De ser el país más afectado y con más víctimas por el coronavirus, China ha pasado a controlar la situación e incluso a ayudar a otras naciones a luchar contra la pandemia. Si hay que creer al Gobierno chino, se trata de la mayor operación de ayuda internacional que han llevado a cabo desde el final de la 2ª Guerra Mundial; según otros, es la mayor campaña de propaganda y desinformación de su historia.
Con pancartas que, entre otras frases, rezaban “¡Vamos, toreros!” un tren de mercancías salió el 21 de marzo de la ciudad china de Yiwu para recorrer 13.000 kilómetros y llegar hasta Madrid con un cargamento de mascarillas y trajes de protección.
“Un punto de inflexión en la construcción de una nueva Ruta de la Seda”, titularon algunos medios. El coste total del cargamento era de unos 45.000 euros; su valor en impacto propagandístico, incalculable.
Pocos días antes, la Embajada china en España tuiteaba la foto de un avión de la Fundación AliBaba desembarcando un contáiner con ayuda médica en el aeropuerto de Zaragoza, sin especificar su contenido. Miles de personas dejaron constancia de su agradecimiento y lo difundieron.
Golpes de efecto
A lo largo y ancho del mundo, las autoridades chinas han sabido orquestar sus golpes de efecto para contrarrestar la imagen negativa de un país que exportó un virus catastrófico al mundo, presionó de manera brutal a quienes intentaron alzar la voz de alarma, ocultó información y expulsó a periodistas extranjeros y que, según muchos analistas, ahora estaría aprovechando para introducir caballos de Troya en forma de envíos de una ayuda siempre bienvenida pero no tan abundante ni desinteresada como podría parecer.
Hace pocos días, el presidente francés Emmanuel Macron, tras llamar a consultas al embajador chino, declaró al Financial Times que “sería ingenuo pensar que los chinos lo han hecho mejor que nosotros en esta crisis” y que “claramente hay cosas que han pasado y de las que no sabemos nada”, refiriéndose al secretismo de Pekín en los comienzos de la epidemia.
Si bien, sobre todo al principio, las mascarillas y trajes de protección aún escasean en muchos sitios, es un problema que se puede paliar con la producción local; pero solo China tenía la información fidedigna y puntual que tan necesaria era durante la primera fase de la expansión.
Y tal información, tan valiosa o más que el material sanitario, no fue exportada ni compartida de manera parecida a como se está haciendo con los tan publicitados envíos. Por otro lado, la Unión Europea también se ha prodigado en sus envíos de ayuda sanitaria, por ejemplo, a China: 60 toneladas en enero. Si bien, como recordaba este lunes Josep Borrell en una rueda de prensa, “nosotros pusimos menos en valor nuestra ayuda que ellos”.
Fiascos millonarios
Buenos gestos aparte, el material que muchos países, como el nuestro, han comprado a proveedores chinos, ha resultado un fiasco multimillonario. España gastó en marzo 428 millones de euros en adquirir unos tests que resultaron defectuosos, lo que denota una llamativa negligencia del estado chino a la hora de supervisar este tipo de suministros.
Un Gobierno capaz de ejercer un control férreo sobre todos sus ciudadanos, la información que circula y tan preocupado por su imagen exterior ha quedado en evidencia en repetidas ocasiones estos días: la región belga de Flandes compró a través de una empresa china 100.000 mascarillas que llegaron empaquetadas en cajas de cereales y fruta, con excrementos de animales y expedidas desde Colombia.
Los holandeses, que han señalado de manera crítica la actuación española en esta crisis, también han sido timados: nada menos que 600.000 mascarillas “made in China” tuvieron que ser devueltas cuando ya estaban en los hospitales porque no servían para nada.
El 80% de los tests que la República Checa había comprado y pagado también resultaron inútiles, y seis millones de mascarillas que Alemania había encargado simplemente desaparecieron en tránsito. La última localización confirmada del cargo es un aeropuerto de Kenia.
En brazos de "los amigos chinos"
La comprensible urgencia de muchos países por contar cuanto antes con el material necesario ha llevado a articular sus peticiones de ayuda o agradecimientos por la asistencia recibida de una forma, a veces, muy enfática. El presidente serbio, Aleksandar Vučić, aseguraba hace poco que “no quería saber nada de la Unión Europea” y que su país solo confiaba en “los amigos, hermanos chinos, con quienes nos une una amistad de hierro y eterna”.
El ucraniano Zelenski personificaba su reconocimiento en la figura de Jack Ma, que fundó el gigante AliBaba y ahora dirige una fundación que colabora con el estado chino: “Estamos agradecidos especialmente al señor Ma”. El ministro lituano de salud, Aurelijus Veryga, aseguraba que su país “no quiere esperar a la Unión Europea” y prefería aventurarse a comprar equipamiento a Pekín en solitario.
Desde Atenas a Oslo, las fotos de ayuda china han estado acompañada de titulares y declaraciones que se quejan de la “lenta” o “inexistente” ayuda europea y se deshacen en agradecimientos a “nuestros amigos chinos”.
El Kremlin también ha aprovechado las aguas revueltas para echar un anzuelo con el que pescar un poco de influencia. Cuando el norte de Italia se convirtió en el mayor foco mundial de expansión del virus, Moscú envió un contingente de ayuda cuyo material, enfocado a la desinfección bacteriológica, y cuyo personal provenía del ministerio de Defensa de Rusia.
“El 80% de la ayuda rusa es inservible y su presencia aquí es un pretexto”, publicó el diario La Stampa. En cuanto a China, al envío inicial de 40 ventiladores el 12 de marzo siguió la oferta de compra, a precio de mercado, de más aparatos. “Los buenos samaritanos no existen en tiempos de pandemia”, se quejaba un titular de Il Foglio. Poco después, el diario Global Times, versión en inglés del periódico oficial del régimen chino, sugería que el covid-19 se podría haber originado en noviembre en Italia.
Nueva geopolítica
Es conocido que, en chino, la palabra “crisis” se forma uniendo el significado de “amenaza” y “oportunidad”. En el siempre cambiante mapa de la geopolítica, el poder e influencia que cada país puede ejercer no se mide solo en territorio o armamento.
Nadie duda ya que la información y su control son uno de los factores más importantes a tener en cuenta para comprender el mundo. La crisis del coronavirus, sus consecuencias -todavía por ver- y el modo en que han reaccionado los gobiernos, los ciudadanos y las maquinarias de propaganda indican que hay que introducir una nueva variable en la complicada ecuación que modela al mundo actual: la microbiología, y su influencia en la política internacional: ya se habla de biogeopolítica.
Un claro ejemplo es la capacidad de producir medicamentos o material sanitario. En palabras de Borrell, alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad desde 2019, “En Europa no producimos ni un gramo de Paracetamol, ni tampoco los ingredientes de otros fármacos contra el Covid-19. Los hacen en China y la India, básicamente. Hasta ahora pensábamos que no hacía falta tener stock, ya que el mercado te proporcionaba todo de manera instantánea. No abogo por el proteccionismo, pero sí por la protección. A partir de ahora la salud es un tema de seguridad”.