Iñaki Gil publica 'Arde París': "En Francia la violencia con fines políticos está bien vista"
"Macron es un empollón que sabe los temas como nadie, mientras Le Pen es una ignorante". // "El malestar de los franceses viene de que nacen creyendo que son hijos de una patria excepcional y luego chocan con la realidad".
26 julio, 2023 02:53Con el tesón de quien sabe de lo que habla y el brillo en los ojos de quien lo ha vivido en primera persona, Iñaki Gil (Vitoria, 1958) esboza, echando mano del humor y los datos, un detallado retrato de la Francia actual. Fundador de El Mundo y director adjunto del diario durante 19 años, Gil es actualmente analista de política internacional en EL ESPAÑOL.
Acaba de publicar 'Arde París, la nueva revolución francesa' (editorial Círculo de Tiza), un libro donde recoge sus experiencias como corresponsal en Francia durante dos períodos distintos. Primero, en el ocaso de la legislatura de François Mitterrand que dio paso al mandato de Jacques Chirac y, años después, con la llegada al Elíseo de Emmanuel Macron.
En una cafetería del barrio madrileño de Conde Duque, Iñaki Gil repasa para EL ESPAÑOL las singularidades del país vecino, inmerso desde hace meses en una espiral de violencia. "En Francia la violencia con fines políticos está bien vista, es un poco como en el País Vasco, donde la violencia fue otra forma de hacer política durante años… Dicho sea con todas las salvedades", apunta. "Los franceses saben que si protestan en la calle y rompen cosas, obtienen beneficios. Siempre hay una cerilla que provoca la mecha, porque hay una brasa ya preparada". Así explica Gil una llamativa paradoja: el pueblo francés reverencia a las élites y las combate al mismo tiempo desde las barricadas.
Sea una crónica, una opinión o un libro usted siempre empieza a escribir por el título. ¿Por qué 'Arde París'?
El título nace del desacuerdo. Al principio estaba obsesionado con hacer un título un poco ideológico: 'Ni de izquierdas ni de derechas'. Pensaba que sería llamativo para España, que vive un momento de máxima polarización, que la división de izquierdas y derechas haya dejado de ser operativa en Francia. A mi editora le parecía una memez, así que le dimos mil vueltas al título y quedamos en ponerle 'Liberté, Egalité y conflicto social'. Con esa idea me presenté cuando fui a comer con Rodrigo Sánchez (exdirector de arte de El Mundo) para ver la portada. Y durante los postres, le enseñé las fotos de los chalecos amarillos y se paró en una en la que había una pintada que decía "Arde París". Nada más verla me dijo: ese es el título.
¿Por qué a España debe importarle lo que sucede en Francia?
Primero, porque es el país con el que tenemos una mayor relación económica: nuestras importaciones y exportaciones a Francia son superiores a todas las que hacemos a América Latina. Segundo, porque ideológicamente siempre ha habido un vínculo más estrecho que, por ejemplo, el que tenemos con Alemania. Además, gran parte de los fenómenos que se dan en Francia luego se repiten en el resto de Europa. Para mucha gente, París siempre ha sido el espejo en el que mirarse. Sólo hay que ver cómo Vox ha tratado de introducir el debate de la inmigración en la campaña electoral haciendo referencia a los disturbios en Francia.
En su libro describe a la Francia del siglo XXI como una nación descompuesta en muchas islas: con las metrópolis habitadas por los ganadores de la globalización y una periferia que emerge como un océano donde la mayor preocupación de sus lugareños es llegar a fin de mes. ¿En qué momento Francia pierde su fortaleza de Estado para convertirse en un país dividido entre la élite y el pueblo?
Hay muchos geógrafos electorales en Francia que establecen una relación muy fina entre el voto y la estructura social. Ellos hablan de la desindustrialización, de la casi desaparición de los dos cuerpos ideológicos que tradicionalmente articulaban el país -que eran el comunismo y el catolicismo-. Los datos están ahí. El Partido Comunista en 1960 representaba el 25% de los votos; ahora es el 2%. En esa época, el 90% de los franceses estaban bautizados; ahora es el 30%. Además, en términos económicos la globalización ha producido un efecto de reloj de arena en el que la clase superior y la inferior se ensanchan y la clase media se estrecha hasta casi desaparecer.
Habla de la desaparición del Partido Comunista, pero la izquierda del Partido Socialista y la derecha de Los Republicanos también han perdido peso en el debate público. ¿Cómo entran las formaciones tradicionales en crisis terminal?
En Francia, el Partido Comunista fue desapareciendo a medida que desaparecía la clase obrera. Entonces la primacia de la izquierda pasó a manos del Partido Socialista, que nunca tuvo una base obrera, sino que estaba constituida por funcionarios, profesores, etc.
