Una de las críticas más repetidas a la actuación del ejército ruso durante estos tres meses y pico de guerra en Ucrania es su necesidad de centralizar cada decisión y la consiguiente incapacidad de los mandos intermedios para tomar decisiones rápidas sobre el terreno. Según han apuntado repetidas veces expertos militares, esta obsesión con el respeto a la jerarquía viene de la época soviética y hace que las tropas invasoras resulten previsibles y lentas, con su fuente única de mando lejos del campo de batalla.
Se supone que Vladimir Putin había aprendido la lección y que el nombramiento del general Alexander Dvornikov como máximo responsable de la operación militar en el Donbás tenía como objetivo ir delegando las decisiones y hacerlas así más efectivas. Un mes y medio después del inicio de la cacareada "segunda fase", no hay señal alguna de que esto se esté produciendo. Al contrario, según informaba The New York Times en su edición del pasado martes, el propio mando de Dvornikov está en discusión.
La ausencia de apariciones públicas del general en los últimos días invita a pensar que podría haber sido relevado de su puesto. Aunque estas ausencias no son algo inhabitual -recordemos cuando se dijo que el ministro de defensa, Sergei Shoigú, estaba encarcelado o incluso muerto porque no aparecía en televisión-, lo que parece indudable es que Putin se resiste a soltar las riendas de la operación, preocupado más en la propaganda y la publicidad que en los resultados prácticos sobre el terreno.
Incluso Pavel Gubárev, líder de la Milicia Popular del Donbás en Donetsk y conocido prorruso, ha criticado todo ese politiqueo: según Gubárev, parte de la lentitud del avance ruso tiene que ver con el empeño en "no quedar mal" ante los rusos pacifistas en vez de ordenar de una vez una movilización general, llamar guerra a la guerra y hacer todo, de verdad, por ganarla.
En el Kremlin quieren ganar, por supuesto, pero no quieren mandar a jóvenes sin apenas formación a morir al frente ni quieren asumir las pérdidas que una movilización general supondría. Nadie quiere ver ataúdes llegando a Moscú o a San Petersburgo y enturbiando la idílica imagen que el gobierno ruso intenta dar de su país, en el que todo va bien, la vida sigue como siempre, no hay guerra como tal de la que preocuparse y las sanciones occidentales son como hormigas haciendo cosquillas a un elefante.
Todas las piezas en Sievierodonetsk y Limán
El problema de ese exceso de control del Kremlin sobre las decisiones militares es que las puede llevar por caminos erróneos con facilidad. Lo que interesa en términos políticos puede no ser lo que corresponde en militares. Pongamos como ejemplo la decisión de concentrar prácticamente todas las fuerzas disponibles -ejército regular, milicias prorrusas, mercenarios del Grupo Wagner, voluntarios chechenos…- en el asalto a Sievierodonetsk y Limán para después lanzarse sobre Kramatorsk y Sloviansk.
La sensación es que se ha hecho una apuesta excesiva por un solo frente descuidando los demás. El objetivo, recordemos, no era solo conquistar el Donbás, sino unirlo por tierra con Crimea y ampliar ese corredor hasta Transnitria. Para ello, Rusia necesita defender las posiciones ganadas en el sur de Zaporiyia y Jersón… y soñar con un ataque sobre Odesa que no ha llegado en ningún momento de la ofensiva, ni siquiera cuando todo parecía ir sobre ruedas allá por principios de marzo.
En Washington están convencidos de que el empeño por conquistar como sea y cuanto antes las ciudades del este, incluso a costa de perder tropas por el camino y no asegurar las líneas de suministro, está provocando una peligrosa desatención de los demás frentes, sobre todo el de Jersón, donde los ucranianos podrían haber cruzado ya el río Inhulets por tres puntos distintos, amenazando las ciudades de Davydiv Brid, Andriivka y Bilohirka.
El propio Institute for the Study of War asegura en su último informe que la toma de Sievierodonetsk probablemente obligue al ejército ruso a un parón para reagrupar fuerzas y establecer líneas de suministro. Parón que podría aprovechar Ucrania para una contraofensiva en la zona. Tampoco está muy claro hacia dónde pretenden ir las tropas que vienen de Izium y avanzan en línea recta hacia Sloviansk pese a tener en medio el río Donets y un parque natural que atravesar. Das la sensación de avanzar y consigues la iniciativa mediática… pero no está claro a qué precio ni con qué resultado.
El objetivo a medio plazo de Ucrania
De hecho, Ucrania no ha querido entrar en este intercambio de golpes. Sigue reculando y reculando, sin entrar en grandes enfrentamientos. Puede que no tenga medios -aunque lo que le viene de Estados Unidos puede ser un factor muy importante a la hora de mejorar sus defensas e incluso plantear una ofensiva en el este- o puede que, simplemente, prefiera utilizarlos en otros lugares.
Rusia -y, de nuevo, aquí hablamos de Putin y sus necesidades políticas- busca conquistar territorios y poner banderitas por todos lados con la mayor premura posible. Ucrania está a otra cosa. Ucrania sabe que después de esta guerra viene otra guerra en siete u ocho años. Ucrania, mal que bien, puede vivir con un frente bélico constante en el este porque es la situación que ha soportado desde 2014.
Lo que no puede permitirse es tener a los rusos instalados en el oeste, a orillas del Dniéper y controlando tanto el Mar del Azov como el Mar Negro. A medio-largo plazo, eso es una condena de muerte para el país como tal. No es casualidad que las dos decisiones políticas más importantes que ha tomado Zelenski desde el inicio de la guerra hayan sido el cese del responsable de Seguridad Territorial, presumiblemente por no haber defendido bien las posiciones del sur, y el del responsable militar de Járkov, por las mismas razones, pero en su provincia.
Zelenski está dispuesto a perdonarlo todo en la lucha por el Donbás y habrá que plantearse incluso si no está dispuesto a perder el Donbás… siempre que el oeste esté libre de amenaza. Con los rusos en Jersón, a pocos kilómetros de Mikolaiv, controlando los puertos comerciales e industriales de la zona, y manteniendo Odesa a tiro, no tiene margen de maniobra. De ahí que su objetivo no coincida con el de Putin y hayamos entrado en un momento extraño de la guerra: ambos ejércitos parecen estar atacando el vacío en zonas diferentes del país.
Para Rusia, lo innegociable es el este. Para Ucrania, lo innegociable es el sur. No puede jugársela a un nuevo ataque relámpago en 2030 que ponga en peligro no solo Dnipro o Kiev, sino directamente Lviv y el resto del oeste nacionalista. El asunto ahora mismo es cómo ambos ejércitos consiguen encontrar el equilibrio entre sus objetivos y los del contrario. Buscar lo tuyo sin regalar al enemigo.
Ni Ucrania puede dejar Sloviansk y Kramatorsk de lado… ni Rusia puede asistir al repliegue de sus fuerzas al otro lado del Inhulets sin darle importancia. La diferencia es que da la sensación de que en un lado las decisiones las toman militares sobre el terreno y en el otro las toman políticos en sus palacios. Y los políticos no suelen ganar guerras. Como mucho, las pierden.
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