La entrada en guerra de Bielorrusia o, más bien, la formación de unas "fuerzas conjuntas" a mayor gloria de Vladimir Putin, no tiene en sí nada de nuevo. El ejército bielorruso apenas existe como tal, sabedor Lukashenko de que, para cualquier contingencia, puede contar con Rusia para defender a su país y su régimen. El dictador no puede ofrecer hombres bien entrenados ni puede ofrecer más que vetustos carros de combate heredados de la época soviética. Lo único que puede aportar a la coalición es su geografía, es decir, sus 891 kilómetros de frontera con Ucrania y su proximidad a la capital, Kiev, a menos de 200 kilómetros de distancia.
Obviamente, no es poca cosa. Lo que pasa es que tampoco es nada nuevo. Se rumorea que Putin podría haber mandado nueve mil hombres a esa frontera, divididos en cuatro contingentes establecidos en Brest, Pinsk, Mazyr y Gómel. El número es demasiado escaso como para pensar en una invasión, pero al menos sí obliga a Ucrania a fortalecer esa frontera… algo que no hizo en febrero, cuando, convencido de que Rusia se limitaría a entrar por el este, el gobierno de Zelenski descuidó el resto de sus fronteras, provocando la llegada de las tropas rusas hasta las inmediaciones de Kiev y ocupando el sur hasta más allá de la frontera natural del río Dniéper.
Aunque entonces Lukashenko no había firmado ningún acuerdo, Bielorrusia actuó como un aliado de Rusia en la práctica. Fue desde su frontera desde la que se cruzó la zona de exclusión radioactiva que rodea la central de Chernobil y desde donde se lanzaron buena parte de los misiles que acabaron golpeando las ciudades de Leópolis y Lutsk. Hablar de "internacionalización" del conflicto cuando Bielorrusia no está haciendo nada que no haya hecho antes y, en rigor, ni siquiera ha declarado la guerra a Ucrania -tampoco lo ha hecho Rusia- es mucho hablar.
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¿Vuelve Kiev a ser el objetivo?
Sería curioso, eso sí, que Putin no hubiera aprendido nada de lo que sucedió entonces y volviera a intentar algo parecido. Los últimos bombardeos sobre población e infraestructuras civiles parecen haber envalentonado a los propagandistas rusos y la euforia, en la guerra, se contagia muy fácilmente. No sabemos los daños que ha podido sufrir Ucrania en su retaguardia ni de qué manera van a afectar a su ejército. Tampoco sabemos hasta qué punto van a afectar a la moral y los recursos de la administración local cuando llegue el invierno.
Lo que sí sabemos es que, en la semana que ha pasado desde la presentación en sociedad de Sergei Surovikin, el "General Armagedón", Rusia no ha conseguido avanzar en ninguno de los frentes: ni en Bakhmut, donde llevan meses chocando contra un muro, ni en el eje Svatove-Kreminna, ni en las provincias de Jersón y Mikolaiv. Con esto en mente, más el hecho de que el ejército ruso ha perdido en torno a 75.000 soldados de élite entre muertos, heridos y capturados y los ha sustituido por reservistas prendidos a la salida del metro y enviados al frente sin la menor formación, pensar que Putin puede volver a intentar atacar Kiev parece una locura.
Ahora bien, es Putin y es Rusia. Todo lo que ha estado haciendo hasta ahora ha sido un disparate estratégico tras otro. Bien podría añadirse el intento de, con un ejército de circunstancias, volver a atacar Ucrania -una Ucrania con muchas bajas también, pero armada por Occidente hasta los dientes- desde distintos flancos. La jugada salió horriblemente mal en su momento, no hay visos de que pueda salir mejor en peores condiciones de partida.
Rodear Ucrania y atacarla por el aire
Dicho esto, lo cierto es que, en determinadas cuentas prorrusas, sí se está jugando con la idea. Rusia tendría regimientos preparados en Bielorrusia, con la intención de atacar Kiev; en Belgorod, con la intención de amenazar Sumy y Járkov; en Valuiki, para recuperar Kupiansk; en Rostov, para proteger el eje Lugansk-Donetsk-Mariúpol… y, por supuesto, en el sur de las regiones de Zaporiyia y Jersón, con la esperanza de volver a cruzar el Dniéper y avanzar hacia Mikolaiv y Dnipropetrovsk.
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Estaríamos hablando de una ofensiva calcada a la de febrero, con varios objetivos y entrando todos a la vez en lugar de hacerlo a oleadas, como realmente funciona una "guerra relámpago" bien ejecutada. Putin ya fracasó una vez, pero puede que haya algo que le haga pensar que ahora es el momento. Para ello, necesitaría semanas de daños a la retaguardia ucraniana y a las líneas de suministro, pero eso a su vez requiere de una fuerza aérea muy superior a la de su enemigo y el uso constante de misiles de precisión de medio y largo alcance, cuando el ministerio de defensa británico ha señalado en numerosas ocasiones que los rusos no van sobrados de los mismos.
El hecho de que Rusia esté recurriendo a Irán como aliado armamentístico dice bastante de la situación del arsenal propio. Los ataques de este lunes sobre Kiev se han producido con drones iraníes, lo que pone de relieve la necesidad urgente de que la OTAN mande cuanto antes más baterías antiaéreas. Surovikin es un experto en la guerra aérea, pero hay que señalar que hasta ahora ha destacado en zonas donde no tenía un enemigo digno de ese nombre. Ni los insurrectos chechenos, ni los sirios tenían algo parecido a una fuerza aérea ni una defensa a la altura.
Ucrania, sí. Ucrania tiene drones, tiene aviones, tiene cazas y tendrá, en breve, equipos avanzados de defensa. Pensar que Rusia podrá pasear por el cielo ucraniano como Pedro por su casa destrozando las líneas internas de comunicación y suministro hasta el punto de que eso afecte a las fuerzas desplegadas en el frente es complicado. Pensar que pueden provocar un colapso tal que permita el éxito de un ataque combinado desde casi diez direcciones diferentes parece utópico. En cualquier caso, bien haría esta vez Zelenski en no confiarse y prepararse para lo peor, aunque un ataque así parezca suicida. Bien harán también sus socios en dotarle de armas de mayor precisión. Lo visto estas dos semanas en Kiev no puede repetirse.
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