Cuando los incendios más devastadores de los últimos años asolaron Portugal, en 2017, provocando la muerte de más de cien personas, una imagen recorrió los periódicos de todo el mundo. El presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, dentro de un coche, abrazando a un hombre mayor que lloraba desconsolado por haber perdido todo lo que tenía en el desastre.
A esa imagen se sucedieron otras, con la misma iconografía: el presidente consolando a gente a la que el fuego le había robado todo. "La gente humilde", dijo en determinado momento de su campaña en 2016, "ya sabe que no le puedes solucionar sus problemas particulares, pero un momento de consuelo no cuesta dinero ni tiempo. Eso no se lo podemos negar".
Ahora, cuando Portugal vive la peor ola de una pandemia que ha llevado el país a un segundo confinamiento, alcanzando números de contagios y muertes absolutamente dramáticos, los ciudadanos vuelven a confiar en Marcelo Rebelo de Sousa, en su empatía y en su cercanía, para liderar el país en tiempos tan oscuros. El "presidente de los afectos", como ha quedado conocido a lo largo de su mandato, fue reelegido como presidente de la República, con casi 61% de los votos.
En segundo lugar, se ha quedado la socialista Ana Gomes, que se presentó de manera independiente, con un 13% y, en tercero, el ultraderechista André Ventura, con 11%. El líder de la extrema derecha portuguesa había amenazado con dimitir si quedaba por detrás de la socialista y así lo ha anunciado en la noche electoral, aunque con toda probabilidad se volverá a presentar para una reelección.
Los temores de una abstención sin precedentes se han confirmado y un 60% de los portugueses no acudió a votar. La pandemia y el miedo a los contagios han frenado a muchos portugueses a la hora de ejercer su derecho al voto y, además, hace mucho que la presidencia parecía decidida.
Cinco años después de que los portugueses le dieran su confianza por primera vez, nadie parecía ser capaz de frenar a Marcelo Rebelo de Sousa en el camino hacia un segundo mandato. Marcelo, a secas, o el "profesor Marcelo", como se le conoce en Portugal, por sus clases en la universidad, es un fenómeno de popularidad en el país.
Uno de los últimos estudios de opinión antes de las elecciones le daba al presidente un 62% de tasa de aprobación y, en términos de confianza, tres veces más que al primer ministro António Costa. "La presidencia es un cargo donde la personalidad de quién lo ejerce influye muchísimo", cuenta el sociólogo y analista político Pedro Adão e Silva. "Un hombre como Marcelo Rebelo de Sousa, empático, con mucha experiencia comunicativa, y que ayudó a distender las relaciones de los portugueses con la política, es natural que sea muy popular. Ya lo era antes de ser presidente".
Así es. Durante diez años, el "profesor Marcelo" tuvo un espacio de opinión todos los domingos, en el telediario de una cadena de televisión. Su forma de comunicar, pedagógica y sencilla, acercó la política a los ciudadanos y forjó su imagen ante los portugueses.
"Es de los pocos portugueses al que no le hace falta el apellido, es igual de popular que un jugador de fútbol y la tele le ha convertido en el primo que viene a cenar los domingos con historias para contar", decía la periodista Maria João Avillez en un artículo entonces.
Cuando decidió presentarse a las elecciones para la presidencia de la República, en 2016, lo hizo casi sin maquinaria política, sin mítines, sin carteles ni propaganda y sin partido, pese a haber estado casi toda la vida vinculado al Partido Social Demócrata (PSD). La campaña le costó 157.000 euros, el presupuesto más bajo de los seis candidatos que aspiraban a la presidencia ese año. Los resultados demostraron que no necesitaba más: ganó con un 52% de los votos.
El tocayo Marcelo
Dicho así, casi podría parecer la campaña de un amateur pero nada más lejos de la realidad. Marcelo es un político de larga trayectoria y con mucha experiencia. Sin embargo, hasta llegar a la presidencia de la República, su carrera política había sido un cúmulo de fracasos.
