Boris Johnson ha amanecido este miércoles con un único objetivo en mente: convencer a un comité de siete parlamentarios de distintos partidos de que si engañó a la Cámara de los Comunes (cámara baja del Parlamento) sobre el escándalo del Partygate fue sin querer.
Así lo ha dejado claro el ex primer ministro de Reino Unido durante la declaración inicial que ha ofrecido ante la Comisión de Privilegios, encargada de investigar posibles desacatos o violaciones de privilegios de los diputados.
"No mentí al Parlamento", ha iniciado en su primer intento por demostrar que no mentía cuando admitió que había celebrado fiestas ilegales durante lo peor de la pandemia en el número 10 Downing Street, pero que "se siguieron las instrucciones y las reglas en todo momento".
Tras jurar sobre una biblia, el antiguo líder conservador ha insistido en que asumía "toda la responsabilidad" sobre lo ocurrido y que todo lo que dijo en su día dijo a la cámara fue de "buena fe" y "sobre la base de lo que honestamente sabía y creía en ese momento".
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Además, ha acusado a la comisión de no haber hecho públicas las pruebas que, a su juicio, le exonerarían de los cargos que se le atribuyen, lo que consideró "manifiestamente injusto". Después de cuatro horas de interrogatorio en lo que en Estados Unidos sería un impeachment, el comité que preside la laborista Harriet Harman no ha llegado a una conclusión y podría necesitar de más pruebas orales o escritas.
Estas audiencias son cruciales para el futuro político de Johnson. Si llega a ser declarado culpable por el Comité de Privilegios, podría ser sancionado e inhabilitado en el Parlamento, donde representa a la circunscripción de Uxbridge (noroeste de Londres) después de que se viese obligado a renunciar como premier el pasado verano. De esta manera, podría acabar una de las carreras parlamentarias más turbulentas e impredecibles de la historia británica.