Neriman Yaman es una madre preocupada como puede haber pocas. Desde hace algo más de dos años y medio lucha en una batalla que puede parecer perdida. Es una lucha por recuperar a su hijo Yusuf. El chico, ahora de 16 años, se distanció de su familia para abrazar el islam radical y luego pasó a la violencia. Ha terminado en la cárcel.

“Mamá, he hecho una tontería muy, muy grande”. Esto fue lo que le confesó Yusuf a su madre después de que explotara la bomba de fabricación casera que el menor había hecho con unos amigos por sus propios medios y colocado en las instalaciones de un templo Sij en la ciudad de Essen (oeste).

Allí, unos 200 fieles de ese credo originario de la India que mezcla elementos del islam y del hinduismo celebraban una boda. La explosión, que podría haber causado una masacre, dejó tres heridos, uno de ellos de gravedad. Aquello ocurrió hace ya medio año. Ahora Yusuf está en una prisión para jóvenes de Iserlohn (oeste). También hay implicados otros dos adolescentes y un hombre de 20 años que contribuyeron en la preparación del ataque.

“No quiero que otros niños vivan lo mismo que mi hijo, quiero que se ayude a los padres y que se nos tenga en cuenta de verdad cuando decimos a las autoridades públicas o religiosas que tenemos un problema”, dice a EL ESPAÑOL Yaman, que ha contado su historia como madre de un yihadista adolescente en un libro de reciente publicación. Se titula “Mi hijo, el salafista” - Mein Sohn, der Salafist (Ed. mvg-Verlag, 2016). El salafismo es un movimiento rigorista del Islam suní que reivindica el regreso a las prácticas religiosas propias del tiempo del profeta Mahoma.

Existen diferentes tipos de salafismo, desde el que aspira a cambiar la sociedad a través de actividades exclusivamente religiosas al que pretende hacerlo a través de la participación política en democracia, pasando por el que tiene a la guerra supuestamente en nombre de Dios como horizonte. “Mi hijo quería vivir como el profeta, pero cayó en un mal grupo”, comenta Yaman. Ella va cubierta parcialmente con velo. “Para mí el islam es una parte de mi vida, es la paz”, afirma esta mujer casada con dos hijos.

El islam que interesaba a Yusuf, sin embargo, no era ese. Después de haber sido un chico problemático en la escuela, un amante del gangsta rap y de fumar en cachimba, “un día se hizo la promesa de ser una mejor persona, en enero de 2014”, cuenta Yaman. “Poco después nos quería hablar de religión, con demostraciones, nosotros en la familia somos religiosos, pero no radicales, no podíamos darle respuestas”, añade esta mujer de 37 años nacida den Gelsenkirchen (oeste de Alemania). Sus padres son inmigrantes turcos originarios de la ciudad de Sinop, a orillas del Mar Negro.

Yaman indicó a su hijo que tal vez alguien como Pierre Vogel podría satisfacer su curiosidad religiosa. Vogel es un predicador que en su día hizo carrera como boxeador. Probablemente sea uno de los salafistas más mediáticos de Alemania. “Yusuf podía hablar muy poco turco y árabe tampoco, por eso yo le dije que hablara con Pierre Vogel, porque el presentaba el islam en alemán”, afirma Yaman. Esa fase de aprendizaje duró poco. Después de Vogel, Yusuf se interesó por otro predicador, Ibrahim Abu Nagie, otro salafista.

LOS PRIMEROS AMIGOS

“Allí se hizo muchos amigos, por primera vez”, recuerda la madre. Debido a sus problemas de hiperactividad – diagnosticada en 2012 – a Yusuf no se le conocían muchas amistades. Tras acudir a las enseñanzas de Abu Nagie, “esos amigos empezaron a contar más en su vida que nosotros”, subraya la madre, refiriéndose a su familia. Vinculado a esos días bajo el influjo de Abu Nagie también está el deseo del chico de querer vestir chilaba, algo a lo que se negaron sus padres.

También entonces conoció a una chica por internet. Llegaron a casarse por la vía religiosa en mayo de 2015. “Aquello nos dejó en estado de shock, muy preocupados, tristes, decepcionados”, comenta la madre del chico. Por aquel entonces, Yusuf ya tenía claro que el islam que le interesaba “no era el que priorizaba la limosna [uno de los pilares de la religión musulmana, ndlr.], sino el que pone por delante la predicación y la yihad [entendida en este caso como guerra santa, aunque su acepción principal es un concepto similar a la purificación]”, mantiene Yaman. “El libro, de hecho, podría haberse titulado 'Yihad, la lucha de mi hijo'”, abunda Yaman.

La chica con la que se casó Yusuf es otra adolescente que rompió con la sociedad alemana. Viste con burka y guantes. Después del ataque en Essen, la joven preguntó a Yaman si Yusuf iba a cooperar con la Justicia. Su hijo ha dicho querer hacerlo, “porque se ha dado cuenta de que cometió un error”, según su madre. Ese ha sido el motivo por el que la joven ya no esté casada religiosamente con él, sino con otro hombre.

