Con aire grave, como corresponde a un candidato que no quiere reformar su país, sino “salvarlo”, Eric Zemmour presentó el pasado martes su candidatura mediante un vídeo emitido en YouTube, aunque grabado hace un par de semanas, cuando algunas encuestas le colocaban aún por delante de Marine Le Pen y Xavier Bertrand en su lucha por el electorado de derechas. La decisión de Zemmour no es ninguna sorpresa: las empresas demoscópicas llevan desde verano incluyéndolo en sus sondeos. El escritor reconvertido a tertuliano se había dejado querer durante todo este tiempo, pero los límites burocráticos se le echan encima: hay que conseguir cuanto antes los quinientos “parrainage” que exige la ley electoral.
¿Qué es un “parrainage”? Algo parecido a un aval por parte de un cargo electo (puede ser congresista, senador, alcalde, representante en una cámara regional…) que sirve para separar el grano de la paja, es decir, para evitar que cualquiera se presente a las elecciones solo por hacer la gracia. Ahora mismo, esas quinientas firmas son lo único que separa a Zemmour de las urnas… aunque no parece que vayan a suponer un gran problema. Es cierto que lo lógico es que los grandes partidos se repartan la mayoría de los apoyos, pero en Francia hay una larga tradición de “independientes” al margen de cualquier disciplina de voto que pueden dar su apoyo a Zemmour a cambio de alguna ayuda mediática posterior.
Si damos por sentado que conseguirá su objetivo con relativa facilidad, Zemmour se convertirá así en el séptimo gran candidato de las elecciones presidenciales francesas de abril de 2022, junto a Emmanuel Macron, Marine Le Pen, Anne Hidalgo, Jean-Luc Mélenchon, Jannick Yadot y el candidato que elijan los gaullistas, es decir, Los Republicanos. Entre sus votantes, el favorito es el mencionado Xavier Bertrand, pero el desencuentro entre el gaullismo oficial y sus seguidores va ya para casi una década, así que cualquier cosa es posible.
Contra la democracia liberal
La idea de que un país necesita ser “salvado” de sus enemigos potenciales es tan vieja como el mundo, la base de cualquier populismo nacionalista. Zemmour, en su discurso, criticó la inmigración –“no es la fuente de todos nuestros problemas, pero los agrava”-, criticó a la Unión Europea –“tecnócratas y jueces que jamás constituirán una nación”- y, por supuesto, criticó a “los poderosos”, de toda índole y sin incluirse, curiosamente, a sí mismo –“las élites, los periodistas, los políticos, los universitarios, los sociólogos, los sindicalistas, las autoridades religiosas…”-.
Lo curioso del fenómeno Zemmour es que todo eso se lo llevamos oyendo al Frente Nacional -llamado ahora Agrupación Nacional- al menos cuatro décadas. Sin embargo, por lo que sea, suena más convincente cuando lo dice él. Hasta cierto punto, se puede decir que el intento de Marine Le Pen de moderar el mensaje de su partido para acoger a más votantes de centro-derecha ha hecho que los insatisfechos con el sistema, los anti-europeístas extremos, los creyentes en la teoría del “gran reemplazo”, por el cual los inmigrantes acabarán haciéndose con la Europa que siempre hemos conocido, han tenido a su vez que buscar en otros caladeros.
No hay nada que separe el discurso de Zemmour del que se oye en determinados países del centro de Europa y su toque populista lo une a formaciones de derecha e izquierda de todo el mundo, incluyendo las recientes eclosiones de José Antonio Kast en Chile o de Javier Milei en Argentina. Supone en cualquier caso una amenaza a la democracia liberal tal y como siempre se ha entendido: un sistema representativo de garantías que obliga al pacto y a la negociación dentro de unos parámetros basados en los derechos humanos, impidiendo así la “acción directa” de un grupo mayoritario sobre el resto. El hecho de que en todo el planeta se considere al “político” como un traidor o un obstáculo habla a las claras de los problemas a los que nos enfrentamos. Un planeta lleno de Mussolinis como locos por marchar hacia Roma con sus “falanges”.
Incertidumbre a la derecha de Macron
En términos prácticos, la noticia de la candidatura de Zemmour, obviamente supone un problema para Marine Le Pen, pero va mucho más allá. Al reorganizar el voto de derechas, incluye un factor de incertidumbre que hasta ahora no existía. Sin Zemmour de por medio, no había ninguna duda de que Macron y Le Pen pasarían a la segunda vuelta y que, en esa segunda vuelta, Macron ganaría con cierta comodidad. Ahora, esa opción sigue siendo la más probable, pero ya no es la única, como veremos a continuación.
