El “tercer sexo” en Asia: reconocido pero discriminado
Pueden votar, abrir cuentas bancarias o ser admitidos en hospitales, pero normalmente se ve obligado a vivir en comunidades cerradas parecidas a las mafias.
8 julio, 2018 01:05Hace cuatro años, Madhu Kinnar se ensuciaba los pies bailando sobre el barro y la basura en las calles de su ciudad para ganarse la vida: como muchos otros “hijra” de la India, se ganaba la vida como bailarín travestido cuya presencia en bodas y bautizos atrae la buena suerte. Un año después, Madhu se convirtió en el alcalde de Raigad (150.000 habitantes) y una de sus mayores preocupaciones desde entonces es mantener las calles libres de basura y heces y construir aceras.
La historia del primer alcalde transexual de la India tiene un final feliz y ha sido saludado como un símbolo de la integración social que los hijra han alcanzado en un país donde practicar la homosexualidad sigue estando penado por una ley de 1861. Es cierto que, mientras Europa y el resto del mundo celebran el Día del Orgullo Gay como una jornada simbólica de lucha por los derechos civiles y sexuales de la comunidad LGBT, únicamente en países como la India, Nepal, Bangladesh o Pakistán las personas transexuales gozan de un reconocimiento legal explícito: desde hace unos diez años, en estos países se admite que los ciudadanos declaren pertenecer a un “tercer sexo” en sus pasaportes y documentos oficiales.
De esta manera los llamados “hijras”, que es como se les conoce, pueden votar, abrir cuentas bancarias o ser admitidos en hospitales sin los problemas de discriminación que antes acarreaba su condición. Fuera de Asia, sólo en Australia, Nueva Zelanda y parte de Canadá se reconoce la existencia del “tercer sexo”.
La realidad es más compleja y a pesar del gran avance que supuso reconocer al “tercer género” de los documentos oficiales, el aproximadamente millón de hijra que viven en el sur de Asia se enfrentan al rechazo, la incomprensión y el miedo de gran parte de la sociedad. Por ejemplo, un hijra (palabra que podría traducirse por “eunuco” o “emasculado”), no puede casarse o matricularse en ninguna escuela o universidad estatal y normalmente se ve obligado a vivir en comunidades cerradas parecidas a las mafias, con cabecillas a los que consideran su gurú o líder. Cada gurú está casado simbólicamente con sus discípulos y recibe dinero de ellos a cambio de protección y un lugar en el grupo.
Hay toda una cultura hijra semisecreta, llena de extraños rituales e incluso con sus propias deidades. Desde la ceremonia del “renacer”, cuando al hijra se le castra para que pase a pertenecer definitivamente a ese mundo tras cuarto días de total aislamiento, hasta el funeral, donde el gurú incinera de noche y en privado el cuerpo del hijra y pide a los dioses que le reencarnen con un sexo definido, la vida de estas personas esta´rodeada por el misterio y el mito. No en vano se les considera seres casi demoníacos que no pertenecen al orden natural y que pueden lanzar maldiciones o atraer bendiciones.
El miedo que despiertan les aleja, por un lado, de la sociedad “normal”, y por otro lado les protege de agresiones y sirve para proporcionarles un modo de vida, pues la mayoría de ellos se dedican a actuar en celebraciones, a la mendicidad o a la prostitución. Es frecuente que un grupo de hijra se cuele en los trenes de largo recorrido para pedir que los pasajeros hagan una colecta suficiente para contentarles, pues de lo contrario una maldición hijra podría atraer a los djinns (demonios) y provocar un accidente. Por otro lado, algunos hombres prefieren frecuentar prostíbulos de hijra en lugar de mujeres porque piensan que de esta manera no engañan a sus esposas al no estar con otra mujer.
Rose Venkatesan es otra excepción entre los transexuales del sur de Asia. Aunque asegura que siempre se sintió una mujer, no consumó su cambio físico con una operación de cambio de sexo hasta que rondaba los 30 años. Para entonces ya había completado sus estudios de ingeniería biomédica en Estados Unidos, a donde viajó cuando era un adolescente asfixiado por la atmósfera intolerante de Tamil Nadu, su región natal. De vuelta a la India llegó a presentar un programa de televisión de gran audiencia y en varias emisoras de radio, pero su familia nunca ha aceptado su condición e incluso sufrió palizas y encierros cuando les dijo que era una mujer. En su opinión “las personas que han viajado son más comprensivas y tolerantes, pero la India es un país de mentalidad rural y todo lo relacionado con el sexo es tabú y por tanto a la gente le da miedo enfrentarse a ello, tenerlo delante”.
En 2016 se celebraron más de 1.600 juicios en la India por infringir el artículo 377 del Código Civil, que penaliza cualquier acto sexual “contrario al orden natural”. Esto incluye el sexo fuera del matrimonio, entre homosexuales, la masturbación o cualquier práctica que no esté encaminada a la procreación. Si bien en 2009 la Corte Suprema de Delhi declaró anticonstitucional esta ley, cuatro años más tarde el Tribunal Supremo de la India invalidó esta resolución y la ley volvió a aplicarse. Para la comunidad hijra, sin embargo, los cambios en la legislación son algo casi ajeno para ellos, y la verdadera batalla está en conseguir que se les respete en vez de temerles y que se les acepte en vez de tolerarles. “Siempre hemos estado cerca pero fuera de la sociedad”, asegura Pinky (nombre cambiado) en exclusiva a EL ESPAÑOL.
“Los hijra guardábamos los harenes de los emperadores mogoles y éramos los confidentes de las princesas. Malik Kafur fue un eunuco que de ser un esclavo llegó a convertirse en general del sultán de Delhi en el siglo XIV. Hay menciones a hijras en el Mahabharata (uno de los dos grandes libros sagrados del Hinduísmo). Los hijra siempre hemos estado aquí, pero casi siempre hemos sido invisibles. Llegará el momento de que nos vean tal como somos, pero yo y mi generación de momento preferimos seguir en la sombra.”
En recién publicado libro “El ministerio de la felicidad suprema”, la escritora india Arundhati Roy cuenta la historia de una mujer transexual que, tras pasar 40 años viviendo en la comunidad hijra de Delhi, decide “reintroducirse” en la sociedad y termina viviendo en un cementerio al que convierte en una casa de huéspedes para otros hijra, fugitivos, drogadictos y gente desechada por la sociedad como Zainab, un niño abandonado al que adopta.
A pesar de hechos aislados o gestos simbólicos, e incluso teniendo en cuenta el avance que supone una casilla más en los impresos oficiales, los hijra continúan fascinando y alimentando los miedos de la gente debido al desconocimiento y reconocimiento legal contrasta con la discriminación que sufren en la sociedad. “Paradójico, ¿no?, nacimos hombres pero parecemos mujeres y al final no somos ni una cosa ni la otra; la ley nos reconoce pero la ley también nos castiga y la gente no nos acepta. Los hijra estamos acostumbrados a las paradojas porque somos una contradicción viviente y por eso nuestra vida es una lucha”, sentencia Pinky.