La historia contemporánea del centro-derecha francés es una historia de sufrimiento marcada por un solo nombre: François Fillon. El exprimer ministro durante la presidencia de Nicolas Sarkozy y titular de distintos ministerios en los gobiernos de Edouard Balladur en los noventa y de Jean-Pierre Raffarin a principios de siglo, lideraba todas las encuestas para las presidenciales de 2017 y los analistas contaban con él como nuevo inquilino del palacio de El Elíseo, representando a la moderación frente al extremismo lepeniano.
Todo cambió cuando a Fillon le imputaron por la contratación de su mujer, Penelope Clarke, como asistente parlamentaria, cargo que en realidad no llegó a ejercer, pero por el que cobró grandes cantidades de dinero, lo que a su vez reveló una red de clientelismo y desvío de fondos públicos que acabaría con su inhabilitación años después. Fillon tuvo en sus manos el destino de Los Republicanos como referencia constitucionalista ante la hecatombe socialista post-François Hollande. Pudo haber renunciado a su candidatura y el centro-derecha tal vez se habría rearmado en torno a Sarkozy o, más probablemente, Alain Juppé. En cambio, prefirió ir a elecciones y perderlas. Acabó la primera vuelta en tercer lugar, con un 20,01% de los votos, a poco más de un punto de Marine Le Pen pese a todos los escándalos. Ese día, el gaullismo entró en una depresión de la que aún no ha salido.
Igual que Mélenchon prácticamente ha fagocitado al Partido Socialista por la izquierda, la Agrupación Nacional se ha quedado con casi todo el electorado del gaullismo. Y el poco que quedaba se lo ha apropiado Éric Zemmour, el controvertido polemista que se presentó a las pasadas presidenciales y que, por un momento, pareció que podría disputarle a Macron la segunda vuelta. Los Republicanos están en medio de un lío colosal. En 2022, optaron por una vía más centrista con Valérie Pecresse, pero los resultados fueron lamentables: apenas un 4,78% de los votos en primera vuelta. Por detrás de Macron, de Le Pen, de Melenchon e incluso del propio Zemmour.
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El gaullismo, que había dominado Francia con mano firme hasta la irrupción de François Mitterrand en 1981 –en cierto modo, un gaullista también, solo que circunstancialmente en las filas del Partido Socialista- y que después había recuperado el poder durante los diecisiete años de Chirac y Sarkozy, se veía reducido a tercera opción conservadora y quinta nacional. Tal desastre electoral exigía un nuevo líder y un nuevo discurso. Así, el pasado domingo, el 53,7% de los simpatizantes de Los Republicanos eligieron al no menos polémico Eric Ciotti, dando un brusco giro a la derecha que esperan les sirva para recuperar relevancia política.
Orden, seguridad y control migratorio
Ciotti es un hombre conservador en lo social y en lo económico. Ya estuvo a punto de imponerse a Pecresse en la lucha por la candidatura de las presidenciales, pero era comprensible que los gaullistas quisieran ofrecer algo distinto, una tercera vía entre la extrema derecha y el centro socialdemócrata de Macron. Ahora, no. Ciotti, que ya había dejado claro en su momento que, entre Zemmour y Macron, su voto iría para el primero, recibió su elección como presidente de la formación con un contundente: "Soy de derechas y no pienso pedir perdón por ello".
Como se ve, en Francia el debate acerca de las ideologías no es tan distinto del que hay en España, solo que el arco político parece un poquito escorado ahora mismo: el que critica a la "derechita cobarde y acomplejada" es en realidad más de izquierdas que dos de sus oponentes. Ciotti ha hecho de la lucha contra la inmigración ilegal y la violencia callejera los dos grandes temas de su campaña interna. Son dos temas que, sin duda, preocupan y mucho a los franceses, pero no se ve cómo puede distinguirse de Zemmour y la AN copiando exactamente su discurso.
Ciotti se presentó a su vez como "el candidato de las bases" frente al que era el favorito del establishment, Bruno Retailleau. Sus posiciones claramente anti-islamistas le han costado fuertes críticas en el pasado. Pese al tradicional laicismo republicano, Ciotti aboga por incluir la referencia a las raíces cristianas de la nación francesa y replantear el concepto de ciudadanía para incluir solo a aquellos que apoyen los valores de la República. Jefe de campaña de Sarkozy en las primarias de 2016, Ciotti se encuentra ahora ante la gran oportunidad de liderar al centro-derecha francés, si es que queda algo de "centro" por algún lado.
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Liderar la oposición para optar al gobierno
Las opciones de Ciotti de recuperar el poder para su partido se basan, necesariamente, en la imposibilidad de Macron de optar a un tercer mandato, lo que, en cierto modo, puede convertir a Los Republicanos en la fuerza preferida frente a los excesos radicales en ambos extremos políticos. El problema es que las siguientes elecciones francesas serán en 2027. ¿Cómo aguantar esta travesía por el desierto? Ciotti declaró recientemente que la única diferencia entre la Agrupación Nacional y Los Republicanos era que estos últimos tenían experiencia en el gobierno. ¿Puede derivar esta simpatía en una coalición electoral, desafiando los principios del republicanismo desde que, en 2002, Jean-Marie Le Pen consiguiera llegar a la segunda vuelta de las presidenciales frente a Jacques Chirac?
Derrotar a sus dos grandes rivales en la derecha parece difícil, así que unirse a ellos no suena a disparate. Al fin y al cabo, Zemmour es un señor enfadado que escribe en Le Figaro y que se acabó presentando por su cuenta porque consideraba que el gaullismo no era suficientemente claro en su postura ante “el gran reemplazo” (teoría por la cual las minorías judías y musulmanas, cada uno según sus propios demonios, estarían conspirando para apartar al hombre blanco de los puestos de poder). Ciotti puede hacer que Zemmour vuelva al redil y, con él, varios millones de votantes.
En cuanto a la Agrupación Nacional, habrá que ver qué camino toma Jordan Bardella, elegido hace apenas de un mes líder de la formación en sustitución de Marine Le Pen. A sus 27 años, Bardella ya sabe lo que es ganar unas elecciones nacionales en Francia, al imponerse en las europeas de 2019. De él, sabemos que es un fiel escudero de Le Pen y que, de algún modo, Marine le ha puesto en el foco para controlarle desde la sombra. También sabemos que este tipo de decisiones en política suelen salir mal: de "delfines" que han hecho carrera acabando con el padre (o la madre, en este caso) están llenas las presidencias.
Es cierto que el excelente resultado de la AN en las legislativas le da a Bardella una posición de fuerza frente a Ciotti, pero las nuevas amistades son ideales para ganarle terreno a los viejos iconos. El gran problema ahora mismo de la derecha francesa no es solo que esté tan fraccionada, sino que se reparte un número muy escaso de votos. Las fuerzas de izquierda y el macronismo obtuvieron el 70% de los votos en la segunda vuelta de las pasadas elecciones.
Incluso convertirse en el amo del 30% restante es poco premio. La estrategia gaullista probablemente pase por luchar a sangre y fuego por esa fracción del electorado y luego, simplemente, moderar su discurso para enganchar al ala más conservadora del partido de Macron. Llevar la iniciativa en la oposición para soñar con algún día ser alternativa de gobierno. Si querrán iniciar solos esa reconquista o se irán apoyando en la extrema derecha el tiempo lo dirá. Cinco años, desde luego, dan para mucho.
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