Cuando el 23 de abril de 2017, el Frente Nacional de Marine Le Pen conseguía su mejor resultado histórico con un 21,3% de los votos en la primera vuelta de las presidenciales francesas, muchos se preguntaron si no estaríamos en la antesala de un nuevo cataclismo electoral en occidente. Junio de 2016 había visto -contra la opinión de todas las encuestas- el voto afirmativo a la marcha de Reino Unido de la Unión Europea. En noviembre de ese mismo año -también contra la opinión de todas las encuestas- Donald Trump se había impuesto a Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de Estados Unidos.
En pleno apogeo de los populismos, Marine Le Pen se plantó en la segunda vuelta con unas expectativas mucho mayores que las de su padre, Jean Marie, en 2002. Al fin y al cabo, el Frente Nacional venía de ganar las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 con la propia Le Pen como candidata. Los sondeos apuntaban a una ventaja del centrista Emmanuel Macron en torno a los cinco-diez puntos. Afortunadamente, volvieron a equivocarse: Macron ganó claramente, con el 66% de los votos, es decir, dos de cada tres emitidos.
Si en 2017, la ventaja entre Macron y Le Pen en la primera vuelta fue inferior a la que las estimaciones apuntan en 2022 (2,71% por 4,6%) y la victoria del centrista en la segunda vuelta fue rotunda, ¿por qué deberíamos temer un triunfo de la ultraderecha en Francia dentro de dos semanas? ¿No es acaso una repetición del cuento del lobo que no acaba de bajar al pueblo? En absoluto. Estos resultados vienen a confirmar una tendencia en Francia muy peligrosa y colocan a Le Pen muy cerca del Elíseo. Mucho más que hace cinco años. Mucho más de lo que lo haya estado nunca.
Desaparición del "republicanismo"
De entrada, considerar de forma aislada el número de votos conseguido por la Agrupación Nacional (antiguo Frente) es absurdo, como lo es su comparación con 2017. Entonces, no había un Eric Zemmour con el que competir y con el que compartir electorado. En realidad, la extrema derecha ha conseguido en esta primera vuelta más del 30% de los votos, un resultado absolutamente estratosférico... y superior a lo conseguido por Macron en solitario.
Aunque es cierto que Zemmour ha podido movilizar a un electorado aún más a la derecha de Le Pen y que había dejado de votar al Frente Nacional por considerar que se había "aburguesado" -esa acusación se ha escuchado en los últimos años de voces tan importantes como Marion Maréchal o el propio Jean Marie Le Pen-, nadie puede dudar que, sin el polemista de por medio, Marine Le Pen habría ganado esta primera vuelta o habría estado muy cerca.
Esto no es algo nuevo en la política francesa. Incluso en las pasadas elecciones locales y departamentales de 2020, relativamente recientes, se vio este fenómeno en varias circunscripciones: triunfo de la Agrupación Nacional en la primera vuelta y unión del resto de los partidos en torno al otro candidato en la segunda vuelta para alejar a la extrema derecha del poder. ¿Pasará eso mismo el 24 de abril, cuando los franceses vuelvan a las urnas para decidir su presidente para los próximos cinco años? Hay varios factores que nos invitan a pensar que no va a ser tan sencillo.
De entrada, el principal es que los partidos tradicionales han desaparecido. Entre el Partido Socialista de Anne Hidalgo y Los Republicanos de Valérie Pecresse han sumado apenas el 6,5% de los votos. No tienen un electorado al que movilizar en favor de la tradición republicana. Los defensores de la democracia liberal en Francia han llegado justo al 50%. El otro 50% lo representan tres figuras que no creen en esos valores y que presentan propuestas alternativas, populistas y contrarias a la Unión Europea: los citados Le Pen y Zemmour... más el veterano Jean-Luc Mélenchon, un comunista de la vieja guardia que ya llegó al 20% de los votos hace cinco años y este año se ha quedado prácticamente en los mismos números.
Mélenchon y el "antimacronismo"
De cara a la segunda vuelta, los votos del electorado de Mélenchon van a ser los decisivos para ambos candidatos. En 2017, no dudaron: prácticamente todos se fueron al bando de Macron. ¿Repetirán sentido del voto en 2022? Las encuestas no lo ven tan claro y de hecho apuntan a una división absoluta. El votante de izquierdas que ha renunciado al Partido Socialista de toda la vida y ha abrazado al beligerante Mélenchon es un votante que no confía demasiado en el sistema ni en el estado liberal tal y como está concebido. No son enamorados de la V República, vaya.
A lo largo de estos cinco años de presidencia de Macron hemos visto muchísimas protestas en la calle y muchísimo malestar, sea en forma de 'chalecos amarillos', transportistas o manifestantes varios. La ideología de estos movimientos siempre ha sido difusa: un "ni de izquierdas ni de derechas" con participación de algunos sindicatos y un enemigo -el Gobierno, el Estado, Europa- en común. Es posible que muchos de esos votantes obreros de Mélenchon que no creen en el proyecto europeo y que ven con recelo las sanciones a Rusia por los efectos que pueden tener en la propia economía francesa, vean en Le Pen a una candidata que vaya a protegerles mejor que Macron, el gran enemigo durante estos cinco años.
