A las 14:30 del viernes pasado, bajo un sol radiante tuve el honor de asistir a un 'tea party' con motivo del jubileo de Platino de Isabel II, reina desde 1952. El 'dress code' de los invitados era sencillo, se trataba de ir vestido de azul, blanco o rojo. Así que, a la hora indicada, me presenté ante la verja decorada con banderitas del Reino Unido, del...
... Holy Cross, un colegio público y católico del londinense barrio de Fulham donde mi nieta Anna, tres años, cursa en la escuela infantil. Padres y alumnos mayores cantaron el himno nacional, puestos en pie. En el patio de los más pequeños, el ambiente era informal con los niños devorando los sándwiches y pasteles de crema caseros.
Miss M., la encargada de curso, me confesó su poco entusiasmo inicial por la idea de la celebración y cómo el escepticismo hacia la monarquía de su hija adolescente acabó por convencerla de lo acertado de la iniciativa. Para entonces los más traviesos luchaban a espada con las astas de los banderines de la Union Jack. En las paredes del aula, estaban expuestos los últimos trabajos de pinta y colorea con ese trazo vacilante de los tres años. Las banderas guardaban un parecido razonable pero el retrato de Isabel II estaba lleno de colores intensos. Me costó entender a quienes habían pegado un montón de botones en el real rostro: ¡intentaban imitar la corona de brillantes de la foto original!
Un acto escolar simpático. Hubo miles es los centros escolares británicos. Un pequeño aperitivo ante los cuatro días de eventos a celebrar desde el jueves 2 de junio, aniversario de la coronación de Isabel II en 1953. Como aquel día, repicarán las campanas de la Abadía de Westminter. Un gran desfile militar en el que tomarán parte 1.750 soldados británicos procedentes de una decena de países de la Commonwealth abrirá el calendario. Habrá 350 jinetes, con el príncipe William al frente de la guardia irlandesa. El encargado de pasar revista a la tropa será el Príncipe de Gales. La reina se hará presente desde un balcón del Palacio de Buckhingham.
El heredero, Carlos, 73 años, ya remplazó a su augusta madre el 10 de mayo leyendo ante las Cámaras el discurso de la Reina que marca el arranque de cada periodo de sesiones. Fue la tercera vez que Isabel II no cumplió en persona con el rito de mayor trascendencia constitucional como jefa del Estado. Las otras dos ocasiones fueron en 1959 y 1963, debido a sus embarazos de los príncipes Andrés y Eduardo.
La salud de la soberana, que tiene 96 años, se ha resentido desde la muerte de su marido, el príncipe Felipe, el 9 de abril de 2021. Tras una breve estancia en el hospital en otoño, tuvo que guardar tres meses de reposo por prescripción médica. Tiene problemas de movilidad que le obligan a caminar con bastón.
En mayo se dejó ver en el Royal Horse Show de Windsor, haciendo gala de su pasión por los caballos. El 17 inauguró la Elizabeth Line, el cercanías que atraviesa el área metropolitana de Londres de este a oeste que ha necesitado 13 años de obras (4 de retraso) y una inversión de 22.400 millones de euros (4.000 millones de sobrecoste). Una obra colosal que hubo de desviarse para rodear los cimientos de un rascacielos (Centre Point) y en cuya excavación se descubrió una fosa común con restos de 3.300 muertos en la peste negra del siglo XVII.
Cabeza de la Iglesia anglicana
Tras estas dos apariciones, la Reina ha hecho un 'mini break' en su castillo favorito, Balmoral, para afrontar con fuerzas los actos del jubileo. El viernes (declarado festivo, al igual que el jueves) asistirá a un Te Deum en la catedral de San Pablo. Un servicio solemne con el estreno de un himno. Un acto que va más allá del fervor cristiano de la Reina o del protocolo. La soberana inglesa es cabeza de la Iglesia anglicana.
