Se conocieron en marzo del año pasado. Ella formaba parte de los miles de refugiados que se agolpaban entre las fronteras de Macedonia y Serbia en los días en que ambos cerraron el paso a los refugiados excepto por unas horas al día, las mismas fechas en las que la dura represión de los agentes fronterizos saltó a las noticias de todo el mundo. Noora Arkavazi era una kurda-iraquí musulmana que trataba de llegar hasta Alemania con sus padres y hermanos y Bobi Dodevski, un policía de la frontera macedonia cristiano ortodoxo.
Aquel día a él no le tocaba ir a trabajar, pero un compañero se puso enfermo y le pidieron que le relevara en el puesto. Serbia por entonces ya había restringido el paso de los solicitantes de asilo a una apertura de fronteras de un par de horas al día y en aquella ocasión las ONG como Cruz Roja estaban faltas de manos para ayudar, detalla Bobi a EL ESPAÑOL al otro lado del hilo telefónico.
“Empezamos a darles leche y de todo. Vi a Noora junto a su madre y hablamos todo el tiempo. Ella quería hablar con alguien que hablara inglés (y) pocos policías en Macedonia hablan inglés, porque en mi época de instituto se estudiaba ruso y francés”, detalla este agente de 35 años que desvela su otra profesión, la que le ha posibilitado aprender el idioma en el que se comunica con su mujer: “Hablo inglés porque soy bailarín profesional de danza tradicional y viajo por Europa”.
Noora, que por entonces de 19 años, tenía fiebre alta aquel día y hacía frío. Se sintió reconfortada por el amable guardia de fronteras que trataba de ayudarla: “Fue muy bueno conmigo, me ayudó, me habló. Me pareció una persona interesante, que no miraba mal a los refugiados, fue amor a primera vista”. Ella estaba impaciente por seguir su camino, pero Bobi le tuvo que decir que tendrían que esperar a la apertura de la frontera.
“Serbia no es la culpable, esto viene de la Unión Europea”, indica él. En aquella época, Bruselas acababa de acordar con Ankara el bloqueo al paso del Egeo. El caso es que en seguida sintió algo por ella. “Antes de ella conocí a muchas chicas; a lo mejor más bellas, a lo mejor más feas, pero vi algo especial en Noora y le dije 'no te preocupes por tu vida'”.
La familia de Noora empezó a pasar la frontera, pero cuando la policía serbia comprobó los documentos, los retornó inmediatamente. Les dijeron que debían volver a su país. “Noora comenzó a llorar, a caerse al suelo. Su madre también empezó a llorar. Tomé a Noora entre mis brazos y mis amigos ayudaron a su madre. Llevamos a la familia a una tienda de campaña en Kubanovo”, la ciudad que acabaría siendo el nuevo hogar de esta joven de 19 años que huía del terror del grupo terrorista Estado Islámico en Irak. “Empezaron a llevarse a gente, a vender a mujeres… Era feliz porque estaba con mi familia, pero era inseguro”, rememora.
Junto a sus padres y hermano habían conseguido llegar hasta Turquía, sobrevivir a la peligrosa travesía por el mar Egeo y superar la barrera de Idomeni en la frontera norte de Grecia justo el día antes de que Macedonia también cerrara sus fronteras oficialmente el 9 de marzo.
Hacía frío y le compré ropa, porque me importaba tanto. Le pregunté si tenía novio
“Hacía frío y le compré ropa, porque me importaba tanto (…). Le pregunté si tenía novio”, recuerda Bobi. Dice que sólo le costó 2 o 3 días “máximo” darse cuenta de lo que sentía por Noora, “porque la primera vez (ya) vi algo especial en Noora: un buen corazón, buen alma, una persona pura”. Fue trasladada a un campo de refugiados para intentar obtener el asilo, mientras sus padres planeaban rehacer la vida de su familia en Alemania. Cuando Noora se lo contó a Bobi, él se lanzó a pedirle su mano. Sólo habían pasado entre diez y quince días desde que se vieron por primera vez, no recuerda exactamente cuánto. “Invité a Noora a un restaurante tradicional en Kumanovoy le pedí que fuera mi esposa. Me dijo que no me burlara. Yo empecé a beber demasiada agua y ella repitió: 'no me tomes el pelo' (...). Finalmente aceptó mi petición. Y empezamos a preparar cómo se lo contaríamos a sus padres”.
