“Los rumores sobre escasez de agua han sido exagerados por la prensa”, dijo hace un mes el ministro indio de Energía Hidrológica. Ese mismo día, una mujer moría al caer a un pozo seco, donde buscaba agua desesperadamente.
Mientras la India se enfrenta a la peor sequía de los últimos tiempos, la llegada del monzón se retrasa y una ola de calor está elevando las temperaturas por encima de los 40 grados en amplias zonas del país. El cambio climático y los desastres ecológicos de los que advierten sin cesar los científicos no se refieren a un inquietante futuro, para millones de indios son parte de un terrorífico presente que además va a empeorar.
El caso más alarmante es el de Chennai, una ciudad de más de 7 millones de habitantes, donde el acuífero subterráneo y tres de los cuatro lagos que la abastecían se han consumido por completo. Los hospitales tienen que comprar agua embotellada para seguir funcionando, las empresas han pedido a los empleados que trabajen desde casa, los restaurantes han restringido sus horarios y, tras comprobar que el reparto de agua con camiones cisterna daba lugar a problemas de disturbios y corrupción, el gobierno ha optado por enviar “trenes del agua”, convoyes con 50 vagones que transportan 2,5 millones de litros en total.
Cuando llegó el primero de estos trenes, el agua se distribuyó y consumió en menos de 24 horas, y desde el lunes 15 de julio son dos los trenes que intentan dar abasto a la ciudad con 5 millones de litros. Aun así, sigue sin ser suficiente y se piensa modificar el recorrido de otros trenes de pasajeros y mercancías para poder dejar vías libres y así ampliar a 4 el número de “trenes del agua” y poder llegar a los 10 millones de litros. Se están fletando convoyes llegados incluso desde Rajastán, a más de 2.000 kilómetros de distancia.
Gran parte de la India confía en el monzón anual para saciar sus necesidades de agua, y cada año la temporada húmeda suele coincidir con el período de más calor. Este año, sin embargo, la llegada del “verdadero ministro de Economía de la India”, como se llama a veces a la lluvia, se ha retrasado mucho y en vez de mirar al cielo, los indios han recurrido a los cuerpos de agua subterráneos para abastecer ciudades como Chennai.
La mala gestión, el calor extremo y la nula preparación ante una emergencia así han provocado una situación límite. En los últimos meses se ha usado entre el 80 y el 90% del agua de presas, lagos y reservas de agua y dos tercios de las presas de todo el país están al 20% o menos de su capacidad. El Niti Ayog, un grupo de investigadores que aconseja al gobierno de Nueva Delhi, predice que antes de un año 21 ciudades más se verán en la misma situación que Chennai.
El cauce del histórico río Narmada, el mayor de los que fluyen desde el este de la India, solía tener 300 metros de ancho y estos días se ha reducido a seis. El lecho seco de este río sagrado está siendo usado como aparcamiento en los alrededores de las ciudades por donde antes fluía. En un país eminentemente rural, la sequía supone la ruina de los agricultores, que a veces toman decisiones desesperadas: el número de suicidios de granjeros se ha doblado en los últimos cuatro años y cada día se quitan la vida un promedio de más de 35 agricultores indios a los que la sequía, entre otros factores, está dejando sin opciones.
Si esta situación es catastrófica para la industria y la agricultura, para los ciudadanos de a pie los efectos son palpables en la vida diaria. La imagen de miles de personas haciendo cola con las jarras de colores proporcionadas por el gobierno parecen sacadas de películas apocalípticas. El flujo constante de 15.000 camiones cisterna trayendo agua a los puntos de reparto desde puntos cada vez más lejanos ha modificado la vida normal de una urbe que, paradójicamente, se asienta a orillas del Océano Índico. En los sitios más turísticos, un litro de agua embotellada de marca occidental se vende por 100 rupias (1,25 euros), mientras la etiqueta impresa muestra un precio de 20 rupias (25 céntimos).
En todas las ciudades indias, la mayoría de las casas reciben el agua de los tanques de goma instalados en los techos de los edificios que, con su característico color negro, coronan las azoteas de millones de hogares indios. Sin embargo, se estima que estos contenedores terminan por contaminar el agua que contienen cuando si se reemplazan con frecuencia y no es raro encontrar animales muertos o basura en su interior. Incluso en la capital, Nueva Delhi, el suministro de agua del grifo se limita a unas cuantas horas del día y son los criados o los propios residentes quienes tienen que madrugar cada día para rellenar estos tanques.
En las áreas rurales la situación es aún peor. En muchas partes del país, la población simplemente no tiene de dónde sacar agua con garantías de salubridad si no es comprándola en tiendas o costeando el transporte de camiones cisterna que pertenecen a operadores privados y no dudan en sacar el máximo provecho de la demanda. Incluso en regiones montañosas como Himachal Pradesh, en el bajo Himalaya, la mayoría de las ciudades reciben la mitad del agua que usaban hace unos años, y la llegada de los turistas en verano -en Shimla, la capital, se dobla la población- agrava todavía más el drama.
A pesar de las quejas del ministro indio, llama la atención que en un pleno del Parlamento convocado el mes pasado para debatir el problema del agua cuatro de cada cinco escaños estuviesen vacíos. La falta de previsión y la incapacidad del gobierno de Narendra Modi para afrontar una emergencia de este calibre se puso de manifiesto cuando, a principios de julio, admitió que la única solución que podía ofrecer era pedir a los indios que ahorren agua y que “hagan posible lo imposible”. “En Porbandar, donde nació el mahatma Gandhi, hay un aljibe de 200 años con antigüedad y siempre tiene agua; hay sistemas tradicionales para recoger y usar el agua de lluvia”, dijo.
Modi, que incluyó en su gabinete un ministerio de poder hidrológico, prometió durante la campaña electoral que en 2024 todos los hogares indios tendrían agua corriente. En una reciente entrevista televisiva, el líder conservador admitió que “aunque los ricos pueden permitirse comprar agua importada, el problema es peor para los 600 millones de personas que dependen de la agricultura para sobrevivir”.
En 1571, el emperador Akbar trasladó la capital de Agra, ciudad del Taj Mahal, a Fatehpur Sikri, una imponente ciudad en medio del desierto que obtenía su agua de un lago cercano. El complejo es visitado por turistas que quedan maravillados ante la grandiosidad de una ciudad fantasma que sólo estuvo habitada durante 13 años. Pasado ese tiempo, el lago se secó y Fathepur Sikri quedó abandonada. Su colosal puerta, mayor que el Arco del Triunfo de París, era la entrada a un reino de ensueño donde el emperador llegó a tener 100 elefantes, 30.000 caballos, 1.400 cabezas de ganado, 800 concubinas y unos cuantos tigres y leopardos junto a la que todavía es una de las mayores mezquitas del mundo. Toda la corte hubo de abandonar Fatehpur apresuradamente cuando se dieron cuenta de que su mayor riqueza, el agua, había sido despilfarrada.
Investigadores indios han advertido de que antes de 2100 desaparecerán hasta dos tercios de los glaciares que se deshilachan en torrentes de agua desde el Himalaya y abastecen de agua al norte de la India, Nepal y Paquistán. El propio emperador Akbar dijo que “el conocimiento es la cima de la perfección, pero a menos que se traduzca en acción, es aún peor que la ignorancia”. Hace siglos, las gentes de Fatehpur Sikri pudieron emigrar un lugar con agua. Hoy, los habitantes de Chennai no lo tienen tan fácil.