Reino Unido acabó este fin de semana con las opciones de España de sostener el turismo en la peor crisis que se recuerda: cuarentena para todos los viajeros que procedan de nuestros aeropuertos. Un sólo dato para concretar la dimensión del anuncio: los británicos son nuestros principales visitantes. En 2019, se alojaron en nuestros hoteles, comieron en nuestros restaurantes o visitaron nuestros principales reclamos culturales 18 millones de ellos.
La razón del Gobierno del conservador Boris Johnson, cuya postura inicial frente al virus fue la inacción a fin de lograr la llamada inmunidad de rebaño, es la para ellos delicada situación de nuestro país, que estaría a las puertas de una segunda gran embestida del coronavirus pese a que las cifras, especialmente las de ingresados o fallecidos, difieren de las de marzo, cuando además no había mascarillas en las calles ni concienciación, rastreadores o pruebas suficientes.
La ministra de Exteriores, Arancha González Laya, trató de evitar la restricción, sosteniendo ante sus iguales británicos que nos encontramos "en una situación de control", que los rebrotes "estaban previstos y se están detectando precozmente" o que, recalcando la eficacia del "trabajo de cribado", de los nuevos casos detectados, "más de la mitad son asintomáticos". Perdida la primera batalla, González Laya se propuso este domingo salvar de la restricción a Baleares y Canarias, que, recalcó, "están muy por debajo de los datos epidemiológicos en el Reino Unido".
123 fallecidos el viernes
Las cifras de España están de hecho muy alejadas de las de Reino Unido, donde el Covid-19 sigue causando estragos en el sistema de salud y comprometiendo una economía que, brexit consumado, no recibirá fondo alguno de la Europa de sus antiguos socios. El sábado, día de la noticia, las fuentes oficiales reportaron 767 nuevos contagios y 61 muertes, haciendo un total de cerca de 300.000 casos y de 46.000 fallecidos registrados; el viernes, los casos estaban a la par, 768, pero los decesos disparados, 123, después de los 79 del jueves.
Más allá de las cifras, el ejecutivo de Johnson, que no tomó cartas en el asunto hasta el contagio y posteriores complicaciones del primer ministro, no decretó hasta el pasado viernes la obligatoriedad de la mascarilla en espacios cerrados como estaciones de transporte, supermercados u oficinas de correos salvo para menores de 11 años o personas "con discapacidades o ciertas condiciones de salud que hagan difícil que la usen".
El todavía elevado número de vidas perdidas a diario o la tardía toma de medidas en relación con España no han impedido sin embargo que británicos hayan venido a nuestro país estas últimas semanas, algo que ya no veremos: si vienen, han de ser consientes de que a la vuelta deberán permanecer aislados en sus casas durante 14 días. Caso paradójico el de Grant Shapps, el ministro de Transporte que avaló la cuarentena. Shapps se encuentra de vacaciones en España y a su regreso deberá teletrabajar un par de semanas.
"Nos equivocamos"
El discurso de su jefe, Boris Johnson, es ya homologable al de Pedro Sánchez en cuanto a la insistencia en la importancia de la responsabilidad individual por el bien común o de ceñirse a las obligaciones y recomendaciones de las autoridades sanitarias, con una diferencia en este caso a favor del premier, duro consigo mismo por haber subestimado la letalidad del Covid y haber optado en primer término por una estrategia arriesgada que está saliendo cara: "Nos equivocamos en muchas cosas. (..) No entendimos el virus durante las primeras semanas y meses".
"Entendido" el virus, Reino Unido se blinda y golpea a España para protegerse. Los esfuerzos del Gobierno de Sánchez por permitir al sector del turismo al menos terminar el verano ya sólo son posibles en aquellos territorios que logre apartar de la imposición. Baleares, Canarias o la Comunidad Valenciana lo piden, preparados para acoger como hacen desde el fin del estado de alarma a ciudadanos de países donde la desescalada transita algunas fases por detrás.