La de Theresa May (Eastbourne, 1956) ha sido la campaña presidencial más corta de la historia. Una hora después de inaugurarla en Birmingham ya era virtualmente primera ministra. Su contrincante, Andrea Leadsom, comparecía al mediodía del lunes en Londres para anunciar que se retiraba de la batalla para suceder a David Cameron porque no contaba con los apoyos suficientes “para liderar un Gobierno fuerte y estable”. May accederá al cargo este miércoles, 20 días después del referéndum que desató la locura.
El lunes por la tarde compareció ante las cámaras para decir que se sentía “honrada” y repetir sus tres prioridades: construir un liderazgo fuerte “en tiempos de incertidumbre política y económica”, garantizar el mejor trato posible con la Unión Europea y lograr la unidad del país. “Vamos a forjar un nuevo lugar para nosotros en el mundo. Brexit significa brexit, y vamos a hacer un éxito de ello”. Theresa May será la ingeniera de acero de un país por construir (o reconstruir); la mecánica llamada a resolver una avería de dimensiones épicas.
Todo se precipitó el fin de semana, después de que Leadsom dijese en una entrevista con el Times que “ser madre” le daba ventaja sobre May para ser primera ministra. “Eso significa que tengo un interés real en el futuro del país”, señalaba. El periódico le dedicó un editorial poco cariñoso: “No está cualificada para el trabajo… No es el momento para que los amateurs se postulen para el Número 10”. La frase saltó a todas las cadenas de televisión y a las portadas del domingo. La presión mediática se volvió insoportable. Este lunes, la ministra de Energía y Cambio Climático se rendía y desplegaba la alfombra roja ante su contrincante: “Me retiro de la elección, le deseo a Theresa May el mayor de los éxitos y le garantizo todo mi apoyo”.
Theresa May es un tótem; ha llegado al número 10 de Downing Street sin desenvainar la espada. Los que la conocen dicen que está más preocupada por ser práctica que por las cruzadas ideológicas, que no le gustan los chismorreos (al contrario que a Michael Gove, ministro de Justicia, experiodista y amigo del magnate de la prensa Rupert Murdoch), que es inescrutable, discreta y no anda sobrada de carisma (sobre todo si la comparan con Margaret Thatcher). También bromean sobre sus llamativos zapatos –que contrastan con la sobriedad de su vestimenta y de su carácter– y coinciden en algo más: no le importa lo que digan de ella.
La eficacia frente a la ideología
Su prolongada experiencia era su mejor baza para acceder a la presidencia. “Soy la hija de un vicario y la nieta de un sargento mayor de regimiento. El servicio público ha sido una parte de lo que soy desde que tengo memoria”, aseguró el pasado 30 de junio, cuando anunció que se presentaba a la elección. “Mi propuesta es sencilla. Soy Theresa May y creo que soy la mejor persona para dirigir este país”. Esta semana, un antiguo compañero de May la describía en una frase recogida por el Financial Times: “Cree realmente que su función en la vida es hacer las cosas mejor, más pulcras, más ordenadas y un poco más eficaces de lo que suelen ser”.
May llegó a la política nacional con 41 años, después de bregarse en el sector privado durante dos décadas. Estudió Geografía en la Universidad de Oxford, donde conoció a su marido, Philip. Se casaron en 1980. Su padre murió un año después de oficiar la ceremonia, en un accidente de tráfico, y su madre falleció poco después. La joven trabajó seis años en el Banco de Inglaterra y doce como asesora financiera en la Association for Payment Clearing Services.
Fue elegida diputada por el condado de Maidenhead en 1997, tras intentar acceder a la Cámara de los Comunes en dos ocasiones (1992 y 1994) y ser concejala en Merton (Londres). Cinco años después se convirtió en la primera mujer que presidía el partido conservador. Desde 2010, cuando David Cameron arrebató el Gobierno a los laboristas de Gordon Brown, May ocupa el Ministerio del Interior, cargo que compaginó durante dos años con el Ministerio de Mujer e Igualdad.
