"Europa debe ser un jugador, no un terreno de juego". Es el mantra que repite desde hace semanas el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. La UE no puede quedar atrapada en la pugna entre las dos grandes superpotencias, Estados Unidos y China, sino que debe "una voz más potente" en la escena internacional, sostiene Michel.
Esta ambición geoestratégica -que abandera también la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen- ha naufragado estrepitosamente durante la primera jornada de la cumbre que se celebra en Bruselas, que estaba consagrada precisamente a la política exterior.
Los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 se han pasado casi ocho horas peleándose sobre qué relación debe mantener la Unión Europea con Turquía. Un debate suscitado por dos Estados miembros, Grecia y Chipre, que denuncian prospecciones gasísticas ilegales de Ankara en sus aguas territoriales. Ni la solidaridad debida entre socios ha servido para facilitar el debate.
Al final, los líderes europeos han alcanzado un ambiguo compromiso de mínimos. Un acuerdo que por un lado ofrece al presidente turco, Recep Tayipp Erdogan, una relación privilegiada con la UE si rebaja la tensión en el Mediterráneo Oriental; y por el otro le amenaza veladamente con sanciones si prosigue con sus "presiones y provocaciones". Encontrar las palabras justas les ha llevado hasta la una de la madrugada.
"Si Ankara vuelve a las medidas unilaterales, usaremos todos los instrumentos y opciones disponibles. Tenemos una caja de herramientas que podemos activar inmediatamente", ha dicho Von der Leyen en rueda de prensa al término de la reunión. "La opción de sanciones está ahí".
"Pero eso no es lo que queremos. Nos gustaría trabajar en una nueva relación a largo plazo con Turquía, una agenda positiva que incluiría la modernización de nuestra unión aduanera, que incrementaría el comercio, y una cooperación más fuerte sobre inmigración", ha resaltado.
Los líderes europeos han respaldado los contactos bilaterales que han retomado Grecia y Turquía, han lamentado que Ankara no haya hecho un gesto similar hacia Chipre y han pedido que se reanuden las negociaciones en la ONU para la reunificación de la isla.
El debate ha dejado al descubierto no obstante la profunda fractura entre los Estados miembros y su incapacidad para actuar de forma decisiva. Una parálisis que daña la imagen de la UE y socava su pretensión de convertirse en una potencia en la escena internacional.
Sanciones a Bielorrusia
El propio jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, reconocía la semana pasada que la credibilidad de la Unión estaba en juego en este conflicto. El debate de los líderes europeos este jueves ha corroborado las carencias de la política exterior comunitaria.
Y es que la discusión sobre Turquía se ha mezclado además con la crisis de Bielorrusia. En una cumbre de emergencia celebrada en agosto, los jefes de Estado y de Gobierno prometieron imponer sanciones al régimen de Alexander Lukashenko. Un castigo por la manipulación de los resultados de las elecciones presidenciales del 9 de agosto en Bielorrusia, así como por la represión contra las protestas posteriores que se han desatado en las calles de Minsk.
Casi dos meses después, las sanciones contra Bielorrusia todavía no se han materializado. Chipre las ha vetado hasta ahora en solitario -aunque en realidad está de acuerdo- en protesta por la falta de solidaridad de sus socios. Su primer ministro, Nicos Anastasiades, exige un castigo igual de contundente contra Turquía por sus exploraciones gasísticas en aguas territoriales chipriotas y griegas.
El acuerdo de mínimos del Consejo Europeo ha desbloqueado por fin las sanciones contra el régimen de Lukashenko: Chipre levanta su veto. La lista de sancionados se ha publicado este mismo viernes. Se trata de 40 mandatarios bielorrusos a los que se les prohíbe la entrada en la UE y se les congelan las cuentas. Entre ellos no se encuentra el propio Lukashenko.
"Que ahora hayamos podido acordar estas sanciones es una señal importante porque refuerza la posición de los que protestan a favor de la libertad de expresión en Bielorrusia", ha dicho la canciller alemana, Angela Merkel.
Bandos opuestos sobre Turquía
Merkel, cuyo país ocupa la presidencia de turno de la UE, encabeza el bando de los Estados miembros que rechazan las pretensiones chipriotas y abogan por rebajar la tensión con Ankara y buscar una solución dialogada. La canciller fue la hacedora del acuerdo migratorio con Turquía y teme que el presidente Erdogan deje vía libre a los migrantes sirios para que viajen a la UE, provocando una crisis similar a la de 2015.
En el mismo bando que Merkel milita el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que también ha tratado de ejercer de mediador entre Ankara y Atenas. En el Consejo Europeo, Sánchez ha expresado su "solidaridad" con Grecia y Chipre, pero ha insistido en un "diálogo constructivo y positivo" porque a su juicio la UE necesita una "relación estratégica" con Turquía.
La línea dura contra Erdogan la lidera ahora el presidente francés, Emmanuel Macron, que en verano llegó a enviar una fragata al Mediterráneo para apoyar a Grecia y Chipre frente a Turquía.
También apuesta por las sanciones el primer ministro austriaco, Sebastian Kurz. "Se necesita una reacción clara contra el comportamiento turco y la UE debe trazar líneas rojas para el presidente Erdogan. Eso significa en primer lugar interrumpir las negociaciones de adhesión y luego sanciones contra Turquía", ha afirmado.
De momento, los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 han logrado una tregua, pero las divisiones persisten. El único acuerdo real es volver a discutir las relaciones con Ankara en diciembre. La exigencia de unanimidad a la hora de adoptar sanciones en política exterior condena a la UE a seguir siendo un enano político en la escena internacional.