Cuando quedan sólo cinco semanas para que empiecen los Juegos Olímpicos de invierno en Corea del Sur, y tras rechazar por varias veces las llamadas al diálogo por parte del vecino del sur, el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-Un, ha dado un giro inesperado y dice, ahora, que está dispuesto a hablar.
En su discurso de Año Nuevo, tras un año en el que centró sus esfuerzos en su armamento nuclear y los lanzamientos de misiles, Kim Jong-Un ha tendido la mano a Corea del Sur. El presidente dijo que estaba considerando enviar una delegación a los Juegos Olímpicos de invierno, que se celebran en Corea del Sur en febrero, y añadió que las dos partes "deberían reunirse urgentemente para discutir la posibilidad". Seúl aceptó y propuso incluso fecha para el encuentro: el 9 de enero.
El presidente de Corea del Sur, Moon Jae-In, que apuesta por mejorar sus relaciones con su vecino del norte, afirmó que veía la oferta como una "oportunidad pionera" para mejorar las relaciones, aunque también sostuvo que el programa nuclear del norte tendría que ser la base de cualquier discusión deportiva.
Desde Estados Unidos, Donald Trump consideró que la propuesta de Kim Jong-Un era una muestra de que las sanciones "y otras presiones" impuestas a Pyongyang estaban empezando a tener un impacto. "Quizás sean buenas noticias, quizás no, ya veremos", escribió en Twitter.
Y es que la oferta de Kim Jong-Un, más que en un interés por la paz puede basarse en el intento de romper las relaciones y la alianza militar entre Corea del Sur y los EEUU: en el mismo discurso en el que ofreció el dialogo a Seúl, resaltó su capacidad para atacar a EEUU con un arma nuclear.
La propuesta de diálogo se basa en la línea que lleva persiguiendo Kim Jong-Un desde hace años: que los surcoreanos deberían abandonar la interferencia de potencias externas que se han beneficiado de mantener la división peninsular y unirse a compatriotas norcoreanos para lograr una independencia nacional. Este esquema es incompatible con la campaña de presión internacional de EEUU para administrar el programa nuclear del Norte y con la alianza con los EEUU, en la que el Sur se apoya para protegerse.
Así, la táctica de Kim apelaría directamente a los objetivos de Moon, forzando una elección estratégica: unas Olimpiadas pacíficas o la alianza con los Estados Unidos. En su propuesta de diálogo, Kim criticó explícitamente a Corea del Sur por "unirse a Estados Unidos en sus movimientos temerarios para una guerra nuclear dirigida al norte" y solicitó la suspensión de "simulacros de guerra nuclear conjuntos que realizan con fuerzas extranjeras", en referencia a los simulacros militares que Corea del Sur y los EEUU realizan periódicamente.
La oferta de dialogo es un claro recordatorio de que, a pesar del éxito internacional de Corea del Sur como una de las principales economías mundiales, el país sigue atrincherado por su vecino del norte. Expone las debilidades de Moon y las limitaciones diplomáticas y políticas de Corea del Sur, especialmente cuando Kim Jong-Un intenta generar fricción con Trump.
Un eventual diálogo, a espaldas de Washington, subrayaría también las diferencias entre la Casa Blanca y Seúl sobre la solución a la crisis con Pyongyang, dividida entre las políticas de mano dura de Trump y los llamados a la paz de Moon.
Una vez que Pyongyang ve su programa de misiles como parte de su proyección geoestratégica y que EEUU no contempla una salida a la crisis sin la renuncia de Corea del Norte al armamento nuclear, la posibilidad de una solución a las tensiones es lejana.