Ella se mudó con él y comenzaron los preparativos de la boda. Su familia había seguido hacia Alemania y pensaban que ella también iría. No era una noticia fácil de dar. No por el poco tiempo que hacía que se conocían, sino por la distinta religión que profesan. Al principio a los padres de Noora les costó, pero después de un par de meses aceptaron la situación: “Estaban enfadados, no me hablaron durante un tiempo. Ahora hablan conmigo cada día. Saben que nos queremos y conocen a Bobi”. En el caso de los progenitores de él, Bobi asegura que no fue un problema, porque tienen muchos amigos musulmanes.
Estaban enfadados, no me hablaron durante un tiempo. Ahora hablan conmigo cada día. Saben que nos queremos y conocen a Bobi
“Tuvimos una boda preciosa, con muchos invitados, con muchos cantantes macedonios”, rememora Bobi. Fue el 13 de julio pasado, el mismo día que Noora cumplía 20 años. Ahora esperan su primer hijo. Noora está embarazada de cuatro meses y el bebé está bien. Al hablar el jueves con EL ESPAÑOL acababa de volver de la ecografía en la que los médicos suelen poder ver qué sexo tendrá el bebé. No ha habido suerte, porque el pequeñajo “se ha tapado”, explica. Pero le da igual, “lo que me importa es que esté bien y está muy bien”, dice con una voz que irradia felicidad. No lo educarán en una u otra religión, sino que han acordado dejarle elegir su fe cuando crezca.
Noora cuenta que lo que más le gusta de “el amor de su vida” es cómo trata a los refugiados: “No les mira mal, les cuenta chistes”… y es que el policía y bailarín también es cómico en un programa de la televisión macedonia. Ríe mientras cuenta cómo juega al fútbol con los niños refugiados, detalla que el campo para ellos es como una cárcel y relata contenta que ella ahora trabaja como traductora e intérprete para Cruz Roja y Unicefen la frontera. Se lo pidieron al mes de llegar a Macedonia y todo vino rodado. Explica con desparpajo que habla seis idiomas: kurdo, árabe, inglés, farsi además de un poco de afgano y coreano (resulta que tiene amigos en Facebook de esa nacionalidad).
Lo que más le gusta a Bobi de Noora es su “corazón puro” y sus bonitos ojos. “Es bella por fuera y por dentro, pero por dentro veo en ella algo que no veo en otras mujeres, porque me casé dos veces antes”, confiesa. Este policía de frontera cuenta que ahora en la frontera rige un “control estricto”, aunque señala que en los últimos dos meses han entrado pocos refugiados. Más bien al contrario, “tenemos más refugiados que vuelven de la Unión Europea, que quieren volver a su país: Irak, Siria… La situación está tranquila”.
La religión no debe ser una barrera entre un chico y una chica
Dentro de poco hará un año desde que Noora se despidió de su abuela en Bagdad antes de partir en busca de una vida mejor. Por entonces resultaba difícil imaginar la vida de ensueño que ha encontrado. “Aquí, en el campo, nadie te hace sentir como un refugiado. No te miran mal y cuando no me apaño con los números en el supermercado, se ríen y me enseñan la cifra en el ordenador”. (Su abuela está bien).
Bobi no quiere colgar antes de transmitir el mensaje a quien quiera escucharle de que nos queramos unos a otros y enfatiza que “la religión no debe ser una barrera entre un chico y una chica”. Sin duda, su historia de amor es uno de los mejores ejemplos de ello. Y tanto él como Noora quieren contarla a cuanta más gente mejor para aportar así su grano de paz al mundo. Ellos piensan mantener su promesa de quererse para siempre: se han tatuado el nombre del otro respectivamente en sus antebrazos.