El Partido de las Regiones de Viktor Yanukovich ganó las elecciones presidenciales de 2010 con un 48,95% de los votos en la segunda vuelta, por el 45,47% de la europeísta Yulia Timoshenko. El candidato prorruso, que ya había rozado el triunfo en 2004, cuando su máximo rival, Viktor Yushenko, fue envenenado burdamente por el Kremlin, se hacía con el apoyo de 12.481.266 votantes. Casi dos tercios de los sufragios se concentraron en las provincias de Donetsk, Lugansk, Járkov, Dnipropetrovsk, Crimea, Jersón, Mikolaiv y Zaporiyia.
En algunas de estas regiones -sobre todo Donetsk-, el voto fue casi unánime para Yanukovich y no se trató de ninguna casualidad. Cuando, cuatro años más tarde, estalló la llamada "revolución del Euromaidán" y Yanukovich tuvo que salir hacia Moscú escondido en un coche, las milicias populares apoyadas por Rusia tardaron pocos días en hacerse con toda Crimea sin prácticamente pegar un tiro y consiguieron organizar un referéndum en las regiones de Donetsk y Lugansk para establecer una autonomía como repúblicas al margen de Kiev, dando inicio a una guerra que es el germen de lo que estamos viendo desde el 24 de febrero.
Que Putin y sus asesores estaban equivocados sobre la recepción que su ejército iba a recibir en el este y el sur de Ucrania cuando empezara su "operación militar especial" es un hecho. Esperaban abrazos y flores y se encontraron con una fiera resistencia en lugares de enorme tradición rusófona como Járkov, empezando con su capital de un millón de habitantes. Confiaban en tomar Odesa fácilmente gracias a los grupos paramilitares que ya habían puesto a la ciudad al borde de la guerra civil en 2015, pero Odesa resistió y resiste.
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Ahora bien, esa equivocación no puede ocultar una realidad: en buena parte de Ucrania se ve a Rusia como un país hermano y se desconfía de Kiev. No tanto de Volodimir Zelenski, nacido al este del Dniéper y perteneciente a una familia rusófona, sino de Kiev como concepto, de una autoridad que a menudo han considerado ajena e incluso hostil. Este enfrentamiento soterrado entre ucranianos solo se ha agravado con la injerencia militar rusa. En rigor, Zelenski tiene ahora mismo una doble tarea ingente de cara al futuro: primero, echar a los rusos de su territorio; segundo, hacerlo sin dañar aún más la percepción que los ucranianos de las zonas ocupadas tienen de su Gobierno.
La incomodidad del "liberado"
El pasado sábado, el diario londinense The Times publicaba un artículo de su corresponsal Louise Callaghan en el que se explicitaba la ambigua recepción que había tenido el ejército ucraniano en algunos de los pueblos liberados tras la contraofensiva de Járkov y la retirada de las tropas rusas. Uno de los soldados que había participado en el ataque se expresaba de la siguiente manera: "Diría que la cosa estaba dividida al cincuenta-cincuenta entre los que querían que estuviéramos ahí y los que no. Muchos nos abrazaban entusiasmados mientras otros nos preguntaban por qué habíamos venido".
No es ningún escándalo ni ninguna sorpresa. Muchos de los pueblos al oeste de la frontera rusa fueron conquistados en las primeras horas de la invasión y habían mantenido desde entonces una cierta tranquilidad. Por lo menos en lo que atañe a la mitad de su población, como ocurre casi siempre en una guerra civil. Esa mitad prorrusa vivía una realidad ajena a la de muchos de sus vecinos y compatriotas. Una realidad sin misiles ni bombardeos ni ejecuciones masivas ni torturas. Una realidad bajo una bandera que reconocían como propia, aunque legalmente no lo fuera.
El asunto, ahora, es qué hacer con esa gente. Qué hacer con los colaboracionistas, qué hacer con los que directamente lucharon en las milicias, qué hacer con los que han perdido sus casas o sus negocios en el ataque liberador. Ese dilema ha estado en el tejado ruso durante estos meses sin que les haya preocupado demasiado: Rusia ha bombardeado y destruido la misma tierra que aspiraba anexionarse. En sí, era contradictorio. Ahora, Ucrania está bombardeando a los ucranianos, utilizados a menudo como escudos humanos por los propios rusos. ¿Cómo liberar sin, a la vez, destruir sus propias ciudades, sus propias fábricas, sus propios campos?
Doble cuadratura del círculo
No parece que haya una respuesta ideal al dilema. La ciudad de Donetsk ha sido bombardeada varias veces. Sabemos que ha habido centenares de muertos. Algunos dirán que los que han muerto sólo eran rusos o aliados, pero es improbable. Cuando mueren civiles, normalmente son civiles a los que la contienda les pilla un poco de perfil. Gente que quiere vivir tranquila bajo un Gobierno o el otro, que no quiere problemas. Para que Ucrania recupere su territorio, no le queda otra que atacar, pero atacar tiene sus consecuencias.
Cuando uno destruye puentes, vías de ferrocarril y todo tipo de infraestructuras, sabe que está perjudicando a mucha gente. De entrada, por supuesto, al ejército invasor que las utiliza para servirse de ellas con fines militares. Pero, al romper una presa y desbordar un río, estás anegando el terreno de un ucraniano, que pierde así su cosecha. Al destruir un hotel donde se alojan soldados rusos, estás echando a perder el negocio de una familia. Al tirar misiles sobre un edificio público controlado por autoridades colaboracionistas, estás poniendo en riesgo la vida de decenas de funcionarios que no han tenido una alternativa real en este conflicto.
Zelenski tiene que cuadrar el círculo y tiene que hacerlo dos veces. De entrada, tiene que ganar la guerra, y está claro que ese debe ser el objetivo número uno. Ahora bien, no le vale cualquier victoria: tiene que ser una victoria hasta cierto punto tranquila, que no destruya parte de su propio país. Rusia puede permitirse hacer lo que hizo en Mariúpol sin más escrúpulos que los morales, que hasta ahora han brillado por su ausencia. Ucrania no puede, por razones obvias. Son sus ciudadanos, a los que sus dirigentes juraron defender. Sus hijos, sus hermanos, sus padres...
Del mismo modo, tiene que gestionar la victoria, cuando llegue, de manera que no le explote una guerra civil. Rusia ha armado a demasiada gente en la zona y esa gente tiene claro quién es su enemigo. Como decía el soldado que hablaba para el Times: "Les han lavado el cerebro con su propaganda". Para que el Donbás vuelva a ser totalmente ucraniano, para que lo sean también las regiones del Mar del Azov, hará falta un equilibrio casi imposible: un triunfo militar seguido de una reparación inmediata. Recuperar Ucrania, por supuesto, pero sin perder a los ucranianos.