Lleva tantas semanas trabajándose el primer ministro italiano, Matteo Renzi, a sus socios preferenciales europeos, que en pleno verano ha decidido que lo mejor era agasajarles con un crucero. La segunda cumbre entre Alemania, Francia e Italia tras la salida del Reino Unido de la Unión Europea se celebrará en el mar, camino a la isla italiana de Ventotene. El mismo lugar donde un grupo de antifascistas italianos firmó en 1941 un manifiesto llamado 'Por una Europa libre y unida', que sentó las bases de la célebre idea de los Estados Unidos de Europa.
Aunque para llegar a este pequeño pedazo de tierra cercano a Nápoles, Angela Merkel, François Hollande y Matteo Renzi no zarparán en un transatlántico, sino en el portaviones Garibaldi, la joya de la corona de la Marina italiana. Tan perfecto es el simbolismo que ha preparado Italia, con los tres líderes decidiendo el futuro de Europa mientras navegan por el Mare Nostrum, que es imposible ocultar que algo quiere.
Renzi se presenta a la reunión con tres pecados capitales en materia económica: la crisis de la banca italiana con el Monte dei Paschi como el mayor de los enfermos, el estancamiento del PIB del último trimestre y una deuda pública que en la última década no ha bajado del 130%. Una serie de problemas estructurales que el gobierno italiano pretende sanar con una única receta basada en una mayor dosis de flexibilidad.
Es una demanda que Italia lleva reclamando con insistencia desde que hace dos años recibió el mayor impacto de la crisis de los refugiados. El país transalpino ya se benefició del programa de compra de deuda pública que puso en marcha el Banco Central Europeo (BCE) el año pasado y obtuvo una concesión de Bruselas que le permitió cerrar el 2017 con un déficit del 2% y no del 1,8%, como estaba previsto. Sin embargo, desde el Ejecutivo italiano calculan que para reactivar su economía ahora el objetivo de déficit debería alcanzar al menos el 2,3% el año próximo.
La desviación del presupuesto estaría encaminada básicamente a una reducción de impuestos fundamentales como el IVA o el IRPF. Lo reclama en público el ministro italiano de Desarrollo Económico, Carlo Calenda, y la prensa italiana se apoya en economistas partidarios del aumento del gasto público como Joseph Stiglitz. El premio Nobel evidencia en La Repubblica su incredulidad a que Italia “se vea obligado a mendigar cualquier medida a sus socios europeos y que no consiga implantar un programa de desarrollo ante el bloqueo de la austeridad de marca alemana”.
Poco proclives son Angela Merkel y su ministro de Economía, Wolfang Schäuble, a salirse de la ortodoxia. Pero si hay un momento para persuadirlos, sostienen los expertos, es ahora. Con la crisis migratoria dentro de sus puertas, alentada por los últimos ataques terroristas en territorio alemán, y las elecciones al Bundestag en 2017, lo último que querría Merkel es ser señalada como responsable de una nueva hecatombe europea.
Porque los problemas económicos italianos marcan directamente el camino a una temida crisis política. En otoño de este año está previsto que se celebre en Italia un referéndum sobre la reforma constitucional diseñada por el propio Renzi, con un objetivo tan ambicioso como sacar al país de su atávica inestabilidad institucional. El joven primer ministro lo entendió como el plebiscito de la ciudadanía sobre su gobierno no elegido en las urnas y, aunque ahora reconoce que se equivocó en personificar el voto, prometió que dejaría la política si lo pierde.
Las biblias de la prensa económica –Financial Times, The Economist y Wall Street Journal- no han dudado en señalar que de cumplirse los peores presagios, Europa estaría ante su nueva gran crisis. El descalabro de la banca italiana, en el peor de los escenarios, o incluso la falta de maniobra de Renzi para relanzar la economía pondrían muy difícil sacar adelante el referéndum. Meses después del ‘brexit’, el Wall Street Journal señala que esta cita en las urnas es “más importante para Europa” que el caso británico.
Si sale adelante el ‘no’, el que se marcharía en este caso sería el gobierno socialdemócrata italiano, mientras que el Movimiento 5 Estrellas es el que podría obtener un mayor rédito político. Ante unas encuestas que ya le dan opciones reales de gobierno, la fuerza fundada por el cómico Beppe Grillo está reconfigurando su estrategia, pero uno de sus principales lemas siempre ha sido el desencanto con Europa y una hipotética consulta para sacar a Italia del euro.
Bajo esta disyuntiva, Renzi ha procurado presentarse desde su llegada al gobierno como el reformista dentro del sistema, el europeísta convencido de sacar al continente de la parálisis. El joven líder italiano busca recuperar un espacio en Europa del que el país transalpino desertó tras años de gobierno de Berlusconi y una crisis que le hizo ensimismarse en sus problemas. Pero sus propuestas nunca han terminado de llegar a buen puerto ante la mano de hierro de la canciller.
Al margen de la flexibilidad, Renzi ya reclamó hace meses la creación de un ministerio de Finanzas europeo, del que no ha habido noticias. Tampoco ha obtenido el plácet de Alemania a la hora de financiar con bonos del Estado fondos para la inmigración. Y ahora además plantea un amplio programa de inversión en cultura y defiende la creación de un cuerpo europeo que vigile las fronteras.
Si para Italia es fundamental el plano económico, la seguridad y la defensa serán los objetivos prioritarios para el presidente francés, François Hollande, acorralado también en terreno electoral. Será una primera toma de contacto antes de las próximas reuniones del Ecofin y de la cumbre de jefes de Estado de Bratislava del 16 de septiembre, pero camino a Ventotene tanto Renzi como su homólogo francés buscan convencer a Merkel de que el barco europeo es incapaz de navegar con un único comandante.