"Ambigüedad estratégica". Así definió el canciller alemán Olaf Scholz su posición en torno al gasoducto Nord Stream 2 en caso de que Rusia acabe invadiendo Ucrania. Una ambigüedad que no ha sentado nada bien a sus socios de la OTAN y de la Unión Europea y que, desde luego, no ha sentado nada bien al presidente ucraniano Volodimir Zelensky, quien se negó a recibir a la ministra alemana de asuntos exteriores a principios de semana, mandando en su lugar al primer ministro.
La historia del Nord Stream 2 es una historia para no dormir. Listo para su uso desde el pasado verano, tras tres años de construcción atravesando el Mar Báltico, el gasoducto aún está pendiente de cumplir la legislación alemana y la europea para poder empezar a funcionar. Se trata de un proyecto soñado por ambas partes: gestionado por Gazprom, la empresa estatal rusa de distribución de gas, mezcla de capital público y privado a partes casi iguales, el Nord Stream 2 puede llevar a Alemania y a buena parte de la Unión Europea el muy necesitado gas natural que caliente los duros inviernos a un precio más razonable que el actual.
En ese sentido, Rusia lleva tiempo presionando para que las pegas jurídicas se solucionen y, antes de las tensiones en la frontera con Ucrania, el acuerdo parecía inminente. La táctica de Putin, en lo que Europa se decide, es enviar por el Nord Stream original el gas acordado, ni un litro más. Alemania lleva meses pidiéndole que aumente el suministro y lo que sube es el precio, lo que, en parte, justifica la situación que está viviendo el continente en términos energéticos. El Nord Stream, además, deja algo de dinero en Ucrania. El nuevo gasoducto, subterráneo, ni eso.
Para Alemania, el Nord Stream 2 es la solución a muchos problemas, buena parte de los cuales se los ha creado ella misma: la decisión de reducir las minas de carbón hasta hacerlas desaparecer en 2038, junto al acuerdo de gobierno con los Verdes para ir cerrando también centrales nucleares, hace que la dependencia del gas ruso sea extrema en este momento. Hasta el 50% del gas que compra Alemania procede de Rusia. ¿Puede prescindir de él? No. ¿Necesitaría aún más cantidad para cubrir su demanda? Desde luego.
El "despiste" que colocó a Scholz contra las cuerdas
Eso dificulta mucho la posición de Scholz a la hora de enfrentarse a Putin. En su reciente visita a Estados Unidos, el presidente americano, Joe Biden, se atrevió a asegurar que "si Rusia invade Ucrania, si sus tanques o sus soldados cruzan de nuevo la frontera, se acabó el Nord Stream 2. Acabaremos con ello". Fue una afirmación sorprendente. En primer lugar, porque Estados Unidos poco o nada tiene que ver en el acuerdo bilateral entre Alemania y Rusia. No hay manera de que Biden pueda detener una operación ajena, salvo que imponga a su histórico aliado europeo unas sanciones desmedidas… o proponga alternativas a buen precio.
Por otro lado, asegurar eso es ir en contra de todo lo que Scholz ha repetido en los últimos meses, mientras la tensión iba en aumento y la posición alemana se iba debilitando. Según Scholz, quien, recordemos, no es ningún recién llegado, sino que fue vicecanciller de Angela Merkel durante los tres años de construcción del gasoducto, se trata de un acuerdo privado entre empresas privadas en el que Alemania, como estado, no tiene arte ni parte. Obviamente, es mentira, pero es su discurso. Y lo ha repetido tantas veces que extraña que Biden no lo hubiera escuchado antes de contradecirlo en rueda de prensa.
Salvo, por supuesto, que si lo hubiera escuchado y que lo que quisiera Biden, con sus enormes carencias en política exterior, pero un perro viejo como pocos en el trato personal con amigos y enemigos, fuera ponerle en un apuro. Alemania presume de ser un aliado clave y no deja de repetir que forma parte de un frente unido con sus demás socios, pero no acaba de comprometerse. ¿Qué está dispuesto a ceder Alemania a cambio de que Putin no pueda campar a sus anchas por el este de Europa? Estados Unidos está dispuesto a enviar tropas y dinero. La Unión Europea está dispuesta a imponer sanciones que, en el fondo, pueden incluso perjudicarla. ¿A qué está dispuesto Olaf Scholz?
