El mayor muro del mundo asfixia a Bangladesh
El Gobierno indio está construyendo un muro que, una vez completado, será más largo que los de México, Palestina y Berlín juntos
10 junio, 2018 00:50La India y Bangladesh comparten una de las mayores fronteras del mundo: 4.100 km. A pesar de que la mayor parte de esta frontera transcurre a lo largo de la Bengala india, una región que comparte idioma y cultura con Bangladesh, el Gobierno indio está construyendo un muro que, una vez completado, será más largo que los de México, Palestina y Berlín juntos, y que dificultará cada vez más el tráfico de personas y mercancías en todas las zonas afectadas.
La parte ya completada de este “muro de la vergüenza” -como lo llama la prensa bangladeshí- consiste hasta ahora en unos 3.200 kilómetros de vallas metálicas de unos tres metros de altura y electrificadas en algunos tramos, además de 25 torretas de vigilancia. Sin embargo, en las zonas en que la frontera la marca el río Brahmaputra, que cambia de curso frecuentemente, resulta imposible establecer estructuras permanentes. El BSF, un cuerpo militar fronterizo del Ejército indio encargado de la vigilancia fronteriza, se ve incapaz de controlar de manera efectiva los pasos terrestres y tampoco tiene fácil acceder a áreas donde el terreno pasa de ciénagas a torrentes en cuestión de horas cuando llega el monzón. Además, según denuncian desde hace años los medios locales, los militares aprovechan la situación para exigir sobornos a quien desee cruzar al otro lado, tanto si pretenden traficar con drogas como si son familias de emigrantes o granjeros.
Según denuncian las organizaciones humanitarias que operan en la región, el flujo de personas sin papeles y de contrabando entre ambos países no ha disminuido, sólo han cambiado los procedimientos. Por ejemplo, la venta de ganado vacuno indio se llevaba a cabo tradicionalmente de manera extraoficial según un acuerdo tácito, para evitar las trabas burocráticas que las leyes indias imponen a la venta de carne de vaca para consumo humano.
Sobornos en la frontera
Bangladesh, de mayoría musulmana, ha sido durante décadas el receptor de esta mercancía. Si antes se hacía la vista gorda por pura conveniencia, la población local se queja de que en los últimos tiempos el único requerimiento consiste en sobornar a los agentes fronterizos. La prensa de ambos países se hace eco rutinariamente de “operaciones internacionales contra el tráfico ilegal” cuyos resultados no suelen tener más trascendencia que unas bolsas de dinero falso enterradas en algún punto de la frontera, unos alijos de poca monta o algún grupo pequeño de inmigrantes ilegales.
“El dinero no cruza la frontera a pie, sino volando entre los despachos”, escribía un periodista hace poco en el periódico Bangladesh Today. Hace unos meses, uno de los jefes militares del BSF fue arrestado con unos 60.000 euros en rupias que supuestamente procedían de sobornos.
El entramado de corrupción y violencia que se ha levantado paralelamente al muro ha costado la vida a más de mil personas en los últimos años a manos del BSF indio. Según la versión oficial, se trataba de delincuentes violentos, traficantes a gran escala e incluso terroristas islámicos que planeaban atacar a la India, pero episodios como el asesinato de Feleni, una joven de 15 años que regresaba a pie a su casa en Bangladesh y que fue abatida a tiros por el BSF ponen en cuestión la manera en que se llevan a cabo las misiones de vigilancia del BSF.
Emergencia nacional
Precisamente para atajar el tráfico y consumo de drogas, una situación que han calificado de emergencia nacional, las autoridades bangladeshíes han iniciado en las últimas semanas una violenta campaña de exterminio de delincuentes al estilo de la de Rodrigo Duterte en Filipinas.