Nacido el 12 de diciembre de 1948, mamó la política desde siempre. Hijo de Baltasar Rebelo de Sousa, médico y una figura relevante de la dictadura de António Oliveira Salazar, que llegó a ser diputado y ministro de Inmigración del régimen, Marcelo heredó su nombre de otra figura relevante de la dictadura. Se lo debe a Marcelo Caetano, quien sucedió a Salazar y quién estaba al frente del régimen cuando se dio la Revolución del 25 de abril de 1974.
De hecho, Marcelo Caetano fue padrino de bodas de los padres del presidente, pese a que su madre, Maria das Neves, trabajadora social, tenía un espíritu más democrático. Ella fue su mayor influencia durante su infancia y juventud, que compartió con dos hermanos más.
Estudió Derecho en Lisboa. Era un alumno brillante, pero su cercanía al régimen provocaba recelos entre sus compañeros más a la izquierda. No fue hasta 1969, con 21 años, cuando empezó a manifestarse contra la dictadura, sobre todo contra el ministro de Educación entonces. Tras la publicación de dos artículos de opinión en dos periódicos distintos, criticando la reforma educativa y el régimen vigente, Marcelo Caetano rompe con su tocayo. Y cuando éste se involucró, en 1973, en la fundación del Expresso, uno de los periódicos más importantes de Portugal aún a día de hoy, los dos dejan de hablarse definitivamente.
Profundamente creyente, creó en 1970 el 'Grupo da Luz', un movimiento asociativo de inspiración católica, destinado a promover los valores religiosos en sus vertientes sociales, económicas y políticas, en el que también estaba el socialista António Guterres, ex primer ministro portugués y actual Secretario General de la ONU, con el que mantiene una gran amistad.
En 1974, tras el 25 de abril, ayuda a fundar el PPD/PSD, que luego dejaría caer sus tres primeras siglas. El año siguiente fue elegido como diputado de la Asamblea Constituyente y participó en los trabajos de redacción de la Constitución de 1976. Durante muchos años mezcló la política con el periodismo en una cercanía a veces peligrosa y que fue denunciada incluso por algunos compañeros de partido.
No fue hasta 1981 cuando integró un Gobierno por primera vez, como secretario de Estado de la Presidencia y ministro de Asuntos Parlamentarios, al año siguiente.
En 1989, Marcelo Rebelo de Sousa encabeza la candidatura del PSD al Ayuntamiento de Lisboa.
De fracaso en fracaso
En plena campaña para las municipales, Marcelo ya da señales de su particular manera de entender la política y se zambulle en el Tajo en un momento en el que el estuario de Lisboa se consideraba uno de los más contaminados de Europa. También en esa campaña el candidato se lanzó a conducir un taxi para "entender los problemas de tráfico de la capital" y pasó una noche con los encargados de la recogida de basura para "conocer los problemas de acumulación de residuos en la ciudad".
Él mismo, años después, reconocería que se trató de "una campaña loca". "Mi nombre fue una candidatura de último recurso y mi tasa de notoriedad era bajísima… tenía que hacer algo que llamara la atención", dijo en declaraciones al periódico online Observador.
Marcelo perdió las elecciones contra el socialista Jorge Sampaio y se centró entonces en su carrera como profesor. Imparte clases en la universidad, actividad por la que siente mucho cariño y a la que se entrega con dedicación. Estaría apartado de los focos de la política hasta 1995, cuando fue elegido presidente del PSD.
En ese momento, era el Partido Socialista (PS) quien gobernaba el país, con su amigo António Guterres como primer ministro. Con Rebelo de Sousa como líder del PSD, el partido viabilizó tres presupuestos generales del estado del Gobierno socialista que entonces era minoritario.
También fue bajo su batuta que el PSD retomó las relaciones institucionales con el Partido Comunista Portugués (PCP), rotas durante más de 20 años. Respetuoso con las distintas ideologías, Marcelo siempre creyó en la importancia de las buenas relaciones institucionales para la política.
