Cada mes, cuando le venía la menstruación, la joven nepalí Tulasi Shashi, de 18 años, era enviada a la choza donde su tío guardaba las vacas. Durante los días que duraba el período, su familia la obligaba a permanecer encerrada junto al ganado, como si de un ejemplar más se tratase, viviendo en las mismas condiciones que los animales.
Dormía allí, encima de unas tablas de madera colocadas en el suelo, de acuerdo con una tradición de Nepal conocida como chhaupadi, una práctica especialmente habitual en las zonas rurales del país que obliga a mujeres y niñas a abandonar su hogar mientras tienen la regla. Esta añeja cultura las considera impuras, perjudiciales para el hogar y fuente de mala suerte, por eso son “desterradas” durante el sangrado.
Un jueves por la noche, Sashi permanecía en la choza cuando una serpiente venenosa reptó hacia la estancia y le mordió. Su madre, entonces, la llevó ante un chamán que nada pudo hacer por ella. Más tarde fue trasladada a una clínica de salud, donde desgraciadamente no contaban con el antídoto. La joven murió esa misma noche, una tragedia que tuvo lugar el mes pasado, según The New York Times.
En diciembre, Roshani Tiruwa, una adolescente de 15 años, también fue víctima de las condiciones deplorables y peligros a los que son expuestas las mujeres de esta parte del mundo. Ella se asfixió en una chabola de barro y piedra mal ventilada, después de encender un fuego intentando mantenerse caliente.
Mientras están excluidas, las mujeres tienen prohibido “el contacto con sus familias, o incluso que les traigan comida”, cuenta Heather Barr, investigadora de Human Rights Watch (HRW), a este periódico. Las condiciones higiénicas en las que tienen que permanecer son funestas, lo que aumenta peligrosamente el riesgo de contraer infecciones. Por si fuera poco, corren el riesgo de sufrir algún tipo de abuso sexual o ser atacadas por animales salvajes.
“Una práctica consagrada en el tiempo”
El chhaupadi es una costumbre que lleva realizándose en Nepal desde tiempos inmemoriales, especialmente en las regiones del oeste del país, las más remotas y azotadas por la pobreza. Estas zonas “han sido sistemáticamente abandonadas por el Gobierno de Nepal”, por lo que la desregulación estatal ha provocado que esta práctica sea “consagrada en el tiempo”, según Barr.
Este hábito socava inconmensurablemente la capacidad de las mujeres y niñas de hacer una vida normal, incapacitándolas para lograr sus metas y contribuir a sus familias, dice la investigadora. La experiencia las “perturba toda su vida”, pues son “exiliadas de sus hogares”. Una tradición vejatoria para las mujeres que, en función de cada comunidad y de cada familia, pueden ser más o menos días los que pasen confinadas en los cuchitriles.
“Los ancianos no quieren escucharnos, así que esta tradición continúa. Me siento mal por tener que quedarme en una choza, pero tenemos que escucharlos y respetarlos. Aunque no me gusta, tengo que hacerlo”. Son las palabras de Parvati L., una mujer nepalí cuyo testimonio recogió Barr durante su estancia en Nepal.
“No se me permite entrar en la casa. Tengo platos y cuencos separados. Me traen comida porque no puedo cocinar. Cualquier persona puede venir y hacerme cualquier cosa. No es seguro”, narraba Parvati. “Las nuevas generaciones, más educadas, suelen tener una habitación separada en el hogar para las mujeres durante la menstruación, no una habitación en el exterior. Aun así esta costumbre persiste, pues los ancianos insisten en continuar”, sentenciaba.
Tom Palakudiyil, de la ONG WaterAid, que trabaja para proporcionar agua y condiciones salubres en Nepal, explica que “la tradición está profundamente arraigada en la cultura de muchas comunidades, por lo que necesitamos entender y abordar la causa raíz para lograr un cambio sostenible”. Además, destaca la relevancia de la educación para terminar con este estigma y “la provisión de agua potable, sanidad, e higiene para que las mujeres tengan seguridad y dignidad”.
Castigado por ley, aceptado por tradición
Hace una semana el Parlamento de Nepal tomó cartas en el asunto después de que diferentes medios de comunicación internacionales denunciaran la muerte de las dos jóvenes en menos de un año. Según la nueva ley, cuyo objetivo es mejorar la seguridad de las mujeres nepalíes, cualquier persona que obligue a cumplir el chhaupadi se enfrentará a una pena de tres meses de prisión y a una multa de 3.000 rupias nepalíes (25 euros). Según datos del Banco Mundial, el salario medio nepalí es de unos 625 euros.
Diferentes activistas sociales han dado la bienvenida a la nueva ley como un paso positivo para frenar esta práctica, aunque consideran que las autoridades deben ser exigentes en su cumplimiento. “La comunidad y los defensores de los derechos de las mujeres deben permanecer vigilantes y condenar cualquier caso de chhaupadi”, dijo Renu Rajbhandari, jefe de la Alianza Nacional para los Defensores de los Derechos Humanos de la Mujer, en declaraciones recogidas por Reuters. “Tal vigilancia obligará al Gobierno a hacer cumplir estrictamente la ley”, aseguró.
“La nueva ley es un paso importante”, observa Barr, la investigadora de HRW. No obstante, ya en 2005, la Corte Suprema prohibió esta costumbre. Una medida que quedó en agua de borrajas, ya que aún a día de hoy se sigue practicando esta arcaica costumbre. “Para que la nueva ley sea eficaz, debe ir acompañada de un amplio esfuerzo por parte del Gobierno y de la educación pública para cambiar las tradiciones y normas sociales vigentes”, defiende Barr.
Esta no es la única forma de discriminación que parecen las mujeres y niñas de Nepal. En este país, “el matrimonio infantil está a la orden del día, las tasas de analfabetización de ellas es muy elevado y la alta mortalidad materna es un problema grave”, a lo que hay que sumar la “falta de protección de las mujeres contra la violencia de género y las leyes discriminatorias sobre el derecho de las mujeres a transmitir la ciudadanía a sus hijos”, denuncia Barr.