¿Podría darse un trasvase similar en España?
En España se empieza a ver en algunos sitios de Andalucía, aunque la base del Partido Socialista español siempre ha sido mucho más obrera que la del socialismo francés. En otros países vemos algo similar, como en Italia, donde el Partido Socialista desapareció por los escándalos de corrupción de Bettino Craxi. Hay una teoría que sostiene que cuando esos partidos pierden las bases obreras es porque las sustituyen con los grupos emergentes relacionados con luchas sociales modernas como el feminismo. A eso se le suma la emergencia de nuevos proletarios que proceden de la inmigración. Es esa combinación de ambos factores la que acaba en Jean-Luc Mélenchon y la que deja de lado a las clases medias, que están preocupadas por cosas como la seguridad.
¿Y dónde queda la base obrera? ¿A quién vota hoy?
A Le Pen. En la serie histórica se ve que en los últimos procesos electorales el partido más votado por los obreros y las clases bajas ha sido el de extrema derecha.
¿Cómo desaparece la derecha clásica?
La derecha desaparece porque el gaullismo, que era una fuerza singular, pierde primero la parte social, que es la que representaba Chirac y su sustitución por un conservadurismo sin grandes arraigos ideológicos que por un lado han sido presas de la parte euroescéptica y nacionalista, que se ha decantado hacia Le Pen y Zemmour. Mientras la parte más liberal y europeísta ha sido fagocitada por Macron. Y Macron ha hecho una labor de zapa increíble: se ha llevado a los mejores de la derecha liberal.
Macron además, como explica en el libro, se dejó aconsejar por Nicolas Sarkozy, siendo de derechas, en vez del que sería su padre político, François Hollande. ¿Cómo se explica eso?
Macron es alguien con mucho valor que impone su relato. Es verdad que procede del socialismo, pero de un socialismo de la segunda izquierda. Es decir, un socialismo centrista que conecta con la corriente más liberal. Luego hay un factor humano: Macron se lleva fatal con Hollande por varios desprecios que le hizo. Cuando Emmanuel y Brigitte Macron llegan al Elíseo, procuran ver a todos los presidentes vivos. Entonces, la esposa de Sarkozy, Carla Bruni, hace muy buenas migas con Brigitte, que es quien lleva las relaciones públicas de la pareja. A eso hay que sumarle que a Macron le gusta escuchar porque es un tipo práctico. Además, sabe que Sarkozy sabe de lo que él no. El gran problema de Macron es el núcleo duro del poder: Interior, Defensa y Exteriores. Ha tenido sólo un ministro de Finanzas en seis años y lleva ya tres ministros de Interior. El único que le ha durado es el que le ha recomendado Sarkozy, que es el actual: Gérald Darmanin.
[Ruptura y reconstrucción de los vínculos sociales en Francia, por Bernard-Henri Lévy]
Fake news, protestas y disturbios, mociones de censura, críticas por "soberbio y arrogante"... ¿Cómo ha logrado Macron sobrevivir políticamente tantos años?
Porque es muy bueno en lo suyo. Es un empollón que se sabe los temas como nadie y eso le da una superioridad intelectual extraordinaria. Marine Le Pen, en cambio, es una ignorante, aunque esté licenciada en Derecho. Si tú ves la libreta de notas de Le Pen durante una entrevista no tiene márgenes, ni esquemas, las cosas están apuntadas en frases completas. Además, en las distancias cortas Macron es un tío muy simpático y que no tiene prisa. Cuando vas a un acto con él, sabes cuándo empieza pero no cuándo acaba. Te da la mano porque no distingue entre políticos, periodistas, estudiantes o becarios. Recuerdo la primera vez que estuvo en la embajada española. Era un viernes de julio por la tarde y la embajada sólo logró juntar a algunos periodistas veteranos y a los becarios de todas las secciones de internacional. Cuando se terminó la rueda de prensa Macron se puso a preguntarnos a los periodistas. Nos tuvo allí media hora más. Así que su éxito se resume en que es muy bueno y, luego, que lo soluciona todo con dinero y con márketing.
Precisamente, en 2018, cuando el aumento de las tasas de los carburantes prendió la mecha de lo que todavía hoy se considera una de las movilizaciones más violentas en el país en las últimas décadas -la de los chalecos amarillos- Macron pasó de dar una respuesta policial inicial a aplicar lo que usted llama en el libro la fórmula de las 3-D: disculpas, diálogo y dinero.
La fórmula, sin duda, funciona. Lo que demuestra no sólo que es muy bueno en lo suyo, sino que los demás son muy malos. Marine Le Pen tiene un discurso poco articulado y muy de extrema derecha. Mélenchon es tan radical como Pablo Iglesias pero tiene 70 años: un señor que habla de revolución cuando él fue ministro de Educación en los 90, por lo que lleva viviendo de la política y del sistema desde hace por lo menos tres décadas.
