Un grafiti representa a Volodimir Zelenski como Harry Potter en la ciudad polaca de Poznan.

Un grafiti representa a Volodimir Zelenski como Harry Potter en la ciudad polaca de Poznan. Reuters

Europa

Cómo la resistencia ucraniana aleja en realidad el fantasma de una III Guerra Mundial

Afortunadamente, ni Ucrania ni Volodimir Zelenski optaron por la vía de la capitulación. La resistencia puede haber merecido la pena.

10 marzo, 2022 03:22

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Es cierto que la resistencia del débil ante el poderoso, el heroísmo de quien defiende su libertad con uñas y dientes, tiene un punto absurdo si se examina desde el punto de vista del coste y el beneficio. ¿Para qué poner tanto esfuerzo y tantos muertos si al final vas a perder igual? Es un punto de vista curiosamente extendido entre algunos políticos y expolíticos vinculados generalmente a la izquierda y sería absurdo negarle sin más ningún sentido. ¿Quién no ha pensado lo mismo desde el sillón de su casa al ver cómo Rusia destroza un hospital pediátrico o provoca una masacre entre un grupo de refugiados? Que acabe esto ya y que se repartan el país como sea, pero que dejen de morir, por favor.

Afortunadamente, ni Ucrania ni Volodimir Zelenski optaron por la vía de la capitulación... Y eso que durante los primeros días del conflicto parecía algo inevitable. Lo hicieron por sí mismos, por mantener su integridad territorial y su autonomía para decidir lo que mejor les conviene sin injerencias. Lo hicieron porque pensaron que, tal vez, podrían conseguir algún tipo de victoria, aunque no fuera un triunfo absoluto. Ucrania sabe que ha perdido el Donbás y que no lo va a recuperar como no recuperará a medio plazo Crimea. Sabe, o intuye, que perderá el acceso al Mar de Azov y al Mar Negro, con el cataclismo que eso supone para una economía que depende en buena medida de la exportación de grano y cereales.

Sabe todo eso, pero también sabe que esto no es un hecho aislado. Al defenderse de esta agresión, Ucrania se defiende de paso de las siguientes. Intenta romper un círculo vicioso consistente en ocupación-autonomía vigilada-independencia-nueva ocupación. Se resiste a ser un pelele en manos de un niño caprichoso. Estas dos semanas de guerra han provocado decenas de miles de bajas entre los ucranianos, bajas que podrían haberse evitado con una rendición el primer día o con la aceptación de entrada de un nuevo gobierno del Yanukovich de turno. Ahora bien, también han dejado una certeza: si Rusia quiere hacer su voluntad en lo que considera su "espacio vital", va a tener que pagar un precio carísimo. Suficientemente caro como para pensárselo dos veces en futuras ocasiones.

Soldados ucranianos se despiden de sus seres queridos en Leópolis.

Soldados ucranianos se despiden de sus seres queridos en Leópolis. Reuters

Aunque no hay que descartar que Rusia acabe ocupando todo el este de su país vecino, dejando tal vez un Estado autónomo pero vigilado, una especie de enorme Donbás con capital en Kiev o en Járkov, cada vez parece más improbable una ocupación total. Es difícil ver cómo Rusia podrá llevar sus tropas hasta la frontera con Polonia y cómo podrá mantener el orden en la zona nacionalista del país si no es capaz siquiera de tomar las ciudades que deberían de serle culturalmente más afines. A su vez, y aunque esto no estuviera en los planes de Zelenski, estos problemas de Rusia para acabar la guerra suponen una excelente noticia para el resto de países que, durante varios días, vieron con horror cómo ellos mismos podrían convertirse en los siguientes bombardeados.

La cuestión báltica

A estas alturas, debería quedar claro que Putin no es un nostálgico de la Unión Soviética. Antes al contrario, ha criticado en varias ocasiones la división del territorio zarista en distintas repúblicas autónomas. Dicho esto, es cierto que la URSS suponía un paraguas de defensa excelente para Rusia y eso sí que lo echa de menos su presidente. Hace apenas 30 años, la defensa efectiva del país empezaba en la frontera de las dos Alemanias y continuaba por Hungría, Rumanía, Polonia, Checoslovaquia... Para llegar a Moscú, había que pasar por demasiados países como para planteárselo siquiera.

El desmoronamiento soviético hizo que la defensa de Rusia empezara exactamente en su frontera. Una frontera demasiado extensa como para controlarla sin aliados de por medio. Ahí es donde entran en juego Bielorrusia y Ucrania... aunque no en exclusiva. Por mucho que Lukashenko se comporte como un buen vasallo y haga caso a todo lo que se le dice, no basta. Rusia necesita cubrir más territorio para sentirse protegida y, además, está convencida de que esos dos países son una extensión de su propio Estado y que la división en tres es artificial.

El asunto es que tomar Ucrania para que no entre en la OTAN y forme parte de esa barrera de protección es absurdo. La OTAN ya hace frontera con Rusia. Eso no es un futurible ni una amenaza. Es una realidad. Hace frontera con Rusia en forma de Estonia, Letonia y Lituania. Si Putin se pasó las primeras horas de la invasión amenazando a Finlandia, a Suecia y a quien se pusiera por delante para evitar que se significaran demasiado, hay que imaginarse la gracia que le hace que las repúblicas bálticas anexionadas por Stalin tras la II Guerra Mundial ya sean miembros de pleno derecho de la Alianza Atlántica.

