El miedo causa distorsiones importantes en nuestra proyección de la imagen del enemigo. Por ejemplo, de Putin se pueden decir muchas cosas con sentido: es un hombre sin piedad, con escasa preocupación por la vida ajena, obsesionado con el poder, poco amigo de las disensiones y para quien el fin justifica cualquier medio.
Otra cosa es que sea el monstruo que lo controla todo desde una inteligencia sobrenatural y cuya palabra es verdad revelada desde Bolgorod hasta Kamchatka. El pasado 17 de junio, coincidiendo con la propuesta en Kiev de Emmanuel Macron, Mario Draghi y Olaf Scholz de acelerar los trámites de adhesión de Ucrania a la Unión Europea, Vladimir Putin, quizá sorprendido por la noticia, declaraba lo siguiente: “No nos preocupa lo más mínimo. La Unión Europea no es una organización militar como la OTAN, y nuestros vecinos son muy libres de elegir sus alianzas comerciales. Nos interesa que disfruten de la mayor prosperidad posible”.
Estas palabras de Putin en la cumbre anual del Foro Económico de San Petersburgo pasaron un poco desapercibidas. Tal vez parecieron demasiado bonitas para ser verdad.
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Tal vez mostraban a un hombre demasiado sensato para la idea preconcebida que tenemos de él. Efectivamente, a Rusia no tiene por qué importarle que Ucrania entre de facto en la Unión Europea cuando ya tiene todo su apoyo económico y político.
No cambia en nada su situación. La Unión Europea no tiene acuerdos militares entre sus miembros y, aparte, si alguien se ofrece a hacer el trabajo más sucio en la postguerra, desde luego a Putin no solo no le importará, sino que debería dar las gracias.
Sabemos, porque lo ha repetido mil veces, que las aspiraciones de Rusia sobre Ucrania no acaban en el Donbás como no acabaron en su momento en Crimea. Rusia pretende que su vecino se cueza a fuego lento.
Ir arrebatándole territorio desde el que continuar una nueva ofensiva pasados suficientes años. Aunque consiga cerrar su control sobre Donetsk y Lugansk, es poco probable, casi impensable, que Putin no esgrima nuevamente la excusa de la “desnazificación” y el agravio a los rusoparlantes para lanzarse a un nuevo ataque en un tiempo prudencial.
Los objetivos por retomar
Cuando hubo que reevaluar los objetivos de la “operación militar especial” y ajustarlos a la realidad, Rusia anunció su intención de tomar el Donbás y crear un corredor hasta Transnitria. Más de dos meses después, aún siguen intentando lo primero.
Las cosas están yendo relativamente bien para ellos en los últimos días, pero las guerras no son lineales. En cuanto al “corredor”, la historia es distinta.
Ucrania sigue controlando parte de Zaporiyia, está a diez kilómetros de la capital de Jersón y mantiene toda la región de Odesa, fronteriza con Moldavia. Hay muy pocas posibilidades de trasladar toda la fuerza militar rusa desde el Donbás hasta el frente de Jersón-Mikolaiv-Odesa.
Mucho menos teniendo en cuenta que los HIMARS estadounidenses ya están en territorio ucraniano y pueden atacar movimientos de tropas, camiones y tanques a ochenta kilómetros de distancia. Un reajuste de unidades de esa magnitud tomaría meses y solo podría darse en el contexto de un alto el fuego en la zona, algo que Ucrania se huele y no quiere conceder.
Ahora bien, tarde o temprano, en los años que haga falta, Putin volverá a la carga y querrá el resto de Ucrania que, histórica o étnicamente, considera suyo: Zaporiyia, Dnipro, el norte de Jersón, Odesa… y, por supuesto, Járkov, la ciudad rusoparlante más grande de Ucrania y que ya fue un objetivo principal frustrado en la primera ofensiva. Prácticamente todos estos territorios están muy dañados por la artillería y los bombardeos y requieren de una reconstrucción costosísima.
La Unión Europea vista como un cheque liberador
Ahí es donde entra, para Putin, la Unión Europea. Esa reconstrucción no la puede hacer Ucrania por su cuenta.
No tiene medios. Rusia, por su parte, incluso tras un posible armisticio, suficiente tendría con volver a hacer habitable el territorio ocupado.
Si la Unión Europea admite a Ucrania en su seno, se vería obligada a hacer frente a los gastos de remodelación que ni Ucrania ni Rusia se pueden permitir. Con los fondos europeos, con las ayudas indirectas, con lo que sea, la reconstrucción de Odesa, de Jersón, de Mikolaiv, de Járkov, incluso de las afueras de Kiev y las zonas bombardeadas alrededor de Lviv correrá de la cuenta de Bruselas.
Ideal para que, años después, Rusia tenga un país eficiente, nuevo y rehabilitado para volver a intentar invadirlo. Mientras la OTAN no ponga ahí sus misiles -y ya se encargará el Kremlin de agitar el espantajo nuclear para evitarlo-, todo parece miel sobre hojuelas. Se lo parecía a Putin el 17 de junio, hace nueve días, y seguro que se lo sigue pareciendo porque, efectivamente, la entrada de la Unión Europea en Ucrania no perjudica en nada a Rusia y potencialmente puede ser de gran ayuda.
Ahora bien, otra cosa es el Kremlin. Putin repitió en un par de ocasiones que lo que estaba expresando en San Petersburgo era “su opinión”.
Concedamos que la opinión de Putin no es una opinión cualquiera en Rusia. Concedamos también que los mensajes desde la administración rusa a veces son confusos, por decirlo de alguna manera. A la semana de que su líder se mostrara perfectamente tranquilo por la entrada de Ucrania en la Unión Europea, el embajador ruso para la Unión Europea, Vladimir A. Chizhov, ha considerado que dicha entrada era una provocación y una manera que tiene el “frente anglosajón” de utilizar a Bruselas como pantalla contra Rusia.
Cambio de idea
Lo que a Putin le parecía irrelevante, incluso una buena noticia, ahora a Rusia le parece una ofensa. También es cierto que a Rusia absolutamente todo le parece una ofensa porque a ver si no cómo explicas a tu opinión pública que has mandado a decenas de miles de tus mejores jóvenes al matadero sin necesidad alguna.
Lo más probable es que, de nuevo, estemos ante un ataque de propaganda. Al “monstruo” Putin le da absolutamente igual la Unión Europea y todas las facturas que le paguen a Ucrania, mejor para todos.
Ahora bien, probablemente se precipitó al declararlo tan contundentemente. Porque es humano, porque se equivoca y porque no siempre mide cada acto o palabra al detalle.
Luego, en el Kremlin, le han cambiado el mensaje porque se adapta mejor a la quejosa posición pública rusa. ¿Lo importante?
Nadie va a mover un dedo contra la entrada de Ucrania en la Unión Europea. De hecho, es probable que desde Moscú se vea como un enorme error europeo: admitir a un socio inestable en su política interior, amenazado por una superpotencia y cuya economía está en ruinas.
Más allá de la satisfacción moral, poco vamos a sacar los europeos de esta alianza. La decisión de los 27 de apoyar las solicitudes de Ucrania y Moldavia “si cumplen los requisitos” en realidad no aporta nada nuevo al conflicto. Tarde o temprano, la propia UE se tendrá que encontrar ante su propio dilema: admitir que esos requisitos son casi imposibles de cumplir y aun así seguir adelante o esperar que Ucrania salga del foco mediático para meter todas estas declaraciones y compromisos debajo de la alfombra.
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