(ENVIADO ESPECIAL) Lviv (Ucrania)

Cuando la noche haya llegado/ y la tierra esté oscura, / y la luna sea la única luz que veamos, / no, no tendré miedo/ oh, no tendré miedo/ mientras tú estés conmigo.

Oksana se mueve al ritmo de la música sin reparar en la letra: no sabe inglés. Han pasado seis décadas desde que Ben E. King compuso Stand by me y se convirtiera en el himno de una generación. A 8.000 kilómetros de su Carolina del Norte natal y 62 años después, la canción sigue sonando y lo hace con fuerza en un edificio universitario del oeste ucraniano. Aquel tema se inspiró en una canción de góspel, pero las primeras estrofas bien podrían valer para expresar los sentimientos de una guerra.

Hace una semana que los alumnos de la Universidad Nacional Politécnica de Lviv, una importante ciudad al oeste de Ucrania, no van a clase, pero no han dejado de acudir a uno de los 40 inmuebles del campus. Allí llevan tejiendo redes para el ejército ucraniano desde el domingo 27. Con el paso de los días, a sus filas de estudiantes se han sumado trabajadores, profesores, niños y hasta desplazados internos que han descubierto la iniciativa de Iryna Voytovych a través del boca a boca.

Solo habían pasado tres días del ataque ruso contra Kiev y otros puntos de la geografía ucraniana cuando esta joven decidió poner en marcha una idea que había rumiado en las últimas horas: ayudar a las fuerzas armadas de su país con sus propios medios. Habló con una amiga que sigue vinculada a la universidad en la que ambas estudiaron y, tras descubrir que las redes se camuflaje se habían acabado en toda la región, se pusieron a tejer.

F.T.

Pronto encontraron el primer problema: no sabían cómo hacerlo. “Tuvimos que ponernos tutoriales de pescadores en YouTube para conocer las formas y aprender los nudos que atan las cuerdas. El primer día solo hicimos cuatro”, reconoce Voytovych.

Poco a poco y con el apoyo de personas que se acercan de manera desinteresada, han multiplicado una producción que esperan sigue batiendo cada día. En la segunda jornada fueron capaces de tejer 52; la tercera 85 y en la última han superado ampliamente el centenar.

“No es solo útil para nuestro ejercito, también sirve para que la gente no esté todo el día preocupada viendo las noticias. Sienten que pueden aportar algo a esta guerra”, apunta Halyna Trytak, otra de las coordinadoras.

Un mecanismo engrasado

Más allá de las gorras, el control de pasaportes en la entrada y los brazaletes fabricados con cinta adhesiva que portan las jefas, no hay aroma militar entre las paredes de esta institución con tres siglos de historia y 30.000 alumnos en la actualidad.

En la primera planta, Volodymir y Roman estiran los rollos de hilo antes de meter la tijera. Son 4,20 metros que se enrollan para ir creando dobles cortinas de 46 unidades cada una. El objetivo: transformarlos en una red. Más adelante, en la última planta, este fragmento se unirá a otras siete piezas similares para crear una gran cota que antes de su entrega cambia de edificio para unir añadir el camuflaje.

En medio, chicos llegados desde Kiev como Ievgen y estudiantes como Maria trenzan las cuerdas en docenas de mesas dadas la vuelta que inundan de hilo duro pasillos y aulas.

F.T.

Hasta hace unos días, este grupo empleaba redes de portería, pero ya han utilizado todas las de la ciudad. En la tarima de las aulas, adolescentes trabajan mano a mano con mujeres que, por la edad, podrían ser sus madres. Es el caso de Julia y Oksana. Para la primera, de 26, es su segundo día. La veterana, que se escuda en el idioma para no decir su edad, en cambio, inauguró la iniciativa.

Con el paso de las horas, algunos paran a comer, otros salen a fumar y alguno escucha discursos del presidente ucraniano Volodimir Zelenski. Sin embargo, muy pocos hablan de la sangre derramada durante los últimos días en el país. Roman es una excepción y pregunta: “Tengo la sensación de que el resto del mundo no ve una guerra en el ataque de Putin, ¿es esto verdad?”.

Sirenas pese a la distancia

No hay respuesta para el joven, pero tampoco hace falta. Aquí han vuelto a sonar las sirenas antiaéreas, a pesar de la importante distancia con Kiev o la frontera bielorrusa. La estación de la ciudad está llena de personas desesperadas en lo que, según apunta Naciones Unidas, puede ser el mayor drama migratorio del siglo. Ya han cruzado la frontera polaca más de un millón de refugiados. Y las últimas noticias de la negociación entre Rusia y Ucrania apuntan a la creación de corredores humanitarios para facilitar la salida de civiles. Todo ha ocurrido con Occidente incrementando sanciones que está por ver si frenarán los misiles de Putin.

El temor a un incremento de los ataques aéreos es tan real que sorprende la calma con la que viven los avisos en Lviv, población que ha puesto gran parte de los muertos desde el inicio de la guerra en 2014 y que ahora ve cómo sus ciudadanos preparan cócteles molotov y tejen material para no abandonar a sus soldados.

Pero ya lo dice la canción: Cuando la noche haya llegado/ y la tierra esté oscura, / y la luna sea la única luz que veamos, / no, no tendré miedo/ oh, no tendré miedo/ mientras tú estés conmigo.

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