Es una lucha descarnada por el poder aderezada con argumentos de legitimidad democrática. La Eurocámara y los jefes de Estado y de Gobierno de la UE se disputan la prerrogativa de elegir al sucesor de Jean-Claude Juncker al frente de la Comisión. El mandato del luxemburgués expira a finales de 2019 y él ya ha dicho que no quiere repetir. El Parlamento reclama que el nuevo presidente del Ejecutivo comunitario sea el cabeza de lista del partido más votado en las elecciones europeas de mayo del año que viene, el Spitzenkandidat, según la denominación alemana que se ha convertido ya en jerga comunitaria.
En la cumbre europea que celebran este viernes en Bruselas, los líderes europeos rechazarán esta exigencia y defenderán con uñas y dientes su potestad de escoger al candidato de forma autónoma, según adelantan fuentes diplomáticas. El conflicto institucional está servido.
El primero en abrir fuego esta vez ha sido el Parlamento Europeo. En una resolución aprobada el 7 de febrero y cuyo ponente es el portavoz del PP, Esteban González Pons, avisa de que "estará preparado para rechazar, en el procedimiento de investidura del presidente de la Comisión, cualquier candidato que no haya sido designado como cabeza de lista en el periodo previo a las elecciones europeas". "Que los ciudadanos conozcan y puedan votar a los candidatos a presidente de la Comisión Europea no es un capricho, es lo normal", ha dicho González Pons.
A su juicio, no se trata de una pelea institucional entre los Gobiernos de la UE y la Eurocámara, sino que "es un conflicto entre el poder y la democracia". "En las elecciones europeas no sólo se elige al Parlamento, también se elige un Gobierno europeo, y sería una anormalidad democrática que los ciudadanos no sepan quiénes son los candidatos a dirigir ese gobierno", alega. El sistema de cabezas de lista sirve, según el portavoz del PP, para combatir la desafección de los ciudadanos respecto a la UE, ya que incrementa las posibilidades de participación política.
Suprimir este modelo, que se ensayó por primera vez como proyecto piloto en las anteriores elecciones europeas de 2014, "sería un paso atrás para la democracia europea", sostiene González Pons. Fue la propia Eurocámara la que se inventó los Spitzenkandidaten en un intento de arrebatar a los Gobiernos de la UE el monopolio del que hasta entonces habían gozado a la hora de designar al presidente de la Comisión. Su argumento era que así los ciudadanos podían participar directamente en la elección y que el sistema facilitaba un auténtico debate europeo en lugar de 28 campañas diferentes sobre temas nacionales.
En aquel momento, Juncker fue escogido como candidato del PP europeo; el alemán Martin Schulz lideró la lista de los socialistas; el belga Guy Verhofstadt fue cabeza de cartel de los liberales; y la izquierda radical presentó al actual primer ministro griego, Alexis Tsipras. Los aspirantes hicieron campaña en varios Estados miembros y participaron incluso en debates televisados que "no vio nadie", según ha admitido el propio Juncker. Tras la victoria del PPE, los líderes europeos acabaron aceptando al luxemburgués como presidente de la Comisión. A regañadientes, a nadie le acababa de convencer del todo. Pero el golpe de la Eurocámara les había pillado desprevenidos. Sólo el británico David Cameron y el húngaro Viktor Orban votaron en contra.
No habrá automatismo
Esta vez no quieren repetir el mismo error. Para empezar, el tono conminatorio de la resolución del Parlamento no les ha gustado nada. "Hay fórmulas más diplomáticas", se quejan. Por eso, en la cumbre de este viernes los jefes de Estado y de Gobierno avisarán a la Eurocámara de que "no habrá ningún automatismo". "Ser cabeza de lista no te elimina de la carrera, puede aumentar tus posibilidades, pero no puede haber ni habrá garantías de que vayas a ser presidente de la Comisión", explican desde el gabinete del presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. "Será una decisión autónoma del Consejo Europeo (el foro que reúne a los jefes de Estado y de Gobierno)", agregan.
El actual enredo tiene su origen en la complicada redacción que se introdujo en el Tratado de Lisboa sobre el método de elección del presidente del Ejecutivo comunitario. El Tratado establece que son los líderes europeos los que deben proponer al candidato, teniendo en cuenta los resultados de las elecciones. Pero a continuación añade que el candidato debe ser elegido (es decir, ratificado) por el pleno de la Eurocámara. Para los Gobiernos de la UE, esta formulación significa que el Consejo Europeo no puede renunciar a su prerrogativa de escoger a la persona que propone como presidente de la Comisión. Lo contrario exigiría un cambio de Tratado.
Este método no resta legitimidad democrática a la elección. Los líderes europeos también han sido democráticamente elegidos en sus respectivos países con tasas de participación a menudo muy superiores que las que se registran en las elecciones europeas, sostienen los Gobiernos. Además, a la hora de escoger al sucesor de Juncker hay que tener en cuenta también equilibrios geográficos, de tamaño de los países o de género. El automatismo con el resultado electoral "no es factible".
Finalmente, alegan que el sistema de los Spitzenkandidaten tiene otra consecuencia no deseada: rebaja el nivel de experiencia política de los aspirantes. Tradicionalmente, el presidente de la Comisión es un antiguo primer ministro de un país de la UE. Pero ningún jefe de Estado y de Gobierno va a prestarse a este experimento porque tendría que dimitir y pondría en riesgo su posición política nacional sin ninguna garantía de ser elegido.
El debate sitúa en una posición especialmente incómoda al presidente francés, Emmanuel Macron. Aunque es el líder más europeísta y el que ha planteado más iniciativas para democratizar la UE, se opone a los Spitzenkandidaten. "Estoy a favor de respetar los Tratados y la separación de poderes", se ha justificado. Lo cierto es que su problema es que su partido, La République en Marche!, no está adscrito a ninguna familia europea. Eso significa que no podrá participar en la elección de ningún cabeza de lista y que quedaría así fuera de juego en la designación del sucesor de Juncker.
Más eurodiputados para España
En su cumbre de este viernes, los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 (Theresa May no está invitada porque se debate el futuro de la UE) aprobarán también reducir de 751 a 705 el número de escaños en la Eurocámara. Es una de las consecuencias directas de la marcha de Reino Unido. Además, 27 de las 73 sillas que ahora corresponden a los británicos se redistribuirán entre 14 Estados miembros que actualmente están infrarrepresentados.
España y Francia son los países que más ganan (5 escaños cada uno), en el caso español hasta 59 representantes. "Este aumento es una gran cosa para España, nunca es algo irrelevante políticamente tener cinco escaños más", sostienen fuentes gubernamentales. En cambio, no saldrá adelante la propuesta federalista de Macron de crear listas transnacionales, con eurodiputados de varios países que puedan ser votados en toda la UE, para las elecciones de 2019: el PP europeo -no así la delegación española- votó en contra. Pero la idea seguirá debatiéndose de cara a los siguientes comicios de 2024.
En cambio, lo que no parece que vaya a prosperar ni a corto ni a largo plazo es el plan de Juncker de fusionar su cargo con el de Tusk para crear un superpresidente único de la UE, según las fuentes consultadas. El luxemburgués alega que así se acabaría con la actual cacofonía de voces en Bruselas. Los líderes europeos se oponen porque ven en ello una amenaza al equilibrio institucional entre Bruselas y las capitales. La cuestión ni siquiera va a discutirse en la cumbre porque no reúne el mínimo apoyo necesario.
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