Mohamed Lahouaiej Bouhlel esboza el horror. Tiene claro que quiere matar al mayor número de personas y grabar su nombre a fuego en la memoria colectiva de Niza. Poco le importa perder la vida siempre y cuando se lleve por delante el mayor número de víctimas mortales. El cómo y el dónde son dos incógnitas que irá resolviendo en las 72 horas antes de perpetrar el ataque. Las descripciones de los conocidos, pagos con tarjeta de crédito y cámaras de seguridad son los testimonios clave para reconstruir los pasos del homicida los días previos a la barbarie.
Recorrer los pasos de Bouhlel darían para una película de terror. Sydney Pollack reflejó en Los tres días del cóndor el empeño de un asesino por asesinar a su objetivo. Pero la realidad de la Costa Azul ha superado la ficción cinematográfica, y el autor de la masacre se dibuja más como un buitre que sigue el rastro de la muerte.
Lunes 11: el camión
Los vecinos no son capaces de sospechar las intenciones de Mohamed Lahouaiej Bouhlel. Este tunecino de 31 años con permiso de residencia en Francia lleva unos seis meses viviendo en la calle Route de Turin, en el barrio nizardo de Pasteur. El mismo tiempo que lleva separado de su mujer, quien le echó de casa por maltrato.
La zona late al ritmo de los trenes que la atraviesan. La ventana de Bouhlel da directamente a las vías, aunque los árboles que crecen en la calle las tapan parcialmente. Su casa está entre una frutería y una tienda de alimentación. Sus vecinos, o bien no tienen la nacionalidad francesa, o la han recibido en los últimos años. “Esta no es una zona pobre o peligrosa”, sostiene Rheda Benzhegadi, un joven de 17 años que vive en las inmediaciones.
Pocos -o nadie- sospechan de las intenciones de Bouhlel. Las llamadas de Al Qaeda y Estado Islámico a utilizar un vehículo como arma de guerra han debido de inspirarle: quiere sembrar el terror y aquella idea le da la clave de cómo hacerlo. Su trabajo como conductor y repartidor le llevan a imaginarse al volante de un camión atropellando a la muchedumbre en Niza. Lo primero que necesita es ese arma de guerra.
Es fácil alcanzar el centro comercial Nice Lingostière: hay conexión directa a través de la línea 59 de autobús. Pero para Bouhlel lo más rápido es coger un taxi o que algún conocido le lleve hasta allí. Su casa dista un cuarto de hora del lugar.
Es lunes y la temperatura es agradable, no supera los 28 grados. En el centro comercial hay decenas de locales: desde tiendas de ropa hasta bares y restaurantes. En la cartelera del cine anuncian la película Bastille Day, un thriller ambientado en un ataque el 14 de julio en el corazón de París. Esa es precisamente la fecha escogida por Bouhlel para el crimen.
Pero la tienda que busca está fuera del centro comercial, entre la multitud de negocios que se erigen a su alrededor. Es Via Location, de alquiler de vehículos. Para llegar hasta allí hay que cruzar un pequeño puente que atraviesa una de las ramificaciones del río Var. Hay vegetación a ambos lados de la carretera. Es una zona relativamente apartada.
En el negocio hay un aparcamiento en el que está desplegada la flota de vehículos. Entre ellos hay un camión de unas 19 toneladas de peso, de color blanco. Bouhlel estudia sus características técnicas -elevalunas eléctricos, regulador de velocidad, cierre con mando a distancia- y decide hacerse con él. Lo alquila para dos días, hasta el 13 de julio.
Regresa a su casa con el camión, pero lo aparca en un lugar alejado, puesto que la estrechez de su calle no le permite el estacionamiento. La logística del atentado comienza a tomar forma.
Martes 12: inspección del terreno
Faltan 48 horas. Es martes y Bouhlel quiere poner a prueba su camión. También inspecciona el lugar en el que tiene previsto trazar el plan. Monta a bordo del vehículo y enfila el camino que debe llevarle hasta el paseo de los Ingleses. Apenas hay 3,8 kilómetros de distancia desde su casa. O lo que es lo mismo, unos 12 minutos si el tráfico es fluido.
El paseo marítimo es una de las principales arterias de la ciudad. Hay varios carriles habilitados para el tráfico y miles de turistas lo recorren a diario. En la playa, de piedras, hay negocios de alquiler de tumbonas. Vendedores ambulantes venden frutas, zumos y refrescos. Las banderas de diferentes países dan la bienvenida a los visitantes extranjeros.
Bouhlel viaja a bordo de su camión junto a algunos de los hoteles y lugares más emblemáticos de Niza: el Casino Barrière Le Ruhl, el Palacio del Mediterráneo, el hotel Negresco, el Hard Rock Café... Acecha a sus víctimas. No le importan sus rostros: su ataque será indiscriminado y aspira a llevarse por delante a todas las posibles.
