Desde mediados de marzo, cuando Rusia alcanzó el máximo de territorio conquistado en Ucrania (inmediaciones de Kiev y Járkov, todo Jersón, buena parte de Lugansk y Donetsk, más el sur de Zaporiyia), la invasión no solo no ha avanzado de la manera que a Vladimir Putin le habría gustado, sino que Rusia ha tenido que retroceder ante su imposibilidad de mantener posiciones. La retirada de Kiev se produjo a principios de abril. La de Járkov a principios de mayo. Los escasos avances en el Donbás (Mariúpol, Popasna, Kreminna, Limán…) se han visto compensados durante este tiempo por los retrocesos en el sur, especialmente en la frontera entre Mikolaiv y Jersón.
En definitiva, pasan las semanas, pasan los meses, y la situación sigue en algo parecido a un empate técnico. Ningún ejército tiene suficiente ventaja sobre el enemigo como para desequilibrar el tablero. Las consecuencias de una guerra de desgaste son obvias: crece el odio entre ambos bandos, se multiplican las atrocidades contra la población civil y se aleja la posibilidad de un final negociado. Se dice que Rusia ha perdido unos 20.000 hombres en lo que llevamos de "operación militar especial", un número muy parecido al que debe de haber perdido Ucrania (sin contar, desgraciadamente, a los civiles). Son números que impresionan.
Cuando uno busca la destrucción total de su enemigo, cualquier acuerdo se queda corto. Eso dificulta mucho un alto el fuego y hace que la paz parezca un imposible. Sin embargo, todas las guerras, afortunadamente, se acaban. Intentemos, por un momento, imaginar cómo va a acabar esta según los datos de los que disponemos.
Escenario uno: Ucrania implosiona
No hay cifras independientemente confirmadas del número de muertos y heridos sufridos por cada bando. El presidente Volodimir Zelenski reconocía este mismo jueves en Bratislava que, cada día, solo en el Donbás, morían entre 60 y 100 soldados ucranianos y hasta 500 quedaban heridos. Las cifras no cuadran entre sí, con lo que probablemente estén infladas (al menos la de heridos), pero incluso en el mejor de los casos, hablamos de 1.500 fallecidos al mes y unos 4.500 heridos solo en un frente. De ser ciertos estos números, Ucrania tiene que tener ya un problema grave.
Entendemos que la mayoría de esas bajas se han producido entre sus soldados de élite, los que deberían estar en primera línea de combate. El ejército regular ucraniano no se puede permitir tantas bajas porque el reemplazo es muy complicado. Aunque se han cumplido ya tres meses de la movilización general, no es probable que tanto reservistas como voluntarios estén preparados aún para combatir al nivel que requiere una guerra tan cruel como esta.
Hasta ahora, Ucrania ha resistido gracias a su convicción, su moral y su disciplina. Ahora bien, en cualquier momento, y pese a las armas que van a llegar próximamente de Estados Unidos, esa convicción, esa moral y esa disciplina podrían derrumbarse. No sabemos lo que está pasando en Sievierodonetsk ni sabemos cuánto hay de estratégico y cuánto de necesidad en los repliegues hacia Lisichansk.
Es todo muy confuso. Aparte, tampoco sabemos las consecuencias de la implosión ucraniana: ¿supondría el fin de la guerra del Donbás, les obligaría a recular hasta el Dniéper, pondría Odesa y Járkov en peligro? Es muy improbable que Ucrania se rinda, pero si todo esto sucediera a la vez, no le quedaría más remedio que firmar algún tipo de armisticio desfavorable.
Escenario dos: Rusia implosiona
Al principio de la guerra, Rusia intentó tomar Kiev y acabó retirándose a toda prisa. También intentó tomar Járkov, la ciudad rusoparlante más importante de Ucrania, y también tuvo que recular hasta su frontera. Es un patrón preocupante. No solo es que a Rusia le cueste avanzar, sino que, incluso cuando lo hace, le cuesta mantener las posiciones. Solamente el sur -Jersón y Melitopol, sobre todo- parecen resistir y habrá que ver en qué desemboca la reciente contraofensiva ucraniana en la zona.
Hay algo, por lo tanto, de engañoso en la sensación de superioridad rusa. Una explosión que luego va perdiendo potencia y acaba diluyéndose por sí misma, sin que el enemigo haga mucho más que ir reconquistando lo que queda desierto. Los problemas en la cadena de mando han sido constantes, como lo ha sido la poca disciplina de sus tropas, ambas cosas causadas probablemente por la cantidad de distintos cuerpos que operan en el frente de manera autónoma (los voluntarios chechenos y sirios, las milicias prorrusas, los mercenarios del Grupo Wagner, el propio ejército regular ruso…).
El problema con las retiradas rusas es que no se ven venir. De repente, las tropas desaparecen. No aguantan más. Del ataque pasan al estancamiento y del estancamiento a la marcha atrás. ¿Puede pasar lo mismo en las zonas controladas en la actualidad tanto en el sur como en el este? No es probable. De hecho, la justificación para los papelones en Kiev y Járkov fue que esas tropas iban al frente del Donbás. Ahora bien, improbable no quiere decir imposible. Si eso sucediera, consolidar las posiciones del acuerdo de Minsk de 2014 ya sería algo para Putin.