Y eso se percibe, incluso en tiempos de descreimiento. La próxima vez que tenga una libra en la mano, fíjese en la leyenda de la cara de la moneda. "Elizabeth II D G REG F D". Las primeras letras son obvias, Isabel II, Dei gratia Regina, Reina por la gracia de Dios. Las últimas dos letras son las iniciales de Fidei Defensor, defensor de la fe.
Su origen lo cuenta John Julius Norwich en 'Cuatro Príncipes' que narra las vidas de Enrique VIII, Francisco I, Carlos V y Solimán el Magnífico cuyos reinados fueron coetáneos. El rey inglés "había estado incordiando a Roma para conseguir un título especial que lo igualara a los otros dos monarcas, Su Católica Majestad el rey de España, y Su Cristianísima Majestad el rey de Francia".
Enrique, celosón, cortejó a Roma durante seis años. Hasta que dio con la tecla. En 1521 mandó un ejemplar lujosamente encuadernado de un libro que acababa de escribir. 'Assertio septem sacramentorum' era una refutación de una tesis de Lutero. El Papa León X, impresionado, le concedió el título de Fidei Defensor. Fue a título personal, pero el Parlamento inglés votó luego que quedara unido a perpetuidad a la corona. Francia dejó de ser una monarquía y nadie llama Su Católica Majestad a Felipe VI. Pero la Reina de Inglaterra sigue siendo Fiel Defensora de la fe siglos después de que el propio Enrique VIII se emancipara de la jerarquía romana.
Celebraciones y apoyo
Tras recibir homenaje de los dos pilares tradicionales del poder -Ejército e Iglesia-, paso al 'soft power', la fiesta. El sábado, en el Derby de Epson, 40 jinetes que han llevado los colores de la reina formarán una guardia de honor antes de la célebre carrera, aunque ella no estará presente.
Por la noche, en el Victoria Memorial, delante del Palacio de Buckingham, un concierto alineará en sus tres escenarios a Diana Ross, Rod Steward, Alicia Keys, Duran Duran, Andrea Bocelli o Queen con Adam Lambert como cantante. Habrá una tribuna para 22.000 personas y se estima que unas 100.000 más lo seguirán desde el Mall, la avenida que lleva a Palacio desde el Arco del Almirantazgo. Una audiencia millonaria lo seguirá en directo por la BBC.
El colofón de las celebraciones tendrá lugar el domingo. Hay anunciadas 16.000 fiestas callejeras y 60.000 personas están registradas como anfitriones de almuerzos comunitarios.
Que la Reina es querida por sus súbditos salta a la vista de cualquiera. También lo dicen las encuestas. Una reciente de YouGov revelaba que el 75% de los británicos le tiene aprecio frente a un 9% a los que desagrada y un 13% de indiferentes.
El futuro de la monarquía parece asegurado pero un análisis más fino de las encuestas deja ver que el entusiasmo disminuye con la edad y pasa de ser abrumador en los mayores de 55 años (64%) a un empate a 31% entre quienes desean abolirla y quienes no entre los menores de 25 años (Ipsos).
Basta comparar la popularidad de la reina con la de su heredero para saber que tras un presente radiante se acercan nubarrones. El Príncipe Carlos es apreciado por el 50%, desagrada al 18% y deja indiferente al 32% de los británicos.
"Uno de los biógrafos del príncipe Carlos dejó dicho que su opinión empeoró a medida que le iba conociendo. Con la reina de Inglaterra, la percepción suele ser la contraria", escribe Ignacio Peyró en su ilustrado y ameno vademécum 'Pompa y circunstancia'.
¿Abdicación?
Por eso, aunque la Reina ha expresado en público su "sincero deseo" de que su primogénito le suceda en el trono y de que su esposa Camilla se convierta "en reina consorte", la abdicación no se la plantea nadie. Isabel II prometió "consagrar su vida entera al servicio de la nación". Tenía entonces 21 años y no ha cambiado de opinión a los 96.