Modernidad y tradición
La semana pasada, el exministro de Hacienda Kenneth Clarke empezó a hacer comentarios sobre los candidatos sin darse cuenta de que las cámaras de SkyNews estaban grabando. De Theresa May dijo que era “una mujer difícil” (bloody difficult woman) que no sabe mucho de asuntos exteriores.
“La próxima persona que va a descubrir que soy una mujer difícil es Jean-Claude Juncker [presidente de la Comisión Europea]”, bromeó ella después de enterarse. La figura de May es compleja: unos destacan su intento de modernizar el Partido Conservador y otros, los tories más liberales, critican su obsesión por el control migratorio. En 2002 alertó a sus compañeros de que eran conocidos como “the nasty party” o el “partido sucio”, con unos valores excesivamente tradicionales, excluyentes y refractarios a los derechos sociales y las minorías. Uno de los motivos por los que estuvieron en la oposición desde 1997 hasta 2010.
Sin embargo, su postura sobre la inmigración y el control de fronteras ha sido una de las más duras del partido. Junto a Cameron, ha intentado limitar a 100.000 el número de personas que llegan cada año a Reino Unido (actualmente es más del triple). Ha asegurado que la inmigración elevada dificulta la cohesión social y “en el mejor de los casos, su efecto fiscal y económico neto es cercano a cero”. También ha anunciado que el estatus de los europeos que están viviendo en el país será una moneda de cambio en las negociaciones con Bruselas. “Nadie necesariamente se queda en un sitio para siempre”.
Dos golpes sobre la mesa destacan en un currículo que tiende a la discreción. El primero, cuando en agosto de 2014 abroncó a la Federación de Policías (que agrupa a 124.000 agentes) durante su congreso anual, criticando la corrupción del cuerpo, exigiendo reformas y cancelando los fondos públicos que reciben. El segundo fue en abril de este año, cuando pidió que Reino Unido abandonase la Convención Europea de Derechos Humanos “independientemente del resultado del referéndum”.
El tratado “puede atar las manos al Parlamento, no aporta nada a nuestra prosperidad y nos hace menos seguros al impedir que deportemos a extranjeros peligrosos”, aseguró, irónicamente, en un acto de campaña a favor de la permanencia en la Unión Europea. “Si queremos reformar las leyes de derechos humanos en este país no es la UE lo que tenemos que abandonar, sino la Convención y la jurisdicción de sus tribunales”.
Una ‘problem solver’ para el ‘brexit’
Tras el abandono de Cameron, Theresa May tiene ahorael anillo únicode los tories: un anillo para gobernarlos a todos, para encontrarlos, atraerlos y atarlos en las tinieblas de un brexit que tendrá que pilotar en los próximos meses. Desde que presentó su candidatura, su leitmotiv ha sido el de que la unión hace la fuerza: “Necesitamos un liderazgo probado para negociar el mejor trato para salir de la Unión Europea, para unir nuestro partido y nuestro país, y para hacer de Gran Bretaña el país de todos, y no de unos pocos privilegiados”.
May ha dejado claro que respetará la voluntad de las urnas. “No debemos intentar quedarnos en la Unión Europea, ni volver a entrar por la puerta de atrás, y no habrá un segundo referéndum. El país votó por abandonar la UE, y como primera ministra me aseguraré de que lo hagamos”, afirmó este domingo. La ministra hizo campaña a favor de la permanencia (remain) pero con la boca pequeña, lo que le ha permitido atraer a muchos diputados euroescépticos de su partido. El pasado jueves, 199 toriesle dieron su apoyo, frente a los 84 de Leadsom y los 56 de Michael Gove, que quedó eliminado. En teoría, una de las dos habría sido elegida en septiembre por los 125.000 miembros del partido conservador.
Ya no hará falta. Ahora sólo queda ver si, al contrario que los padres del brexit, que desencadenaron la tempestad el 23 de junio, cumple sus promesas a los ciudadanos. “Vamos a darle a la gente más control sobre sus vidas. Y así es como, juntos, vamos a construir una mejor Gran Bretaña”.