menos, unos cuantos años.
El excongresista Joe Walsh, uno de los republicanos más críticos con Trump a lo largo de los años, se muestra todavía más categórico que Reed. Entrevistado por la revista Politico al respecto, declaró que la reelección de Trump demuestra que la reforma del Partido Republicano es una quimera. Que los Never Trumpers harían bien en asumir la realidad, por muy amarga que sea, y pasar página.
“Ahora solo nos quedan dos opciones”, explicó. “Lanzar piedras contra el nuevo Gobierno y ser una especie de grupo en el exilio tratando de erosionar el trumpismo todo lo posible pese a saber que jamás podremos regresar, o pasar a engordar abiertamente las filas del Partido Demócrata”. O sea: revivir las proyecciones hechas poco antes de las elecciones, pero no desde el triunfalismo que imperaba entonces sino desde la resignación de quien no tiene otro sitio al que ir.