"La cuadragésima persona que se ha ceñido la corona de Inglaterra ha sido, ante sus súbditos, la joven reina de cuento de hadas, la madre laboriosa que mandaba instalar en el despacho la cuna de sus hijos y la anciana venerable en la que los ingleses ven a la realeza con todos sus símbolos, aspiraciones y recuerdos más prestigiosos" afirma Peyró.
Y remacha: "En cualquiera de estas fases, han sabido que encarna la continuidad de la nación". Continuidad, permanencia, sosiego. Durante sus 70 años de reinado, Alemania fue un país dividido, ocupado y reunificado; Francia ha vivido bajo dos Repúblicas. Y España, la dictadura de Franco y dos reinados.
No todo ha sido, obviamente, un camino de rosas: la desastrosa intervención en Suez; la guerra de las Malvinas; el conflicto en Irlanda del Norte, terrorismo del IRA incluido; las devaluaciones de la libra, las guerras de Irak y Afganistán. En todas esas horas graves, supo "atenerse con silenciosa habilidad a las viejas funciones de consulta, moderación y consejo" destaca Peyró.
Sin duda las horas más aciagas del largo reinado se concentran en esos días del verano del 97 cuando lady Diana y su amante Dodi al Fayed hallaron la muerte en el paso subterráneo vecino al puente del Alma, en París. Su incomprensión ante la explosiva expresión sentimental de duelo la hicieron perder el diapasón con su pueblo.
Fue la crisis postrera de un matrimonio que arrancó como una boda de cuento de princesa (lo sé porque yo vivía entonces en Londres) y, de infidelidad en bronca, devino en una batalla campal ante todo el mundo. Imposible no pensar que aquella crisis no haya reforzado la decisión de la Reina de aguantar hasta el final de sus días en el trono.
Aquella guerra entre Carlos y Diana figurará para siempre en el debe de Carlos, aunque haya institucionalizado su relación con Camilla, a la que amó antes, durante y después de su matrimonio con la joven Spencer.
'Dios salve a la Reina'
Isabel II supo rectificar su frialdad inicial en aquellos primeros días de septiembre de 1997 con la familia real atrincherada en Balmoral. Habló a la nación por TV, regresó a Londres, se detuvo ante la pradera de ramos de flores depositadas ante las rejas de Buckingham y organizó un funeral de Estado a Diana. Todo ello después de que un primer ministro recién llegado al 10 de Downing Street, Tony Blair, le advirtiera de que su silencio amenazaba la monarquía.
Blair ha sido uno de los 14 primeros ministros con los que ha despachado Isabel II. El primero fue el conservador Winston Churchill que le esperaba en el aeropuerto en compañía del líder de la oposoción laborista, Clement Attlee, el 7 de febrero de 1952 en que hubo de regresar de África tras el fallecimiento el día anterior de su padre, Jorge VI.
El último, por el momento, un Boris Johnson en horas muy bajas. Su popularidad está por los suelos tras el escándalo de las fiestas, en pleno confinamiento, en su oficina de primer ministro incluidas "vomitonas y peleas", según el informe oficial. Hasta el punto de que diputados de su propio grupo maniobran para lograr una votación interna y destituirlo.
La pasada semana The Times le dedicaba un editorial titulado 'Momento de la verdad' en el que sostenía: "Está en juego la confianza en la integridad del sistema político británico". Es el mismo diario en el que Boris Johnson tuvo su primer empleo. Le echaron por inventarse una cita en un reportaje histórico. De mentira en mentira, logró fama como corresponsal en Bruselas y luego fue el ariete del euroescepticismo desde su columna en The Telegraph.
Tendría cierto sentido de justicia histórica que quien consiguió una rotunda mayoría en los Comunes tras llevar a puerto el 'brexit', una operación política basada en mixtificaciones, demagogia y fake news, fuera a terminar sus días en política por mentir sobre unas juergas fuera de lugar.
Todo eso se ventilará cuando la Cámara reanude sus sesiones tras los festejos del jubileo de platino de Isabel II. Entre tanto "Dios salve a la Reina".
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