Bruselas

¿Es la solución para un acuerdo histórico que garantice una paz duradera, estabilice de forma definitiva los Balcanes y acelere su integración en la UE? ¿O se trata por el contrario de una nueva chispa que podría reavivar los conflictos étnicos que llevaron a las guerras de Yugoslavia en los años 90? Serbia y Kosovo negocian desde hace semanas redibujar su frontera siguiendo criterios étnicos como paso previo a normalizar de forma permanente sus relaciones. Una perspectiva que incomoda a la UE y a EEUU, que se habían comprometido a no volver a alterar las fronteras en la región.

La próxima cita clave tendrá lugar el próximo viernes 7 de septiembre. El presidente de Serbia, Aleksander Vucic, y el de Kosovo, Hashim Thaçi, se reúnen de nuevo en Bruselas para reanudar un diálogo que se encuentra ya en su "recta final". Ambos líderes participaron juntos a finales de agosto en una mesa redonda en Austria. Allí confirmaron que las conversaciones entre ambos están avanzadas y se centran en una "corrección" (ese es el eufemismo que utilizan) de la frontera. Pese a que aseguran no soportarse mutuamente, durante la conferencia exhibieron incluso signos de complicidad y un frente común para pedir a la UE que apoye cualquier acuerdo.

Los dos líderes parecen decididos a invertir todo su capital político en lograr un acuerdo que permitiría a Serbia entrar en breve en la UE y a Kosovo lograr algún tipo de aval de la ONU y avanzar también en sus aspiraciones europeas. Kosovo declaró unilateralmente su independencia de Belgrado en 2008, casi una década después de la intervención de la OTAN para frenar la limpieza étnica que estaba llevando a cabo el régimen serbio de Sloboban Milosevic en la entonces provincia rebelde. Cinco países de la UE todavía no reconocen a Kosovo: España, Chipre, Grecia, Rumanía y Eslovaquia.

"Queremos garantizar a los países vecinos y a la UE que no deben tener miedo de un acuerdo de paz entre Kosovo y Serbia, incluso si ese acuerdo implica una corrección de la frontera. No seremos los primero ni los últimos en hacer correcciones fronterizas a cambio de la paz", dijo Thaçi en Austria. "Un conflicto congelado no puede durar así para siempre, nadie puede controlarlo. Alguien puede descongelarlo un día y entonces tendremos una guerra. Y ninguno de nosotros quiere una guerra", avisó el presidente de Serbia. Ambos piden a Bruselas que avale un posible pacto.

De momento, ninguna de las dos partes ha explicado en qué consistiría exactamente el intercambio de territorio. Pero se da por hecho que lo que están discutiendo es el canje de la zona norte de Kosovo (al norte del río Ibar), cuya población es de mayoría serbia y que pasaría a formar parte de Serbia; a cambio del valle de Presevo, un área de mayoría albanesa al sur de Serbia y que ahora se entregaría a Kosovo.

¿Efecto contagio?

"No es la mejor solución ni la más deseable", explica a EL ESPAÑOL Salvador Llaudes, investigador para Europa del Real Instituto Elcano. "Serbia y Kosovo son ya bastante homogéneos en términos culturales/religiosos y lo que va a pasar con este intercambio es que se vuelvan ya del todo homogéneos. Sería una derrota asumir que los países, las sociedades, no pueden ser culturalmente heterogéneos. Además, tener una población homogénea tampoco reduce el conflicto, como demuestra la experiencia histórica", relata Llaudes.

Pero la principal preocupación es que el cambio de fronteras abra una caja de Pandora que desestabilice al resto de países de los Balcanes. El peligro es especialmente grave en el caso de Bosnia-Herzegovina, donde conviven tres comunidades en conflicto latente: serbios, croatas y bosníacos. "El canje puede dar alas a aquellos que creen que lo mejor que le puede pasar al Estado bosnio es desaparecer o verse menguado de manera irremediable, por ejemplo con la independencia de la república Srpska (de mayoría serbia) o la separación de Herzegovina (de mayoría croata)", señala el investigador del Instituto Elcano. Pero también podría reavivar el enfrentamiento en Macedonia entre albaneses y macedonios.