Destrozos provocados por los bombardeos de Rusia sobre la ciudad de Mariúpol.

Destrozos provocados por los bombardeos de Rusia sobre la ciudad de Mariúpol. Reuters

Una victoria rápida de Rusia en Ucrania, una rendición sin condiciones de Kiev, no sólo habría sido una catástrofe estética o moral, sino puramente estratégica. ¿Qué habría impedido a ese Putin de hace dos semanas, el que sitiaba ciudades y utilizaba la palabra "nuclear" con una alegría inaudita, apuntar hacia otros vecinos? ¿Por qué no mandar una parte de sus tropas a tomar de nuevo la siempre inestable Georgia, acceso a los aún más inestables países del Cáucaso, y enviar la otra parte al noroeste? ¿Qué elegiría Occidente ante el dilema de defender el Báltico y meterse, por tanto, en una III Guerra Mundial... o dejar un aliado a su suerte y pervertir, en consecuencia, el pacto de mutua defensa?

Intentando cuadrar el círculo

No es casualidad que las amenazas hayan disminuido -aunque puedan volver en cualquier momento- porque Rusia no se siente en condiciones de amenazar a nadie. Incapaces de acabar con la resistencia incluso en ciudades que tienen sitiadas desde hace más de una semana, bloqueados ante la disyuntiva de arrasar un país "hermano" o seguir esperando una cada vez más improbable rendición, parece que Putin y su Ejército van a tener que conformarse con una magra victoria con pequeñas cesiones -reconocimiento de Crimea y el Donbás, compromiso de no integración en la OTAN por parte de Kiev...- que eviten el trauma de la humillación absoluta.

Volodimir Zelenski es un héroe, pero de tonto no tiene un pelo

Este ejército ruso, lleno, como ellos mismos han acabado reconociendo, de chavales sin experiencia profesional, con un armamento avejentado y una enorme indecisión en su cadena de mandos, no está para más trotes. Agotado, con problemas de suministros, incapaz de avanzar a la velocidad esperada pese a una movilización inusitada -más de 200.000 tropas, y unos cuantos miles de mercenarios-, desmoralizado y, pronto, con problemas para cobrar sus sueldos, es impensable que se enfrenten a la OTAN en ninguna de sus formas. Ni ante los países más pequeños ni ante los más grandes tendría opción alguna.

Quedan, en definitiva, dos opciones: la ideal sería conformarse con un acuerdo que Zelenski ya no descarta -Zelenski es un héroe, pero de tonto no tiene un pelo y sabe que lo que se fue ya no volverá-. De esa manera, Putin no conseguiría todo lo que pretendía en un inicio, pero sí lavaría su imagen ante una oposición interna a la que tarde o temprano tendrá que enfrentarse si se mantienen las sanciones de la Unión Europea, Estados Unidos y sus aliados. Por mucho que se insista en que la población rusa no desaprueba las acciones de su líder, el problema de Putin no son sus ciudadanos sino los oligarcas que financian sus aventuras bélicas y no bélicas. Y no están contentos.

Amenaza nuclear

La otra opción es huir hacia adelante y probar la aventura nuclear. El problema es que la aventura nuclear sí que descarta cualquier victoria. Eso lo saben los exsoviéticos porque fue un escenario calculado y recalculado durante décadas y décadas. No hay manera de ganar una guerra nuclear. Es imposible. Mucho menos si eres el que ataca primero y luego recibe el contraataque de todos los demás países a la vez. Una guerra nuclear supondría el fin del mundo tal y como lo conocemos y eso incluye a Rusia, claro. ¿Qué gana Putin aniquilando el país al que tanto ama?

Tendrá, casi seguro, que negociar, pero negociar en serio, no la pantomima de estos días. No le queda otra. Lo ha intentado por las buenas y por las malas y no ha conseguido su objetivo. Forzar una negociación que obligue a Zelenski a aceptar las condiciones mencionadas y confiar a su vez en que eso le baste a Occidente, que, al fin y al cabo, por muchos propósitos de enmienda que haga, sigue dependiendo a medio plazo de las materias primas rusas. Una paz frágil, si se quiere, pero una paz que satisfaga a la OTAN, que no humille a Rusia, que garantice la integridad de las repúblicas bálticas y que no perjudique a Ucrania.

Un soldado del Ejército ucraniano fuma en la ciudad de Járkov.

Un soldado del Ejército ucraniano fuma en la ciudad de Járkov. Reuters

Puede que sea demasiado bonito para ser verdad, pero ya no es descartable. No tanto, desde luego, como pareció en los primeros días, cuando no sabíamos si Ucrania daría la batalla o no. Al darla, de alguna manera, nos ha salvado a todos. Incluso a los que no estaban de acuerdo con ese ejercicio de defensa propia. La guerra, una guerra cruel, injusta y desequilibrada, puede haber evitado una guerra aún más cruel y disparatada. La resistencia, por una vez, puede haber merecido la pena. Será el futuro el que dé sentido a este confuso presente. Nadie quiere instalarse en una II Guerra Fría, pero quizá no quede más remedio.