Escenario tres: paz por territorios
Obviamente, Rusia quiere acabar con Ucrania como estado independiente. Ese es el objetivo principal, se disfrace como se disfrace. Obviamente, también, Ucrania pretende no ceder ni un solo kilómetro de su integridad territorial. No está dispuesta ni a reconocer oficialmente a las repúblicas prorrusas del este ni mucho menos a Crimea como parte de la Federación Rusa. Ahora bien, dicho esto, ambas partes deberían haberse dado cuenta ya de que, de no mediar ninguno de los dos escenarios anteriormente descritos, tarde o temprano van a tener que ceder.
En los últimos días, hemos visto movimientos que nos hacen pensar que Rusia está centrando todos sus esfuerzos en Lugansk y Donetsk, dejando un poco a su suerte los territorios conquistados en el sur. A su vez, hemos visto que Kiev prefería no igualar la apuesta en el Donbás -lo que no implica en ningún caso una rendición- mientras preparaba nuevos batallones para una contraofensiva en Jersón, cruzando el río Inhulets sin demasiada oposición. Pareciera que a Ucrania le importa mucho recuperar el sur aún a costa de no poder defender el este y que a Rusia le importa mucho conquistar el este aún a costa de no poder defender el sur.
Si esas son realmente las intenciones de ambos estados mayores, el acuerdo no parece tan lejano: el Donbás, para Rusia, y el resto, para Ucrania. Por supuesto, estaríamos ante una paz precaria porque todos sabemos que las milicias ucranianas seguirían combatiendo en Donetsk y Lugansk… y sospechamos que en cualquier momento Putin (o su sucesor) buscará un nuevo ataque a los puertos del Mar Menor desde Crimea. Pero sería una paz. Algo es algo.
Escenario cuatro: un alto el fuego por agotamiento
También puede pasar que Ucrania sí decida defenderse en el Donbás -que sus tropas no estén tan mermadas, su moral no esté tan dañada, las nuevas armas supongan un cambio de tendencia…- y que Rusia también consiga mantener sus posiciones en el sudeste de Járkov -sobre todo, Izium- y en toda la costa del Mar Negro y el Mar del Azov. Putin odia demasiado a Zelenski como para ceder absolutamente nada y Zelenski odia demasiado a Putin como para llegar a ningún acuerdo.
En este escenario, Rusia no consigue llegar a Sloviansk ni a Kramatorsk y Ucrania no consigue llegar a Jersón ni a Melitopol. En este escenario, quedan las trincheras, los bombardeos en una y otra dirección y las masacres a civiles. Queda el odio, quedan los jóvenes enviados masivamente al frente, queda el horror de una guerra que, en rigor, no acaba nunca. Lo más a lo que se puede aspirar es a un alto el fuego. Un momento de cordura en el que las dos partes coincidan en aceptar como mediador a un tercero -¿Erdogan, Orbán?- y al menos dejen de matarse durante un tiempo.
Ahora bien, eso no es una paz, claro. Si el acuerdo descrito en el tercer punto ya era inestable, este es un hilo en medio de un vendaval. Tarde o temprano, acabaríamos en uno de los tres escenarios anteriores. Las sanciones económicas a Rusia y la pérdida industrial y comercial de Ucrania hacen muy improbable que el conflicto pueda financiarse durante mucho tiempo. Las dos partes acabarían económica y militarmente devastadas. Un abismo al que se están asomando y por el que pueden caer en cualquier momento.
Escenario cinco: extensión del conflicto a terceros países
Esta posibilidad aterró al mundo al inicio de las hostilidades. Rusia se dedicó a amenazar a todo lo que se le puso por delante: a Moldavia, a Polonia, a las repúblicas bálticas, a la OTAN en su totalidad… Durante los primeros días de marzo vivimos ante la posibilidad muy real de un ataque táctico a un país de la Alianza Atlántica o de que el uso de armas químicas o incluso nucleares en la propia Ucrania obligaran a Estados Unidos a intervenir, como dejó claro desde el primer momento el presidente Biden.
Sin embargo, es complicado imaginar ahora mismo esa extensión como algo factible. Obviamente, Ucrania no tiene intención ni capacidad alguna para ello. Solo podría hacerlo Rusia, pero su ejército no es capaz siquiera de tomar Lisichansk. ¿Cómo plantearse entrar en guerra con otro país en este momento? De hecho, si para algo ha servido este conflicto es para castigar tanto a las tropas rusas como para que no se planteen más escaramuzas de este tipo en mucho tiempo.
Dicho esto, la propaganda mediática del Kremlin insiste en seguir amenazando a la Suecia, Finlandia o Dinamarca de turno. Sigue viendo provocaciones por todas partes y los programas de televisión se llenan de expertos que discuten hasta dónde pueden llegar sus misiles nucleares si tuvieran que utilizarlos. Si no ha pasado ya, no tiene pinta de que vaya a pasar. Incluso en el caso de que Putin se viera con la espada contra la pared, es más probable que caiga el propio Putin a que caiga una bomba atómica.
Noticias relacionadas
O gestiona tu suscripción con Google
¿Qué incluye tu suscripción?
- +Acceso limitado a todo el contenido
- +Navega sin publicidad intrusiva
- +La Primera del Domingo
- +Newsletters informativas
- +Revistas Spain media
- +Zona Ñ
- +La Edición
- +Eventos