La alteración de las fronteras podría ser esgrimida además como antecedente por otros movimientos independentistas en Europa. De hecho, el expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, se apresuró a retuitear el pasado lunes una noticia del portal Vilaweb que decía que "los presidentes de Serbia y Kosovo confirman que están negociando el reconocimiento de la independencia". "Los independentistas, ya sea en Cataluña o en cualquier otra parte del mundo, siempre se van a acoger a cualquier mínimo detalle o experiencia a nivel internacional que ellos entiendan que pueda servir a su causa", dice Llaudes.

De nuevo, Merkel contra Trump

La líder de la UE que hasta ahora se ha opuesto de forma más categórica a un intercambio de territorios entre Serbia y Kosovo es la canciller Angela Merkel. "La integridad territorial de los Estados de los Balcanes Occidentales ha quedado establecida y es inviolable (...) Esto tiene que repetirse una y otra vez porque una y otra vez hay intentos de quizá discutir sobre las fronteras y no podemos hacer eso", dijo la canciller en agosto tras reunirse con el primer ministro de Bosnia.

Tampoco al Gobierno español le gusta la idea de un nuevo cambio de fronteras en los Balcanes. "Ha habido muchas reticencias a acuerdos que se basen en una especie de delimitaciones étnicas de territorios", dijo el ministro de Exteriores, Josep Borrell, tras la reunión de los jefes de la diplomacia de la UE celebrada el viernes en Viena.

Una tesis que comparten las organizaciones civiles de Serbia y Kosovo, que en agosto remitieron una carta contra el canje a la jefa de la diplomacia de la UE, la italiana Federica Mogherini. "Es necesario aceptar la interculturalidad y las sociedades multiétnicas como prerrequisito para las aspiraciones de integración en la UE. Los países étnicamente limpios no deben ser tolerados ni apoyados por representantes de la comunidad internacional", aducen. También los tres representantes que ha tenido la UE en Bosnia -Carl Bildt, Paddy Ashdown y Christian Schwarz Schilling- han manifestado su oposición: "nos llevaría de nuevo a la división y el conflicto en los Balcanes".

Sin embargo, la Comisión Europea parece inclinarse por aceptar este cambio en la frontera si es la única solución para normalizar las relaciones entre Serbia y Kosovo y despejar el camino para su entrada en la UE. "Se trata de una solución bilateral que no debe servir como modelo para otros problemas en la región. Sería un traje a medida que se ajustaría a las necesidades de los dos países", ha dicho el comisario de Ampliación, el austríaco Johannes Hahn.

También la Casa Blanca de Donald Trump respalda este intercambio de territorios si es el precio que hay que pagar por la paz y la estabilidad en los Balcanes. "La política de Estados Unidos es que si las dos partes pueden apañarse entre ellas y lograr un acuerdo, nosotros no excluimos ajustes territoriales. No vamos a interponernos en el camino, y no creo que nadie en Europa se interponga si las dos partes en la disputa logran un acuerdo mutuamente satisfactorio", dijo a finales de agosto John Bolton, el asesor de Seguridad Nacional estadounidense.

De nuevo, Trump y Merkel se encuentran en los dos extremos opuestos de la disputa. Los dos mandatarios hablaron por teléfono el pasado martes sobre el futuro de Kosovo. Las señales que llegan del Kremlin apuntan a que también respaldará el cambio de frontera. El presidente ruso, Vladimir Putin, podría utilizarlo como argumento para imponer sus tesis en Georgia, Ucrania o Moldavia. 

"Puede sentar precedentes muy complicados en una región (los Balcanes) que ha vivido hace apenas dos décadas una guerra terrible y unos conflictos que están muy lejos de haber sido superados. La situación hoy en día es de calma tensa, por no hablar de otros problemas como la corrupción, la vulneración del Estado de derecho o la emigración de los jóvenes que no tienen oportunidades", apunta Llaudes. La respuesta a estos interrogantes se sabrá en los próximos meses: Vucic quiere cerrar el acuerdo final con Kosovo como muy tarde a principios de 2019.