Restos de la casa de casa de la cultura de Lozova, en la región de Járkov, tras ser destruida por un misil ruso

Restos de la casa de casa de la cultura de Lozova, en la región de Járkov, tras ser destruida por un misil ruso María Senovilla Járkov

Europa

Rusia vuelve a convertir Járkov en un infierno: los bombardeos recuerdan a los inicios de la invasión

Edificios residenciales y hoteles de periodistas se llevan la peor parte de esta nueva oleada de bombardeos contra objetivos civiles. 

29 enero, 2024 02:41
Kiev

El millón de proyectiles enviados a Rusia por Corea del Norte, y el suministro continuo de drones suicidas tipo Shahed por parte del régimen de Irán, ya han dado sus frutos: el Kremlin ha logrado sobrepasar las defensas antiaéreas ucranianas –que mantenían a salvo las grandes ciudades desde hace meses– mediante ataques masivos combinando diferentes sistemas de armas, de los que ahora la Federación Rusa tiene gran cantidad de stock gracias a sus socios antioccidentales.

Estas mareantes cifras de rondas de proyectiles y drones se traducen en edificios de viviendas bombardeados, residentes ensangrentados y desorientados saliendo como pueden de entre los escombros de sus casas y ambulancias acudiendo a toda velocidad cada vez que se registra una explosión. Esta es la nueva realidad que viven los civiles de Járkov desde que comenzó el 2024.

En esta ciudad –la segunda más importante del país– ya es habitual despertarse en mitad de la noche con el sonido de las sirenas antiaéreas, y ver cómo los rescatistas siguen buscando cuerpos entre los escombros cuando despunta el alba, después de cada ataque.

Edificio bombardeado en el centro del Járkov.

Edificio bombardeado en el centro del Járkov. María Senovilla Járkov

Su cercanía con la frontera con Rusia hace que sea especialmente complicado parar a tiempo los misiles que el Kremlin lanza desde Belgorod –a tan sólo 40 kilómetros de la urbe–. Las escenas, que se repiten a diario, recuerdan a los primeros meses de la invasión, durante los cuales se llegaban a registrar más de 30 bombardeos por día.

Como hace dos años, los jarcovitas contemplan con resignación y rabia la destrucción imparable de su ciudad. Sólo durante el último ataque, hace menos de una semana, perdían la vida cinco personas y se producían medio centenar de heridos. El cuerpo de una chica joven aparecía abrazado a su mascota, un niño era sacado en brazos por un bombero, ancianos atrapados entre los cascotes. Imágenes dantescas, pero que ahora ya no ocupan la portada de los periódicos.

Rabia y cansancio en Kiev

Estos ataques masivos –que se lanzan contra varias ciudades a la vez– se han convertido en parte de esa estrategia del Kremlin para lograr rebasar las defensas antiaéreas ucranianas. Saturan los radares con múltiples lanzamientos simultáneos, y dirigidos a diferentes puntos, de tal manera que los misiles tierra-aire de Zelenski no puedan alcanzar todos los proyectiles que están en el aire.

Junto a Járkiv, las ciudades de Kiev, Poltava, Dnipro o Pavlorod también están siendo asediadas. Desde la capital ucraniana, los mensajes de pánico se pueden leer en las redes cada vez que se produce uno de estos ataques. Desde las fotos de las columnas de humo que publicaba el portavoz de la oficina de la ONU en Ucrania –tomadas desde su ventana–, hasta los mensajes de los residentes expresando su repulsa, nadie quedaba indiferente.

Una niña ucraniana se tapa los oídos en el refugio de un centro comercial cuando las sirenas antiaéreas vuelven a sonar.

Una niña ucraniana se tapa los oídos en el refugio de un centro comercial cuando las sirenas antiaéreas vuelven a sonar. María Senovilla

El testimonio de una madre desde el metro de Kiev resumía la pesadumbre con la que los ucranianos han comenzado 2024. Utilizaba la red social X para mostrar una foto del cochecito de su bebé, de año y medio, y recordaba que llevaban 699 días teniendo que meterse bajo tierra cada vez que las sirenas sonaban.

Aún así el rechazo a vivir bajo el yugo de Rusia sigue estando claro: "Ya dijimos que no en 1991", recuerda un hombre de unos cincuenta años, que hace cola para comprar café en un puesto del barrio de Podil. Los ucranianos siguen haciendo su vida como forma de resistencia pasiva, pero cuando suenan las sirenas antiaéreas, todos aprietan el paso.

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Después de cada ataque, las Fuerzas Armadas ucranianas publican las "estadísticas de interceptación": cuántos misiles y artefactos ha lanzado el kremlin contra las ciudades, y cuántos han podido parar las defensas antiaéreas.

En el ataque ruso del pasado 23 de enero –uno de los que más víctimas dejó– los ucranianos lograron parar los 15 Kh-101 y 555 que les lanzaron, pero sólo pudieron con cinco de los 12 misiles Iskander-M y no consiguieron parar ninguno de los ocho misiles antibuque, ni los cuatro S-300 que fueron responsables de buena parte de los heridos.

"Caza selectiva de periodistas"

Precisamente dos de estos misiles S-300 fueron los que redujeron a escombros el hotel Park de Kharkiv un par de semanas antes. Era un hotel frecuentado por periodistas, muy popular entre corresponsales españoles, también americanos, turcos y de otras nacionalidades. De las treinta personas que había alojadas cuando se produjeron los impactos, la mitad resultó herida.