Todo apuntaba a que Marcelo sería el candidato del PSD a primer ministro en las elecciones de 1999, pero dimitiría de la presidencia del partido pocos meses antes de las legislativas. Marcelo había apostado por una coalición de derechas entre el PSD y el democristiano CDS, pero un caso de corrupción que involucró al líder del partido democristiano, Paulo Portas, que terminó revelando conversaciones privadas con Marcelo en una entrevista, dictó su dimisión.
Entonces no lo sabía, pero su segundo fracaso en política, el que se suponía que dictaría el fin de sus aspiraciones, fue el que selló su trampolín hacia la presidencia. Un año después se estrenaba como comentarista y cada domingo por la noche entraba en casa de los portugueses en prime time. Así sería durante 10 años más y el resto de la historia ya se conoce.
Una celebridad
A los 72 años, Marcelo revalida su mandato. Como presidente de la República, Marcelo se esforzó por ejercer el cargo fiel a esa imagen de hombre afable y cercano a la gente. Rechazó vivir en el Palacio de Belém, residencia oficial del presidente, y sigue viviendo en su casa de alquiler en Cascais, cerca de la playa, donde es habitual verle, por las mañanas, dándose un chapuzón en el mar.
Este verano, una foto suya haciendo la compra en el supermercado, en bermudas y camiseta, se hizo viral. Días después, volvía a las portadas de los periódicos al rescatar a dos bañistas que estaban en apuros en el mar. Da ruedas de prensa en traje o en bañador, se hace selfies con todo el que se lo pida y en Portugal se dice que todos los ciudadanos ya tienen una foto con el presidente. Más que un jefe de Estado, es una celebridad, sin que por ello pierda la figura de estadista.
Pese a su aparente desparpajo, es un hombre muy celoso de su intimidad. Divorciado, con dos hijos y cinco nietos, vive solo pese a llevar más de 40 años con su novia, una exalumna de la universidad de Derecho, que rehúye los focos mediáticos. Su presidencia se hace sin primera dama, que no le acompaña en sus viajes ni actos oficiales.
Quería ser el presidente de todos y parece que lo ha conseguido. Su contribución a la estabilidad del Gobierno de izquierdas no ha pasado desapercibida. Mientras su antecesor en el cargo, el conservador Cavaco Silva, compañero de partido, dio posesión al Gobierno de Costa a regañadientes y tejiendo comentarios poco amables sobre el apoyo del PCP y del Bloco de Esquerda, Marcelo nunca cuestionó la legitimidad del Gobierno, incluso cuando sufrió presiones de su propio partido.
Marcelo, quien se posiciona ideológicamente "en la izquierda de la derecha", tiene una relación fluida con António Costa, y el primer ministro no esconde su preferencia por Marcelo a la hora de elegir el inquilino para Belém en los próximos 5 años. Durante la pandemia, sus funciones, que normalmente son las de representante del Estado, con capacidad para disolver el Parlamento, nombrar a un primer ministro o vetar leyes, se han visto reforzadas. Es suya la responsabilidad de decretar el estado de emergencia, aunque debe contar con el aval del Parlamento.
Durante el confinamiento de marzo, Marcelo Rebelo de Sousa acudió a la 'tele-escuela', un sistema de enseñanza por televisión, implementado en 1965 como forma de llevar el aprendizaje a zonas rurales aisladas, que en esos años no tenían colegio, y que el Gobierno rescató en la pandemia. Allí, ante una audiencia de niños, Marcelo desvistió el traje de presidente: "Hola, mi nombre es Marcelo Rebelo de Sousa y soy profesor", dijo, antes de empezar la clase sobre la pandemia.
Los próximos cinco años se vislumbran complicados, ante la resaca de una pandemia cuyas consecuencias sociales y económicas aún son difíciles de pronosticar. En un momento de incertidumbre y angustia, los portugueses han elegido la empatía como forma de liderar.