Se ha hablado mucho de las indudables simpatías de Marine Le Pen hacia Vladimir Putin. Desde las ayudas de bancos rusos a la financiación de su partido cuando el barco hacía aguas hasta sus elogios de los últimos años a su manera de entender la política. Sin embargo, se ha hablado muy poco de la tibieza que el entorno de Mélenchon ha mostrado durante años hacia el autócrata ruso.
El discurso de La Francia Insumisa (LFI) ha sido durante tiempo desoladoramente similar al de muchos otros partidos de similar ideología en Europa y en el mundo: Rusia como garante de la lucha contra el imperialismo estadounidense, Putin como "socio más que enemigo" y negativa absoluta a que la OTAN incluyera en su momento a Ucrania por considerarlo una provocación.
Es cierto que el propio Mélenchon ha condenado en todo momento la invasión de Ucrania y que se ha reunido en privado con disidentes rusos enemigos de Putin que han pasado por la cárcel, pero no está claro que su electorado tenga la misma concepción de lo que está pasando en Ucrania y de cómo puede afectarles.
De hecho, no parece casualidad que, desde el inicio de la guerra y el anuncio de las sanciones por parte de la Unión Europea, los dos candidatos que más hayan crecido -casi cinco puntos cada uno en las encuestas- hayan sido Le Pen y Mélenchon, mientras que Macron, que sí vio un aumento en su popularidad cuando se erigió como negociador y pacificador en los días previos a la invasión, ha visto cómo esa popularidad ha ido bajando conforme avanzaba la guerra y se endurecía su discurso.
El factor Zemmour
En ese sentido, Marine Le Pen ha sabido modular su discurso hacia una especie de término medio que puede resultar atractivo para el votante sin ideología clara. Esta misma semana aseguraba: "Sanciones para Rusia y sus oligarcas... pero no para sus materias primas. No quiero que los franceses salgan perjudicados de esta guerra". Obviamente, la candidata de la Agrupación Nacional va a insistir en ese sentido durante estas dos semanas: intentar captar el voto de los que ven con miedo las sanciones propuestas por la Unión Europea al gas y el petróleo rusos. Aunque Francia no tiene una gran dependencia energética, el discurso del miedo siempre vende.
De paso, esta batalla le da a Le Pen un perfil social del que ha carecido otros años. Es cierto que su padre consiguió muy buenos resultados en ciudades como Marsella dentro de barrios de izquierda obrera que veían con pánico la llegada de inmigrantes, pero Marine siempre ha sido más moderada en ese sentido. Su Frente Nacional ha buscado durante años asemejarse a una derecha más tibia y menos agresiva... y lo ha hecho con éxito. La aparición de un Zemmour, marcadamente xenófobo e islamófobo a su derecha, ha conseguido que Le Pen parezca ahora incluso "moderada".
Votar al Frente (o Agrupación) Nacional ya no parece anatema, como en 2002 o en 2017. Le Pen ha conseguido que su partido parezca una opción legítima, una opción de gobierno. Como decíamos antes, ganó las europeas de 2015 y las de 2019. Estuvo en la segunda vuelta de 2017 y ha liderado los sondeos durante buena parte de estos cinco años. Aparte, ha conseguido aguantar las embestidas del gaullismo por un lado y de Zemmour por el otro. En definitiva, ha establecido una personalidad y una voz propias.
Si eso será suficiente para ganar a Macron en dos semanas, está por ver. Ifop da una ventaja al presidente de dos puntos mientras que Ipsos la amplía a ocho. Que los resultados de hace cinco años son impensables está claro. El mundo ha cambiado demasiado desde entonces.
Consecuencias desoladoras
Quedarían por examinar las consecuencias de una victoria de Le Pen, tanto para Francia como para Europa como para Occidente en un momento crucial de su historia reciente. Con la candidata de Agrupación Nacional en el Elíseo, Francia no saldría necesariamente de la Unión Europea ni de la OTAN... pero se convertiría en una especie de incómoda Hungría en pleno corazón de ambas alianzas. Esa es la mayor baza que puede jugar Macron a su favor, la de la estabilidad. Recordar lo bien que nos ha ido a todos juntos durante tantos años y lo innecesario de arriesgarlo todo por un episodio de inestabilidad mundial.
Ahora bien, eso es dar por hecho que el votante quiere estabilidad. No la quiso en el referéndum del Brexit y no la quiso en las elecciones estadounidenses de 2016. Los dos años de pandemia nos han dejado a todos un poco tocados y frustrados. Demasiado horror durante demasiado tiempo. Estamos enfadados y queremos demostrarlo. Votar a Le Pen quizá parezca una buena opción a una Francia de tradición conservadora -desde el final de la II Guerra Mundial, solo dos socialistas, Mitterrand y Hollande, han llegado a la presidencia- y un alto sentido nacionalista. También puede serlo para el "votante cabreado" de izquierdas sin candidato propio en la segunda vuelta.
Estas dos semanas serán clave para saber dónde está el ciudadano francés y qué cabe esperar de él. Si quiere seguir en esta lucha con el resto de sus aliados occidentales o prefiere apartarse y cuidar sus inversiones. Si la democracia liberal consigue tapar sus contradicciones o si estas la hacen saltar por los aires. Muchísimo en juego, pues, y poco tiempo para que el tablero dé la vuelta. Habrá que jugar con las cartas que le han llevado a cada uno hasta aquí.
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