No fue un objetivo aleatorio. El hotel era considerado como un alojamiento relativamente seguro por estar a las afueras de la ciudad, lejos de cualquier edificio militar o dependencias gubernamentales. Estaba, de hecho, bastante aislado. Y recibió dos misilazos directos, por lo que la intencionalidad es innegable.

Restos de un edificio de viviendas bombardeado por Rusia en el centro del Járkov.

Restos de un edificio de viviendas bombardeado por Rusia en el centro del Járkov. María Senovilla Járkov

No fue una sorpresa tampoco. Días antes, el Kremlin bombardeó el Hotel Palace, el predilecto entre los periodistas y fotógrafos de las grandes cabeceras norteamericanas, los equipos de televisión alemanes y otros grandes medios europeos. Otro misil S-300 envió a varios profesionales de la información al hospital y destrozó buena parte del edificio. Las imágenes del lobby del hotel después del ataque, cubierto de escombros, cortaba la respiración.

"Yo estaba junto al piano que se ve en las fotos, me cayó el techo encima", relata Svitlana, una joven fotógrafa ucraniana, a la vez que me envía por chat una fotografía de su cabeza con el pelo rapado y una enorme brecha cosida. "Además tengo hundidas varias vértebras, dos costillas y un edema pulmonar", añade. "Salí arrastrándome como pude".

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Tras los bombardeos de estos dos hoteles de periodistas, el Járkov Media Hub –un centro de asistencia para los periodistas– emitía un comunicado haciendo alusión a las cínicas declaraciones de las autoridades rusas, que afirmaban haber atacado "bases de mercenarios extranjeros".

"Se trata de una campaña dirigida a intimidar no sólo a los residentes de la ciudad sino también a los periodistas que cubren los acontecimientos y las consecuencias de esta guerra", subrayaban. "Queridos colegas, por supuesto, cada uno de ustedes es consciente de todos los peligros de trabajar en las condiciones de una gran guerra. Pero la caza selectiva de periodistas es una manifestación sin precedentes de la violación de todas las normas, leyes y reglas humanas de la guerra", concluía.

Respuesta al bloqueo de ayuda 

La ofensiva rusa, que arrancó el 10 de octubre –a la sombra del conflicto de Gaza y aprovechando que éste acaparaba toda la atención mediática– ha experimentado un fuerte repunte en enero. Y esto sucede en un momento en el que los grandes paquetes de ayuda militar procedentes de Occidente están bloqueados, impidiendo que Ucrania pueda reforzar sus defensas.

En el Congreso de EEUU, la derecha republicana paralizaba una remesa valorada en más de 55.000 millones a finales del año pasado; y la Unión Europea tampoco pudo aprobar el envío de 50.000 millones adicionales por el veto del primer ministro de Hungría, el ultranacionalista Viktor Orbán.

Una mujer ucraniana junto a la bandera que ha colocado en la fachada de su casa, en el norte de Járkov.

Una mujer ucraniana junto a la bandera que ha colocado en la fachada de su casa, en el norte de Járkov. María Senovilla Járkov

Ante este duro revés, se han multiplicado las iniciativas individuales por parte de países europeos, Reino Unido, Australia o Canadá para enviar apoyo armamentístico y ayuda humanitaria a Ucrania.

Si Alemania se comprometía a duplicar la ayuda militar para Ucrania en 2024, el primer ministro británico anunciaba durante su última visita a Kiev un paquete de ayuda valorado en 2.900 millones de euros. Y desde Canadá, su ministro de Defensa anunciaba el envío de instructores canadienses para la formación de pilotos ucranianos de aviones de combate F-16 y el suministro de embarcaciones de casco rígido.

El anuncio más sorprendente lo hacía Francia, que no sólo garantizaba el envío mensual y mantenido en el tiempo de bombas guiadas para el Ejército ucraniano, si no que escenificaba un compromiso a largo plazo con el anuncio de la Coalición Remsteim –formada por 23 países, entre los que está España– y destinada a reforzar los medios de la artillería ucraniana.

15 millones de ucranianos sin recursos 

El anuncio se hizo en París el pasado 18 de enero, y Zelenski no tardó en realizar una llamada de agradecimiento a su homólogo Macron en cuanto se hizo público. Las giras internacionales del presidente ucraniano ya no tienen el efecto recaudador de hace dos años, pero aún quedan socios dispuestos a ayudar a Kiev.

La primera ministra de Estonia, Kaja Kallas, sugirió que los países miembros del grupo Ramstein dedicaran el 0,25% de su PIB anual para ayudar a Ucrania, lo cual podría generar 120.000 millones de euros que servirían a Ucrania para cambiar el rumbo en el campo de batalla. De momento, la medida no se ha votado, pero todos los socios de esta coalición saben que será necesario inyectar dinero si quieren conseguir resultados.

La artillería ucraniana es la que lleva el peso en el frente de combate en estos momentos, y la Coalición tendrá que asegurar la fabricación de munición para cubrir sus necesidades. También está previsto que se fabriquen 72 cañones Caesar, de los que Francia va a financiar 12, pero aún no hay fondos para el resto.

Con los grandes paquetes internacionales de ayuda militar bloqueados y los ataques rusos incrementándose, el saldo de muertos, heridos y desplazados en Ucrania seguirá creciendo. La ONU ya ha anunciado que un 40% de la población –casi 15 millones de personas– necesitará ayuda humanitaria en 2024. Y el año acaba de empezar.