Aún no lo sabemos. En entrevista posterior a la cadena CNN, Scholz parecía un disco rayado. Ante las incisivas preguntas de Jake Tapper, el canciller alemán repetía las mismas vaguedades: "unión", "sacrificios", "alianza", "frente unido"… pero esquivaba una y otra vez el compromiso. En ningún momento quiso dejarle claro a Putin que Alemania estaba dispuesta a pasar frío, estaba dispuesta a retrasar sus políticas energéticas y estaba dispuesta a que todo eso, además, le costara dinero. Probablemente, porque no esté dispuesta. O, al menos, no quiere quemar sus cartuchos antes de saber si de verdad va a haber conflicto militar o no. De nuevo, "ambigüedad estratégica".
El papel de Macron como mediador
A veces, da la sensación de que Putin tiene a Scholz demasiado metido en el bolsillo. Sabe hasta qué punto Alemania depende de él y de su gas natural y el canciller se ha mostrado demasiado dubitativo. Tal vez por eso haya elegido a Emmanuel Macron como interlocutor de preferencia dentro de la Unión Europea, aunque en medio le haya colocado una mesa de siete metros. Con Alemania más o menos controlada, una relación privilegiada con Francia dejaría muy tocada la supuesta alianza atlántica contra Rusia.
Aunque Macron ha sido muy claro en la postura francesa contra una posible invasión de Ucrania y su papel parezca más la de un mediador de parte -de hecho, esta misma semana se reunirá con Zelenski en Kiev-, el flirteo es evidente. Si Biden sabe cómo manejar a sus interlocutores en las distancias cortas, Putin directamente ha sido entrenado durante años para ello. Macron es un hombre con un ego enorme, el propio de todo presidente de la República Francesa, y masajearle ese ego con un trato distintivo nunca va a venir mal para buscar luego un posible aliado o al menos calmar a un enemigo potencial.
Aparte, está el hecho poco recordado de que Francia y Estados Unidos vivieron una crisis diplomática muy seria hace apenas cinco meses, cuando el ejército estadounidense firmó con el australiano el acuerdo "Aukus" para la venta de submarinos nucleares. Un acuerdo que Australia ya tenía casi cerrado con Francia, lo que se consideró desde el Elíseo como una intolerable intromisión. Macron llegó a llamar a consultas a su embajador en Washington y es de suponer que Putin le habrá recordado esta circunstancia varias veces durante su pasada conversación.
Lo que nos trae de vuelta a Scholz. En rigor, si hay un país con suficiente fuerza en la Unión Europea para representar los intereses de Europa y de la OTAN debería ser Alemania. Geográficamente, además, toda pulsión imperialista por parte de Rusia debería hacer sonar las alarmas germanas. Que Alemania haya renunciado al papel que Putin ha ofrecido a Macron es peligroso. Denota una cierta desesperación. Scholz puede vender a su electorado que sus movimientos van en busca de la paz, alardeando de buenismo, pero no parece que eso sea del todo exacto.
Las fisuras en el bloque occidental hacen más imprevisible el futuro. Alemania renuncia y Francia celebra elecciones en unos pocos meses. El tradicional antiamericanismo francés puede encumbrar a Macron si consigue llegar a un acuerdo razonable con Putin o condenarlo si cae demasiado del lado de Biden. Un Biden, por otro lado, que no parece entender muy bien cómo demonios ha acabado él, otra vez, haciendo de poli malo. En rigor, esto ni siquiera es un problema de la OTAN sino puramente europeo. Ucrania ya estuvo a punto de costarle la presidencia por las dudosas relaciones empresariales de su hijo Hunter y tiene pinta de que le va a costar otro disgusto en clave nacional si asume demasiadas responsabilidades.
Y es que, al fin y al cabo, si Alemania y Francia no las van a asumir, ¿por qué habría de hacerlo Estados Unidos? Es una pregunta legítima que quizá solo se pueda contestar con una respuesta algo alarmista: si Rusia invade parte de Ucrania sin una reacción contundente, ¿qué impediría a China hacer lo propio con Taiwán?