Hay una escena que nadie ha visto en Italia, pero que el imaginario colectivo da por cierta: el beso entre Salvatore Riina, líder de la mafia siciliana, y Giulio Andreotti, el gran capo de la democracia cristiana. Eran los años ochenta, cuando la Cosa Nostra libraba en paralelo una guerra entre los clanes y un verdadero órdago al Estado. El periodo de los “cadáveres excelentes”, de asesinatos a políticos, cuerpos de seguridad y magistratura. Se habló entonces de una negociación entre el Estado y la mafia, que habrían manejado ambos personajes, pero de la que nunca se ha podido tener constancia fehaciente.
Andreotti se llevó a la tumba en 2013 éste y otros muchos misterios. Mientras que el otro personaje, la Bestia –como lo apodaron- hizo lo propio en la madrugada de este viernes, nada más cumplir los 87 años. Tras una serie de asesinatos entre familias, Totò Riina, que había tomado el mando en los años setenta, ordenó la ejecución en 1979 del secretario provincial de la democracia cristiana, Michele Reina, un año más tarde del presidente siciliano, Piersanti Mattarella –hermano del actual presidente de la República, Sergio Mattarella- y en 1982 del líder del Partido Comunista Siciliano, Pio La Torre.
Ninguna formación quedaba indemne, era el método de mostrar que en Sicilia no existía la política, sino que que el crimen organizado controlaba el territorio. Después llegarían los asesinatos de caribinieri y el punto culminante: los magistrados Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, quienes verdaderamente estaban consiguiendo derrotar con la ley a los jefes mafiosos.
La relación con el Estado
Estaba próxima la caída del muro de Berlín, el comunismo italiano –que amenazó sin éxito durante décadas llegar al Gobierno- se derrumbaba. Era la época de la desintegración de la Primera República italiana, de un gigantesco caso de corrupción que afectó a todos los partidos, de los escándalos de las finanzas vaticanas y del descubrimiento de la existencia de una logia masónica –Propaganda Due, P2- que actuaba como un Estado dentro del Estado. Se especuló con que el jefe de los corleoneses ordenó eliminar a quien se oponía al pacto entre mafia y Estado para devolver el orden a Italia. Otra versión es que quiso marcar el territorio de una forma despiadada como nadie lo había hecho antes.
Él nunca dijo nada. No sólo negó conocer qué era aquello de la Cosa Nostra –“yo sólo soy un campesino”, respondió ante el juez-, sino que sus testimonios fueron intencionadamente contradictorios. Fue clave la figura de arrepentidos como Tomasso Buscetta y Pippo Calò, que ayudaron a los magistrados a descifrar qué forma tenía la estructura mafiosa. Hoy, Gaspare Mutolo, un arrepentido que actuó durante años al lado de Riina, asegura que no se imagina “una política sin mafia”.
Ejecutor de Falcone y Borsellino
U curtu (“el corto”, en dialecto siciliano) fue juzgado en rebeldía en el llamado maxiproceso -en el que hubo 475 acusados y 360 condenados- y arrestado definitivamente en Palermo 1993. Se le acusa de haber ordenado meses antes los asesinatos de los magistrados Falcone y Borsellino, ambos mediante la brutal explosión de sendos coches bomba. Otra de las preguntas sin responder es por qué tanta espectacularidad, si probablemente eso haría reaccionar a los resortes del Estado, como así fue.
Entre las hipótesis, de nuevo, la complicidad de figuras políticas que ayudaron a poner de rodillas al Estado. Hubo documentos de ambos jueces, en los que podría haber claves de las investigaciones, que nunca se encontraron y que como dice ahora Salvatore Borsellino, hermano del juez asesinado, con la muerte de Riina “es más difícil que salgan a la luz”.
Un año después del arresto del capo, irrumpió en política Silvio Berlusconi, quien ganó las elecciones en 1994. Las interceptaciones recientes de otro jefe mafioso, Giuseppe Graviano, lo acusan directamente de haber colaborado en la traca final de la Cosa Nostra, una serie de atentados perpetrados en Milán, Florencia y Roma en 1993. Berlusconi ha reiterado que se trata de la habitual persecución del aparato judicial, al que suele recurrir. Aunque recientemente un juez de Florencia ha vuelto a abrir la causa.
Conexión Berlusconi
La fortuna de Berlusconi, así como su meteórica carrera de la nada a primer ministro, son una incógnita. Gaspare Mutolo no tiene la clave de bóveda, aunque sí recuerda que el ex Cavaliere era en aquella época un empresario y “todo hombre de negocios que quiera abrirse paso en Sicilia necesita tratar con la mafia”. La mano derecha de Berlusconi, Marcello dell’Utri, ha sido juzgado en una decena de procesos por asociación mafiosa y fue condenado a prisión por servir como interlocutor entre la Cosa Nostra y el poder político.
De ahí que tantas evidencias hagan pensar al italiano que aquel beso entre Totò Riina y Giulio Andreotti existió. Y si no fue así, poco importa, porque son muchos los lazos entre mafia y política. Lo confirma el número dos de la Dirección Nacional Antimafia, Giuseppe Russo, quien asegura que “Riina fue un sanguinario que escogió la confrontación directa con el Estado, lo que supuso su detención”. “Hoy el aparato estatal es más fuerte gracias a los esfuerzos para derrotar a este capo, pero eso no supone que los mafiosos sean más débiles. Han cambiado de piel y siguen estando presentes en buena parte del armazón del país”, sostiene.
Con Riina muere un hombre del pasado. Como lo fue también su lugarteniente y sucesor, Bernardo Provenzano, que el año pasado falleció sin aclarar ninguno de los misterios de su época. Actualmente la figura del capo supremo se le atribuye a Matteo Messina Denaro, que se encuentra desaparecido. Desde el régimen de aislamiento en el que se encontraba, Riina siguió amenazando a fiscales, como Nino Di Matteo, y pese a sufrir un cáncer terminal se especula con que mandó hasta el fin de sus días. Otra incógnita que también se llevará a la tumba.