En casa de Yaman, la convivencia con Yusuf se hizo muy difícil en 2015. Los enfrentamientos eran frecuentes con el chico, que había elegido un camino muy diferente al que sus padres querían para él. En diciembre del año pasado, entró la policía en su casa. Yusuf había dicho en el patio del instituto que tenía armas en casa. No era verdad.

“Eso ocurrió en Navidad y justo en esas fiestas conoció a los otros tres chicos”, rememora Yaman, aludiendo a los otros implicados en el ataque a la comunidad Sij de Essen. “Con ellos empezó a ir a Duisburgo (oeste), para aprender árabe en la parte de atrás de una agencia de viajes”, cuenta la madre de Yusuf. “Llegados a este punto me preguntaba: ¿Qué pasa ahora? ¿Es lo próximo que viaje a Arabia Saudí o a Siria?”, añade.

SIN SOLUCIONES NI AYUDA

Toda su familia probó en vano de hablar con el chico. Su bisabuelo, su abuelo, sus tíos y, por su puesto, sus padres, trataron de explicar al joven que se estaba equivocando. “Es triste que haya pasado esto, pero perdimos la influencia sobre Yusuf”, reconocía el viernes Yaman ante la prensa en la presentación de su libro en Berlín, poco antes de hablar con este periódico.

Esta mujer expone su caso pese a la frustración. Ella y su familia lucharon por recuperar la versión de su hijo anterior a la radicalización. Yaman pidió ayuda muchas veces a muchas instancias, asegura. De hecho, le quedaron pocas puertas a las que llamar. “Nos dejaron solos”, lamenta.

Se presentó hasta en una treintena mezquitas. Pero allí sólo le aconsejaron ser “paciente y dejar que pasara la adolescencia, dándole amor”, señala Yaman. “Yo veía que eran empáticos en las mezquitas, pero eso no era una ayuda para mí”, se queja.

Los servicios públicos, ya sea de atención escolar, sanitaria, de protección de menores o de asistencia familiar o ciudadana en su ciudad tampoco pudieron ofrecerle el apoyo que necesitaba. Para participar en actividades de estas instituciones hacía falta que Yusuf estuviera de acuerdo y participara. Nunca quiso.

PREPARANDO BOMBAS

Tampoco fue de gran utilidad que se pusieran en contacto con el chico trabajadores sociales especializados en la desradicalización de adolescentes. Yusuf llegó a entrar en un programa público de desradicalización, pero el régimen de contacto de esos expertos con el menor, según la madre, no fue suficiente. Las citas tenían lugar una vez cada catorce días.

“En febrero de este año, nos invitaron a asistir al programa de desradicalización, nos enseñaron un vídeo en el que Yusuf, con los otros tres chicos, hacía una bomba y la hacían explotar, ahí me dio un ataque de nervios”, dice Yaman. “Nos lo mostraron, y yo les dije: 'llévenselo, hablen con él, lo que sea', pero nos enviaron a casa”, añade.

En sus días adolescentes, Yaman también actuó contra la voluntad de sus padres. Vestía pantalones vaqueros y chaqueta de cuero además de escuchar rocanrol. Sobre si la actitud de su hijo se explica por una suerte de “rebeldía adolescente”, Yaman no habla. Prefiere apuntar que en el caso de Yusuf “las cosas fueron mal porque la gente con la que se juntó lo tenía controlado”.

“VAMOS A LA POLICÍA”

“Pese a todo, supe tener comunicación con él, para que me contara cuanto fuera posible, qué hacía o qué había escuchado en la mezquita a la que iba, seguramente por eso me confesó que él fue el responsable del ataque”, asegura Yaman. “Me confesó aquello para que le ayudara, yo le dí un día de tiempo porque decía que quería que sus amigos también fueran con él a entregarse, pero después de ese día, le dije: 'vamos a la policía'”, cuenta.

Desde que Yusuf entró en el centro penitenciario para jóvenes donde está privado de libertad, Yaman ve a su hijo tres veces al mes. Lo hace en visitas de unos 40 minutos. Yaman cuenta que su hijo está arrepentido y que quiere indicar a otros jóvenes dónde no hay que ir y lo que no hay que hacer. Su juicio, que estaba previsto inicialmente que comenzara este mes, lo hará finalmente en diciembre.

Yaman, que cree visiblemente en la rehabilitación de su hijo, pide que se invierta desde el Estado para que se pueda ayudar a los padres en situaciones como la suya. “Con la radicalización, las drogas u otros problemas, hay que hacer algo para que los padres tengan un sitio donde ir, para hablar de estas cosas, eso es lo que deseo para esta sociedad”, concluye.

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