Hay una imagen que persigue a Sergio Mattarella (Palermo, 1941). Es el 6 de enero de 1980, la mafia acaba de asesinar a su hermano Piersanti, presidente de la región de Sicilia, y una multitud se arremolina en torno al coche del que el político italiano sale con los pies por delante. Quien sujeta el cuerpo es el actual presidente de la República italiana, un joven de 38 años, que entonces enseñaba Derecho parlamentario en la Universidad de Palermo y que no se había propuesto dedicarse a la política hasta ese día.
El hombre que ahora debe orientar el rumbo del azaroso poder legislativo transalpino prosigue entonces una carrera que le venía de cuna. Su padre, Bernardo, fue diputado de la Asamblea Constituyente que en 1948 dotaría a Italia de su primera Constitución tras el periodo fascista. De modo que después de la llamada al deber que supone el asesinato de su hermano, Sergio se enrola en la Democracia Cristiana, guiada entonces por el verdadero Divo de la política italiana, Giulio Andreotti.
Sergio Mattarella escapa de todo tópico siciliano. Desde un perfil de hombre recto y respetable, sobrevivió como diputado el paso de la Primera a la Segunda República en 1994. E incluso diseñó la ley electoral, llamada Mattarellum, que rigió para las elecciones del 94 y 2001, en las que paradójicamente terminó triunfando Silvio Berlusconi.
Sus atributos chocan tanto con los del ex Cavaliere, que sólo con él se le recuerda una polémica. En 1990 Mattarella dimitió como ministro de Educación cuando fue aprobada la llamada ley Mammì, que permitía la entrada en el mercado de las televisiones privadas de Berlusconi. Y en 1994 abandonó la Democracia Cristiana, cuando el entonces secretario general de la formación, Rocco Buttiglione, trató de pactar con Berlusconi. El ingreso del movimiento del magante milanés en el Partido Popular Europeo suponía una “pesadilla irracional”, dijo Mattarella, en la única salida del tiesto que guardan los archivos.
Cofundador en 2007 del Partido Democrático –la formación de Matteo Renzi, que aglutina desde corrientes comunistas a democristianas- y juez del Tribunal Constitucional desde el 2011, su difícil relación con Berlusconi explotó finalmente cuando Renzi postuló a Mattarella como presidente de la República. La jugada maestra del joven primer ministro hizo saltar por los aires el pacto que mantuvo en sus primeros días con Berlusconi e inició el camino en solitario tras el que Renzi acaba de despeñarse.
Con aquel nombramiento, el premier florentino no sólo buscaba el apoyo del sector más izquierdista de su partido, sino que confiaba el papel de vigía de sus aventuras a un hombre que no pensaba meterse en el barro como sí lo hacía su antecesor, Giorgio Napolitano. En sus dos años al frente de la Presidencia, Mattarella apenas ha dado un titular. El líder de la Liga Norte, Matteo Salvini, lo calificó como un “adorno de la casa”. Mientras que quienes más lo frecuentan aseguran que no se le conoce ninguna afición, más allá del ejercicio de la responsabilidad.
Así se explica su salida de la hibernación, llamando a la calma después de que el Movimiento 5 Estrellas y la Liga Norte bramaran por la convocatoria de elecciones de forma inmediata con el cadáver de Renzi aún caliente. El descomunal enredo institucional en el que vive Italia, con una ley electoral para el Senado y otra distinta para la Cámara de Diputados –que además puede ser tumbada por el Tribunal Constitucional el próximo 24 de enero- hace imposible acudir a las urnas sin antes poner orden en este desaguisado. Como buen hombre de leyes, así se lo hizo saber Mattarella a los partidos, al igual que le dijo a a Renzi que no se marchaba al menos hasta que aprobara los Presupuestos del Estado.
Una vez cumplido ese trámite, se inició la ronda de contactos entre los distintos grupos, que finalizó este sábado. Las opciones siguen abiertas, aunque las apuestas de la cambiante prensa italiana siguen apuntando al ministro de Exteriores, Paolo Gentiloni; o al presidente del Senado, Pietro Grasso; sin descartar tampoco al titular de Economía, Pier Carlo Padoan, quien sin embargo, parece más ocupado en lidiar con la crisis bancaria provocada por el Monte dei Paschi de Siena.
Parece descartada la formación de un Gobierno de unidad nacional al que apela Renzi para compartir la responsabilidad entre todos o mantener al dimisionario primer ministro hasta la convocatoria de elecciones. Aunque la decisión queda en manos del presidente de la República, que este domingo cambiará la liturgia por la reflexión.
Le toca elegir al gris Mattarella. A aquel que cuando en 2012 murió su mujer, Marisa Chiazzese, se trasladó a vivir a una casa de huéspedes, de la que sólo salió para instalarse en el Quirinale. Aquí también ha mantenido su encierro desde la dimisión de Matteo Renzi. Y en sus ceremoniosas salas, que sirvieron como residencia de papas, medita el último servicio para su país.