Él dice que ahora solo le queda por aplicar sus ideas...
Sí, y de ahí se puede hacer una reflexión de que a los franceses les gusta mucho la revolución, pero al final prefieren a alguien de la denostada élite para que les gobierne.
"Los franceses cultivan discursos extremistas pero se comportan como conservadores", resume en el libro. Sin embargo, en retrospectiva, tenemos Mayo del 68, los chalecos amarillos, las movilizaciones sin precedentes de este año por las reformas y la muerte de Nahel. ¿Acaso no lleva Francia la revolución en su ADN?
En Francia la violencia con fines políticos está bien vista. Es como en el País Vasco, donde durante muchos años algunos, los filoetarras, justificaban la violencia como otra forma de hacer política. La gente sabe que si protesta en la calle y rompe cosas, obtienen beneficios. Además, la gente en la calle cree que defiende derechos adquiridos. La jubilación es el ejemplo perfecto. En toda Europa nos jubilamos por encima de los 65 años, pero en Francia entienden que la jubilación a los 60 es una conquista social. Si a eso le sumas una articulación poderosa de los sindicatos se desatan las protestas. Siempre hay una cerilla que incendia la mecha y la cerilla es tan ridícula como que literalmente aumenten unos céntimos la tasa del gasóleo. Pero hay una brasa ya preparada. Y es que los chalecos amarillos fueron los perdedores de la globalización que protestaban para sobrevivir. Ahora, hay un muerto por la Policía y las banlieues como son un polvorín, no hay cómo frenar la violencia y el pillaje. La Policía es recibida con gran hostilidad, pero su represión es más fuerte que la de cualquier otro país europeo.
¿Dónde está la génesis de ese malestar?
Creo que está en que los franceses cuando nacen se creen que son hijos de una patria excepcional. Creen que son hijos del París de las luces, de la revolución, del país de Picasso, el que inventó la democracia y que ha hecho la Unión Europea y el Tour de Francia. Luego llega la realidad: el francés no es la lengua franca del mundo, la situación económica no es tan boyante y el vecino del metro es un inmigrante ruidoso... Es un pesimismo innato que está extendido por todas las capas sociales pero es abrumador entre los votantes de Le Pen, entre los que el 90% cree que está en una decadencia fatídica. En contraste, todos los optimistas votan a Macron. Pero en conjunto es increíble que el 65% de la población francesa piense que está en decadencia. Los españoles, por contraste, somos mucho más optimistas. Somos un país que no pensamos que es la leche, así que nos conformamos y luego la realidad es bastante buena, ¿no? Todos hemos visto el gran salto que ha dado España. Sobre todo los que nacimos antes de la democracia. Ahora estamos en Europa, cuando nacimos en una situación de parias. Aquí tratamos de dirimir los problemas; mientras que para los franceses es un mundo que se acaba.
[Macron saca blindados a las calles para evitar una nueva noche de violencia tras la muerte de Nahel]
En el libro habla de la teoría del 'Gran Reemplazo'. ¿Cree que en España se está agitando ese discurso?
Nadie está agitando ese discurso en España porque aquí la política es mucho menos teórica que en Francia. La teoría del Gran reemplazo es una superchería que sostiene que las bases de la sociedad formadas por individuos blancos y sociológicamente cristianos está siendo sustituida por una inmigración que viene del norte de África y del África negra. Mayoritariamente de religión musulmana, mientras que la nuestra es en gran parte latina, por lo que es percibida como mucho menos ajena.
Nadie está agitando la teoría del 'Gran Reemplazo' en España porque aquí la política es mucho menos teórica que en Francia"
¿Qué va a pasar cuando no esté Macron?
De momento lo que se sabe es que Le Pen va a ser candidata y que va la primera en las encuestas. Pero faltan cuatro años y, por lo tanto, esto no es muy significativo. Ahora bien, no ha emergido ningún candidato claro ni de la derecha tradicional ni del grupo de Macron, porque Macron ha llegado al Gobierno, pero no ha hecho un partido. Es un personaje muy de élite y de Gobierno. Aparte, la izquierda está completamente en desarraigo. Mélenchon dice que no se va a presentar, aunque tiene ganas. Yo creo que la izquierda espera un redentor, que es algo muy francés. De Gaulle dijo que las elecciones presidenciales son el encuentro de un hombre con una nación. Ese hombre puede ser el sindicalista Berger, que es un sindicalista moderado, el que ha impuesto la lucha por el intento de frenar la subida de la edad de jubilación y ha generado una huelga intermitente. Pero también el establishment puede encontrar un candidato interesante como Christine Lagarde. Es una especie de Macron dos. Pero bueno, si eso pasa, ya haremos un capítulo nuevo.