De entrada, hay que tener en cuenta que el impacto de Zemmour en las encuestas ha ido bajando, pero aun así supera en todos los casos el 10% de los votos y se acerca al 15%. Eso son muchos millones de votos que alteran lógicamente las relaciones de fuerzas entre los distintos candidatos. Tanto si son votos sacados de la abstención y el desencanto como si son votos que vienen directamente de la Agrupación Nacional o de Los Republicanos, necesariamente alteran las expectativas de voto de estos dos partidos, no tanto las del presidente Macron, que sigue moviéndose en torno al 25% y que ya se asegura prácticamente acabar como el candidato más votado en la primera vuelta, algo que hasta ahora no estaba tan claro.
La reacción de Marine Le Pen, acusando a Zemmour de dividir el voto y calificándolo despectivamente de “polemista”, habla a las claras de la preocupación que supone su presencia en las listas para la coalición de extrema derecha. Durante estos últimos cuatro años, Le Pen ha estado arriba del todo en las encuestas, peleando con Macron por ese primer puesto en la primera vuelta de las presidenciales. De eso ya puede despedirse. Hay que activar el Plan B, el de supervivencia. No solo hay que intentar superar el 20% de votos y quedar por delante de Zemmour… sino que hay que vigilar que esta división del voto no suponga una esperanza para la posible candidatura de Xavier Bertrand.
Una bala inesperada
La última encuesta publicada por Harris Interactive -la encuestadora que hasta ahora había sido más generosa con Zemmour en sus distintas entregas- le da un 23% de los votos a Macron, un 19% a Le Pen, un 14% a Bertrand y un 13% a Zemmour. El izquierdista Mélenchon llegaría al 10% y el ecologista Jadot se quedaría en un 7%. De la alcaldesa de París y candidata oficial del Partido Socialista, Anne Hidalgo, apenas queda rastro: un 5% para la formación que ocupó el Eliseo de 2012 a 2017, no hace tanto tiempo.
La incógnita es cómo va a funcionar Zemmour en campaña. Es normal que, pasado el estallido inicial de la sorpresa, su candidatura haya flojeado. Ahora bien, quedan cuatro meses para las elecciones y eso es margen suficiente para idas y venidas. Zemmour ha llegado donde ha llegado por su facilidad dialéctica. En principio, los debates deberían de ser un territorio propicio, aunque no va a enfrentarse a colegiales, precisamente. Necesita ganar dos o tres puntos a Le Pen, no es un obstáculo insalvable, aunque sí complicado a estas alturas.
Ahora bien, este nuevo escenario, como decíamos antes, mete a Los Republicanos en la pelea por una presidencia que hasta ahora parecía ciencia ficción. Si al final Bertrand gana las primarias -que está por ver- y hace una campaña decente, puede pasar del 15% de los votos. De llegar al 16-17% se colocaría a tiro de la Agrupación Nacional y dependería de esa supuesta división de votos en la ultraderecha. Es muy improbable, pero un segundo puesto de Bertrand en la primera vuelta no solo supondría un desastre para Le Pen, sino una importante amenaza para Macron.
Si algo dejan claras las encuestas es que, en los últimos cinco años, por lo menos, Francia ha dado un tremendo giro a la derecha. Tanto que Macron, un candidato centrista al que tanto intentó imitar en España Albert Rivera, se ha acabado convirtiendo en la alternativa más progresista de las que optan con posibilidades reales a la presidencia. De tener que enfrentarse en segunda vuelta con Le Pen o con Zemmour, Macron ganaría sin despeinarse. Otra cosa sería un enfrentamiento con Bertrand. Si el candidato de Los Republicanos consiguiera mantener sus votantes de la primera vuelta y sumar a la mayoría de los de Le Pen y Zemmour tendría una buena opción de ganar las elecciones.
Para eso tienen que darse muchos condicionantes: en primer lugar, tiene que ser elegido candidato; en segundo lugar, tiene que haber esa división casi total entre Zemmour y Le Pen que haga que ninguno de los dos se acerque al 20% de los votos; en último lugar, tiene que convencer desde el sistema a votantes antisistema. La combinación de los tres factores parece muy improbable. No olvidemos, en cualquier caso, que, a estas alturas, hace cinco años, todo el mundo daba a François Fillon como próximo presidente de la República Francesa. En otras palabras, no subestimemos la pasión francesa por la revolución.
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