Elon Musk, en un acto de campaña de Donald Trump

Elon Musk, en un acto de campaña de Donald Trump Reuters

EEUU

Los demócratas acusan a Elon Musk de imponerse a Trump y forzar un cierre del gobierno federal en plenas Navidades

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Todo estaba preparado para aprobar un nuevo techo de gasto que permitiera seguir funcionando al gobierno federal estadounidense. El "speaker" de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, había logrado convencer a sus colegas republicanos de las bondades de un plan pactado con Donald Trump y que limitaba las inversiones sin dejar en suspenso los pagos. Sin embargo, en el último momento, varios congresistas del espectro más radical de la derecha alternativa estadounidense decidieron desoír a su líder y votaron en contra de la propuesta, obligando a una nueva votación.

La inesperada rebelión contra Trump no era tanto una cuestión de retar su poder como un asunto puramente ideológico: en Estados Unidos, hay millones de personas que creen que el estado no debería existir y que odian Washington como concepto de una soberanía compartida. Ese individualismo, que en Europa nos resulta tan excesivo, es moneda común en una sociedad en la que son las comunidades, antes que los estados o el país en general, las que tienden a organizarse entre sí.

Estos ciudadanos prefieren que el estado cierre a que gaste en exceso el dinero que ganan cada día. Es normal, por lo tanto, que sus congresistas piensen de manera parecida. El asunto es que Johnson logró mitigar los daños con un Plan B que sí parecía tener el consenso incluso de los más exaltados, aunque eliminaba a la gran mayoría de demócratas de la ecuación.

De nuevo con el apoyo de Trump detrás, dicho Plan B iba a ser aprobado este jueves cuando Elon Musk entró en erupción en su red social, X. En apenas diez minutos, publicó decenas de posts criticando la reforma e insistiendo en lo que él mismo había declarado en un mitin de campaña: "Todo gasto del gobierno es un impuesto... están dilapidando vuestro dinero y el Departamento para la Eficiencia en el Gobierno lo va a remediar".

Dicho departamento, que el multimillonario dirigirá junto a otro multimillonario, Vivek Ramaswamy, tiene como objetivo "regular" los gastos superfluos, pero en realidad parece encaminado a acabar con todo tipo de inversión estatal, incluyendo sanidad, salarios de los funcionarios, educación y un largo etcétera.

Musk ha asegurado varias veces que su idea es despedir a más de la mitad del funcionariado estadounidense y dar largas excedencias al resto para que se busquen la vida en el sector privado. No parece que haya nadie dispuesto a pararle los pies.

Dos hombres y un destino

El caso es que el Plan B de Johnson terminó por ser rechazado también en la Cámara. Musk le había ganado la batalla a Trump, quien había publicado pocas horas antes en su propia red social, Truth, un mensaje pidiendo a todos los congresistas, republicanos y demócratas, que votaran "sí" al nuevo paquete. El precedente es peligroso.

Bernie Sanders, el carismático senador por Vermont, acusó al Partido Republicano de dejar que "un multimillonario decida por todos cómo gobernar Estados Unidos". Otros miembros del Partido Demócrata se unieron a las críticas en el mismo sentido.

Lo que sabemos de Musk es que es un hombre obsesivo y compulsivo. Lo quiere todo y lo quiere ya y cuando empieza algo no para hasta terminarlo. En algunas ocasiones, eso ha acabado bien y en otras, no tanto. La pasión que ha mostrado por la política en los últimos tiempos no parece que se vaya a detener en un puesto tan menor en la administración Trump. Hablamos de alguien que tiene muchísimo más dinero que su jefe, que es casi treinta años más joven... y que financió buena parte de su campaña.

Tanto en el Partido Republicano como en el movimiento MAGA -si es que pueden diferenciarse- hay verdadera confusión acerca de qué rueda seguir. A los votantes, como decíamos, todo lo que sea anti-gobierno federal les suena bien, aunque pueda perjudicarles en plenas vacaciones de Navidad, con el cierre de todos los espacios públicos, la suspensión de las ayudas y el aplazamiento del pago de los salarios, algo que afectaría a cientos de miles de familias.

A los propios congresistas, el atractivo de Musk tiene que ver con su dinero... y con su popularidad. Musk tiene 208 millones de seguidores en X; Donald Trump, menos de la mitad. Nadie quiere ganarse la enemistad del magnate sudafricano de cara a las elecciones legislativas de 2026. Musk puede ponerte una cruz o puede elevarte a los altares. Tiene público y dólares suficientes para ello. El asunto es hasta dónde va a llegar su ambición y cómo va a llevar Trump que alguien intente hacerle sombra.

En todas las salsas

Porque el hecho es que Trump siempre ha destacado por su enorme ego. Tener a Musk como seguidor le parecía un halago y que formara parte de su administración, un poderoso activo. Ahora bien, el empeño por estar en todas las salsas -la llamada a Zelenski, la presión sobre los congresistas, el apoyo a la neonazi Alternativa por Alemania de cara a las próximas elecciones germanas- puede resultar molesto. Trump no está acostumbrado a algo así y cuando ha sucedido algo similar lo ha ventilado con un despido que ahora tendría que pensarse dos veces.

Tampoco sabemos qué pensará el resto de la nueva administración, empezando por el vicepresidente electo J.D. Vance, que parecía destinado a ser la mano derecha de Trump hasta que Musk entró en ebullición. ¿Hasta dónde llegará su influencia? ¿Mandará más en política exterior que el secretario de Estado? ¿Querrá limitar también los gastos del secretario de Defensa? ¿Se encargará en primera persona de las medidas económicas del país en vez de los responsables designados por Trump?

Una vez que un huracán ha cogido fuerza es muy difícil frenarlo, solo cabe agarrarse fuerte y esperar a que amaine. El problema con Musk es que no amaina nunca. Tal vez Trump pensó que podía controlarlo porque le recordaba a él, pero Musk no entiende de acuerdos ni de negociaciones, sino de ocurrencias y genialidades.

Recientemente, publicaba en su perfil una foto en la que presumía de hacer lo que nadie se atreve a hacer. También parecía apoyar una solución por la que cada partida presupuestaria se votara por separado. Puede que, al final, esa medida sea la que salve al gobierno federal del cierre.

Lo que está claro, en cualquier caso, es que no es una medida que parta del presidente en funciones, Joe Biden, ni del presidente electo, Donald Trump. Es una circunstancia inédita en la política estadounidense, donde parecen coincidir tres ejecutivos distintos con distintas posiciones y distintos discursos. Si Musk tiene paciencia, puede prosperar al lado de Trump y crecer en popularidad dentro de su base de votantes. Ahora bien, si Musk tuviera paciencia no habría llegado a donde ha llegado. Y no es el único que lo sabe.