Este estudio del terreno le sirve a Bouhlel para asentar las claves estratégicas del ataque, pero aún le quedan flecos por resolver.
Miércoles 13: atando cabos
Mohamed Lahouaiej Bouhlel tiene una idea clara de cómo acometer el ataque. Cuenta con un pequeño arsenal de armas y el camión. Pero el viaje al paseo de los Ingleses del día anterior no ha debido de satisfacerle, por lo que repite la ruta. Quiere tener atados todos los cabos antes del ataque.
Como viene siendo habitual a lo largo de la semana, el cielo está despejado. Las temperaturas han subido respecto a los días anteriores y las playas están abarrotadas de turistas. Los hosteleros se frotan las manos ante la masiva afluencia de turistas, animados por el festival de música que se celebra en el jardín Albert 1er, en uno de los extremos del paseo. La estrella invitada es Rihanna, pero no quedan entradas para su concierto.
De acuerdo a las filmaciones de las cámaras de seguridad, Bouhlel se para en varias ocasiones a lo largo de la vía, siguiendo las indicaciones de los semáforos. En el mar se pueden varios barcos. También hay empresas de skysails, embarcaciones con parapente, que hacen su agosto, en la segunda ciudad más turística de Francia, sólo por detrás de París. Los visitantes cruzan las calles equipados con sombrillas, toallas y colchonetas.
Si la Policía lo detiene en una inspección rutinaria se encontrarán con un transportista, la profesión que desempeñaba habitualmente. Tiene varios frentes judiciales abiertos, pero ninguno que le impida trabajar.
Finalmente, Bouhlel abandona el escenario que 24 horas más tarde se convertirá en un cementerio. Deja el camión en un lugar estratégico, en las inmediaciones del paseo de los Ingleses, y regresa a casa. Había alquilado el camión hasta hoy, el día 13, pero decide no devolverlo.
El día de la masacre: pidiendo más armas
14 de julio. El día de la fiesta nacional francesa está a punto de convertirse en un recordatorio del horror. Al menos esa es la intención con la que se despierta Bouhlel. Sabe que el camión está aparcado en el lugar idóneo para perpetrar el ataque. En su interior hay una granada, una pistola automática del calibre 7,65, réplicas de armas de asalto y munición para abrir fuego desde la cabina.
Conoce el lugar. Conoce el funcionamiento de su camión. Su propósito es firme. Sólo ve un punto débil a su plan: cree que su arsenal es escaso. “Trae más armas, tráelas en 5 a C”, redacta en su teléfono móvil. El "5" se refiere a cinco minutos. "C", posiblemente, sea algún lugar acordado con su interlocutor.
Bouhlel envía el mensaje a las 22:27 de la noche. El arma que recibe es de dos albaneses que, días más tarde, serán detenidos en un operativo policial. Se monta en una bicicleta y, en ella, se dirige hacia el camión.
La masacre
“Voy a vender helados”, argumenta Bouhlel ante las autoridades para lograr acceder al lugar que pronto será el escenario de la matanza. Unas 30.000 personas han acudido para ver los fuegos artificiales. La noche es calurosa y, entre la multitud, hay cientos de vendedores ambulantes.
Bouhlel permanece un rato observando la escena desde el vehículo. Muchas de las personas que se le cruzan por delante son niños: es la noche más familiar que el Ayuntamiento de Niza ha organizado para el verano. No hay una noche en la que el paseo esté más atestado como la del 14 de julio.
Por fin, Bouhlel se decide a dar rienda suelta al horror. Arranca el camión y se precipita sobre la multitud.
Gritos. Carreras. Pánico. Caen los muertos y los heridos. La sangre cubre el asfalto. “Tenía cara de loco”, describe uno de los supervivientes. Padres y madres cogen en brazos a sus niños y abandonan los carritos. El camión sigue avanzando entre la multitud.
Bouhlel da tumbos. Se mueve a un lado y a otro del paseo, persiguiendo a la gente atemorizada. Alcanza los 80 kilómetros por hora. El conductor de una moto trata de detenerle, pero el asesino lo embiste. Abre la ventanilla y abre fuego con sus armas. La gente busca refugio en el mar.
La Policía dispara contra él. Las balas impactan contra el camión, pero no le alcanzan. Tienen que pasar dos kilómetros hasta que consiguen detenerle, exactamente a la altura del Palacio del Mediterráneo.
Ha muerto. Y, tras él, queda la desolación: un cementerio con 84 cadáveres, diez de ellos niños y adolescentes. Hay unos 250 heridos; medio centenar están en estado muy grave.
Se retirarán los cuerpos y se atenderá a los heridos. Pero en el suelo quedarán manchas de sangre imposibles de limpiar. Los franceses tendrán que cubrirlos con flores y velas para ocultar su rastro. El buitre ha grabado su nombre en la historia de Niza.
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