En poco más de diez días, el Gobierno de la primera ministra Sheikh Hasina ha ejecutado a más de 130 personas y ha detenido a unas 13.000. Los juicios sumarísimos los llevan a cabo equipos judiciales que viajan en furgonetas y que ejercen como juzgados ambulantes. La difusión de las imágenes de las víctimas, algunas de las cuales han sido identificadas como periodistas u opositores al régimen no han hecho rectificar a Hasina, quien ha afirmado que su misión es “salvar al país de las garras de la droga” y que seguirá adelante con la operación porque es “una mujer que acaba lo que empieza”. La llamada “guerra contra la droga” se ha revelado más como una operación armada en la que solo hay un bando disparando.
Adictos a la 'yaba'
La droga que domina el mercado ilegal en las calles de Daca es la llamada “yaba” (pastilla loca en argot bengalí) que se vende a bajo precio con el nombre popular de “botón”. Se trata de píldoras de color rosáceo formadas por un compuesto de meta-anfetamina y cafeína que hace años se administraba a los caballos para hacerles trabajar más tiempo. Se estima que hay unos cinco millones de adictos a esta droga en Bangladesh y su consumo se está extendiendo a otros países asiáticos. Según denuncian algunos periodistas del país, los verdaderos “capos” de la yaba son personas muy cercanas al Gobierno que cuentan con su protección y que no piensan permitir la competencia de carteles independientes.
Bangladesh es uno de los países más poblados de la Tierra, con casi 170 millones de habitantes, y la pobreza en que vive gran parte de la población no hace sino acentuar los problemas derivados de situaciones como la del “muro de la vergüenza” o la adicción a las drogas. El país está disfrutando de un crecimiento económico sin precedentes desde hace años, pero los beneficios de esta bonanza no alcanzan por igual a todos los ciudadanos.
El caso del derrumbe del edificio Rana Plaza, en las afueras de la capital, donde murieron más de 1.100 personas que trabajaban en talleres textiles de marcas occidentales sin que se respetaran las medidas de seguridad, puso de manifiesto las condiciones en que viven muchos ciudadanos bangladeshíes. Incluso en la India, son considerados mano de obra barata y vulnerable, a pesar de lo cual millones de ellos siguen intentando cruzar la frontera en busca de un futuro menos malo, aunque sea jugándose la vida a través del muro.
Por si fuera poco, Bangladesh es la nación que más va a sufrir con el cambio climático, pues perderá una cuarta parte de su territorio antes del fin de este siglo con el levantamiento del nivel del mar. La mayor parte de su territorio, situado al nivel del mar, se encuentra en el delta de la desembocadura de los caudalosos ríos Brahmaputra y Ganges, una circunstancia que acentúa la presión demográfica de una nación con el tamaño de Grecia y una población como la de Rusia y Australia juntas. La industria está poco desarrollada y el 16% de la población posee el 60% de los cultivos, lo que hace que muchas familias se vean limitadas a la agricultura de subsistencia.
Además, los campamentos de rohingya instalados en Cox´s Bazar, un enclave al este del país, se encuentran en una situación muy difícil de cara a la inminente llegada de los monzones. Los asentamientos, donde se hacinan unas 700.000 personas, están rodeados por 27 puestos militares del Ejército de Bangladesh que impiden cualquier movimiento fuera del área designada. Los meses que llevan allí asentados los campos de refugiados han desgastado el terreno y lo han dejado sin vegetación que asiente el subsuelo con sus raíces. Las chabolas hechas de chapa y cartón, advierten las agencias de asistencia humanitaria, no podrán aguantar un eventual corrimiento de tierras y cuando lleguen las inundaciones se pude producir una tragedia de proporciones dantescas.
Cada año, las inundaciones se comen unos cuantos kilómetros cuadrados del territorio bangladeshí y al mismo tiempo, aparecen nuevas islas (llamadas “char”) hechas del barro arrastrado por los ríos. Los mapas en este país no tienen tanto sentido como en otros lugares del globo, y la silueta de Bangladesh aparece deshilachada, disolviéndose en la Bahía de Bengala año tras año. Como ironizaba un chiste gráfico en un periódico de Daca, el muro indio al menos ha proporcionado a Bangladesh una frontera estable e inamovible.