Liberar Limán, Kraminna y después lanzarse sobre el complejo Sievierodonetsk-Lisichansk o avanzar directamente hacia Lugansk capital. Ese parecía el plan de la contraofensiva ucraniana hace un par de semanas y por un momento dio la sensación de que todo podía ser cuestión de días, si no horas. La debacle rusa en el frente de Járkov fue tal, que no había manera de saber exactamente dónde iban a intentar fijar una línea de contención que pudiera frenar al ejército de Zelenski. Pasados unos días, está claro que esa línea se ha establecido al este del río Oskil, cuyo paso ha retrasado las operaciones ucranianas (no está claro cuántas unidades han podido cruzar la orilla), y en las inmediaciones de la ciudad de Limán, ya en la región de Donetsk, es decir, en pleno Donbás.
La resistencia de Limán ha sido importante para Rusia por distintas razones: primero, porque ha ralentizado la contraofensiva enemiga; segundo, porque Limán, en sí, es un punto estratégico clave en posibles ataques posteriores en dirección a Sloviansk y Kramatorsk… y tercero, porque les ayuda a ganar tiempo hasta que lleguen las tropas de refuerzo, que irán sumándose poco a poco al frente sin experiencia, sin formación y sin apenas entrenamiento. Pasarán semanas, incluso meses, hasta que se pueda convertir esa masa informe en un ejército, si es que algún día se consigue. De momento, eso sí, harán bulto.
Del lado ucraniano, Limán es una buena medida de sus posibilidades. Cuando hablamos de su ejército, hablamos también de un grupo complejo de expertos veteranos de la guerra del Donbás mezclados con voluntarios llenos de moral y reclutados forzosos. Si Rusia ha dado muestras de una fragilidad sorprendente, tampoco podemos pedir a Ucrania más de lo que está haciendo, que ya de por sí es en ocasiones milagroso. La captura de Limán se dio por hecha -y aquí pecamos unos cuantos- como si fuera lo más fácil del mundo. No lo era. Y se está demostrando.
Mientras la burocracia prorrusa se lía en referendos y anexiones, el ejército local busca rodear la pieza por todos lados. Hostigada desde el oeste y el sur, Limán será en breve atacada también desde el norte, especialmente tras la liberación de Maliivka, a menos de una hora en coche y a unos treinta kilómetros en línea recta. Todo hace indicar que, sí, Limán caerá, y, sí, será un nuevo batacazo para las aspiraciones rusas, pero estas dos semanas habrán servido, se supone, para proteger mejor las demás posiciones en el interior del Donbás.
La incógnita de Bakhmut
Aparte, está la cuestión de Bakhmut (Artemivsk). El ejército ruso lleva meses dándose de bruces contra la defensa de la ciudad, pero parece que, por primera vez en mucho tiempo, pueden haber penetrado en la zona norte. Todo lo que rodea a esta ofensiva es extraño y difícil de analizar: no se entiende que Rusia siga presionando por ese lado mientras descuida otros más importantes. Por su parte, a veces da la sensación de que Ucrania tampoco acaba de montar ahí una contraofensiva porque le interesa tener una parte de las tropas enemigas entretenidas en ese objetivo.
Artemivsk era un enclave estratégico importantísimo cuando parecía que Sloviansk y Kramatorsk estaban al alcance de la mano desde el este. Si Limán cae y la línea rusa tiene que retirarse hasta Kreminna, es complicado saber exactamente para qué quiere Rusia ese acceso directo desde el sur. Es cierto que la M03 es una vía de comunicación muy apetitosa, pero no da la sensación de que haya coordinación en ese ataque ni de que sea posible intentar siquiera la ofensiva posterior sin controlar con garantías el noroeste de Donetsk.
En cuanto al resto de operaciones, parecen más bien frenadas o, como mínimo, ralentizadas. Aún hay reductos de ocupación rusa en el norte de Járkov que están siendo lentamente expulsados y no hay evidencias de que Ucrania esté en condiciones de dar un paso adelante en el sur del país. Los avances son lentos y no indican ningún tipo de cataclismo por parte de los ocupantes. Es cierto que cuando Rusia cae, cae con estrépito, pero, de momento, parece un destino lejano y costoso.
El caos de la movilización parcial
La gran pregunta ahora mismo, como decíamos antes, es en qué medida la movilización parcial tendrá un efecto en la guerra. Uno tiende a pensar que trescientos mil soldados, por muy mal entrenados que estén, deberían al menos limitar la iniciativa ucraniana en todos los frentes. Ahora bien, las imágenes caóticas que nos llegan desde la propia Rusia, con un proceso de leva incomprensible, unos remplazos a menudo borrachos y completamente fuera de forma física, junto a las continuas protestas en los centros de reclutamiento, especialmente en Daguestán y Siberia, invitan a pensar en un comportamiento como mínimo errático en el campo de batalla.
El hecho de que incluso desde la televisión estatal rusa se cuestione este proceso de movilización -aunque se culpe, por supuesto, a los encargados del mismo y no a los que lo ordenaron- da una idea del malestar que está causando entre la población rusa. Como apuntaba la propia Margarita Simonián, redactora jefa del canal de televisión Russia Today y uno de los halcones mediáticos de Vladimir Putin, se han dirigido cartas de reclutamiento incluso a hombres de 62 o 63 años, una edad no apta para el combate en estas circunstancias.
La tendencia desde, al menos, la horrorosa experiencia de la guerra de Vietnam, de profesionalizar por completo los ejércitos, tiene varias explicaciones: una de ellas, paliar el descontento entre la sociedad civil, salvo en aquellos países, lógicamente, en los que la sociedad civil es un eufemismo. Otra, evitar que soldados inexpertos, poco preparados y con la moral por los suelos puedan contagiar su malestar al resto de las tropas con lo que eso conlleva. Si la gente que estamos viendo en las imágenes van a ser los encargados de defender las Limanes de turno o van a tener la responsabilidad de completar la conquista del Donbás, sinceramente Rusia tiene un enorme problema.
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