“Nunca habría imaginado que, no ya un Papa, sino un hombre pudiera llegar hasta este punto: me quiere muerto”. El cardenal Angelo Becciu, que llegó a ser el número tres de la jerarquía vaticana, defenestrado por el Pontífice tras su implicación en un escándalo de fraude financiero en la Santa Sede, se desahogaba así con una pariente cercana en las vísperas del inicio del histórico juicio que le vería sentado en el banquillo acusado de corrupción, abuso de poder y malversación de fondos de la Secretaría de Estado y del Óbolo de San Pedro, el organismo que gestiona las donaciones para obras de caridad de los fieles católicos de todo el mundo.
Era el 24 de julio de 2021. Sólo tres días antes, con la ayuda de esa misma pariente, Becciu había grabado una conversación telefónica con Francisco sin su autorización, en la que el prelado pedía al Papa, aún convaleciente de una operación al colon, que confirmara que le había autorizado a realizar varios movimientos financieros objeto de la investigación, entre ellos, el pago a una mediadora para conseguir la liberación de una monja colombiana secuestrada en África. “Es inútil que se celebre un juicio, usted ya me ha condenado”, se lamentaba el cardenal ante la invitación del Pontífice a hacerle llegar por escrito su solicitud.
El contenido de la llamada de apenas cinco minutos, obtenida por la policía financiera y considerada prueba de un “intento de manipulación” por parte del cardenal, fue difundido durante el proceso, el juicio del siglo, como fue bautizado por la prensa especializada, que este sábado concluyó con la condena a cinco años y seis meses de cárcel a Becciu, además de su inhabilitación “perpetua” para ejercer cargos en la Santa Sede.
La caída a los infiernos del cardenal sardo es la triste parábola de quien rozó con los dedos el Trono de San Pedro tras una carrera impecable dentro de la Curia vaticana, sin llegar nunca a alcanzarlo. Su nombre estaba en todas las quinielas para suceder al Papa Francisco. Tras la elección del arzobispo de Buenos Aires en 2013, Becciu se convirtió en uno de sus más fieles consejeros. Un apoyo para nada descontado ya que la irrupción del Pontífice “llegado del fin del mundo” abrió un guerra fratricida en el Vaticano entre conservadores y progresistas que aún no ha escrito su capítulo final. Por eso consideró una auténtica puñalada la frialdad con la que el Papa le destituyó de su cargo y le retiró todos sus privilegios cardenalicios tras su imputación. “He sido tratado como al peor de los pedófilos, ridiculizado por los medios de comunicación de todo el mundo. Y la marca de la infamia permanecerá sobre mí”, llegó a declarar el prelado.
Si Francisco le convirtió en “el hombre de moda en el Vaticano”, como lo definían algunos 'vaticanistas', Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron quienes transformaron a un joven y ambicioso sacerdote de Pattada, un pequeño pueblo de la provincia de Sassari, en la isla de Cerdeña, en un influyente cardenal.
Angelo Becciu, de 75 años, fue durante décadas un diplomático de carrera en el Vaticano. Después de licenciarse en Derecho Canónico, en 1984 entró a formar parte del servicio diplomático de la Santa Sede trabajando en varias nunciaturas alrededor del mundo: Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Libia... hasta que en 2001 Juan Pablo II le ascendió a nuncio apostólico de Angola. En 2009 Benedicto XVI le envió a Cuba antes de traerle de vuelta al Vaticano para convertirse en el número dos de la todopoderosa Secretaría de Estado Vaticano, el departamento que coordina la actividad de todos los dicasterios; un cargo equivalente al de primer ministro de un país.
Dominio del español
Su gran conocimiento de la realidad en Latinoamérica y su dominio del español le hicieron ganarse rápidamente las simpatías del Papa Francisco, quien no sólo le confirmó en su cargo, sino que también le concedió en 2008 el birrete cardenalicio, además de nombrarle prefecto para la congregación de las causas de los santos, el dicasterio que se ocupa de los procesos de beatificación y canonización conocido en el Vaticano como la fábrica de los santos.
Una brillante carrera que se truncó cuando la Fiscalía vaticana abrió a finales de 2019 una investigación para esclarecer unas sospechosas operaciones financieras tras la denuncia presentada por el Instituto para las Obras de Religión (IOR), el conocido como banco vaticano, y la Oficina del Revisor General, el encargado de auditar las cuentas vaticanas. La investigación reveló más tarde un entramado de operaciones financieras presuntamente irregulares relacionadas con la compra-venta de un edificio de lujo en Londres con el dinero que los católicos entregan a la Iglesia para obras de caridad y con fondos de la Secretaría de Estado durante los años en los que Becciu ejerció como 'número dos' de este organismo.
El inmueble, situado en el exclusivo barrio de Chelsea, fue adquirido por la Secretaría de Estado vaticana al fondo de inversión Athena, controlado por el empresario Raffaelle Mincione, por unos 350 millones de euros, y más tarde vendido por el Vaticano por 186 millones de libras (unos 214 millones de euros). Una operación nefasta que dejó un agujero en los balances de la Santa Sede.
El Papa forzó la dimisión
En septiembre de 2020, un año antes de que arrancara el juicio, el Pontífice forzó la dimisión del prelado como prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el cargo que ocupada en ese momento, y le obligó a renunciar a sus derechos cardenalicios, entre los que está el participar en un futuro cónclave. Un castigo ejemplar y hasta entonces inédito. El escándalo aceleró además una profunda reforma de la Curia impulsada por el Papa Francisco, que despojó a la Secretaría de Estado de la gestión de los fondos para favorecer la transparencia financiera.
Becciu, ex número tres en la jerarquía vaticana, es el primer cardenal en ser juzgado y condenado por un tribunal penal del Vaticano en un proceso que concluyó este sábado después de dos años y medio y 85 audiencias. La sentencia consideró asimismo responsables de lucrarse y estafar a la Santa Sede a otros nueve imputados, en su mayoría hombres de negocios que participaron como mediadores en la operación financiera, todos ellos condenados a penas de entre cinco y siete años de cárcel.
La justicia vaticana también condenó a la empresaria Cecilia Marogna, bautizada por los medios italianos como La dama del cardenal, a quien Becciu encargó la creación de una red diplomática de la Santa Sede en el extranjero con el objetivo, entre otras cosas, de trabajar para la liberación de una monja colombiana secuestrada por yihadistas en Malí en 2017, pero que se fundió parte de los fondos en comprar ropa y accesorios de lujo. La monja, eso sí, fue liberada tras pagar 500.000 euros de rescate. El secretario personal del cardenal, Mauro Carlino, fue el único de los 10 imputados que resultó absuelto.
Durante el proceso también surgieron otros delitos cometidos presuntamente por Becciu, como las donaciones de 125.000 euros que el cardenal hizo a una asociación vinculada con Cáritas en la isla de Cerdeña, que en ese momento presidía uno de sus hermanos, y que el cardenal reconoció en una entrevista. “Nunca di dinero a la cooperativa de mi hermano, sino a Cáritas. ¿Qué hay de malo en eso? No he robado un euro ni cometido ningún delito”.
Tras conocer la condena, los abogados del prelado avanzaron su intención de recurrir la sentencia. “Antes o después se reconocerá lo absurdo de la acusación contra el cardenal y, por lo tanto, la verdad: Su eminencia es inocente”, aseguraron en un comunicado.