Dos años de la caída de Azovstal: "Las torturas rusas me han convertido en nacionalista ucraniano"
Más de 2.000 combatientes se rindieron en Mariupol con la promesa de que tendrían estatus de prisionero de guerra, sin embargo fueron torturados.
20 mayo, 2024 02:41“La poca comida que nos daban la servían hirviendo y nos decían: ‘Tenéis 30 segundos para engullirla’, así que nos quemábamos la boca y el estómago si queríamos comer algo”, relata Víctor, un exprisionero de Azovstal que pasó 13 meses en cautiverio. Habla con EL ESPAÑOL en medio de la multitudinaria manifestación que se ha celebrado este domingo en Kiev –y en el resto de ciudades de Ucrania– para exigir la liberación de los más de 1.600 prisioneros de guerra de Azovstal que están en manos de Rusia en estos momentos.
Cuando comienza a relatar las torturas a las que fue sometido, se te hiela sangre. Víctor ni siquiera era militar cuando comenzó la guerra a gran escala; tan sólo tenía 24 años, pero no dudó en subirse a uno de los helicópteros que llevaron ayuda a Mariupol –en una serie de operaciones casi suicidas– cuando las tropas rusas sitiaron a los combatientes ucranianos en la planta de acero de Azovstal.
Hubo siete vuelos de ayuda, con 73 personas a bordo dispuestas a morir por ayudar a los defensores de Mariupol. Y de hecho, algunos murieron. Llevaban medicinas, víveres, munición y drones; y volvían cargados de heridos. Víctor se subió al último de esos helicópteros, el que ya no pudo regresar, porque las tropas rusas empezaron a derribar estos vuelos en los que evacuaban a los heridos.
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Sitiados en la acería de Mariupol, cerca de más de 2.000 combatientes ucranianos resistieron 82 días de brutal asedio, con el grueso de las fuerzas del Kremlin concentradas en ellos. Y esto le dio al resto del país una oportunidad, un tiempo precioso en el que lograron organizar la defensa de otras ciudades y frenar el avance ruso en otros frentes de combate.
El Gobierno les ordenó rendirse el 17 de mayo de 2022, ante la imposibilidad de hacerles llegar suministros y preservar sus vidas de alguna manera. “Cuando nos dieron la orden de rendirnos fue un momento muy duro, pero todo el mundo entendió que había una posibilidad entre un millón de sobrevivir y que no se podía hacer otra cosa”, explica Denis, que también estuvo cautivo durante medio año.
El desfile de prisioneros ucranianos fue televisado –también fue la última vez que muchas familias vieron a sus seres queridos–. Más de 2.000 combatientes subieron a los autobuses rusos, con la promesa de que serían tratados con dignidad y se respetaría su estatus de prisionero de guerra –regulado por el Derecho Internacional–. Pero nada más lejos de la realidad.
“Cuando subimos al autobús y arrancó, creíamos que en la primera parada nos iban a bajar para fusilarnos, y enterrarnos en la cantera que hay dirección a Volnovakha”, recuerda Víctor. “Supimos que no iba a ser como nos prometieron cuando los soldados rusos nos arrancaron de las manos las tarjetas que nos había entregado Cruz Roja para poner nuestros datos personales; ya no volvimos a ver a nadie de Cruz Roja después”, continúa.
300 días de infierno
En un primer momento les llevaron a Olenivka, donde estuvieron tres meses en unas condiciones completamente antihigiénicas: “No nos daban agua potable, la cogían de un río con un camión de bomberos y la ponían en barriles para nosotros; tampoco nos daban ningún medicamento, y hubo compañeros que murieron por falta de atención médica y medicinas”, continúa Víctor.
“Ni siquiera nos trataban como a personas, y no era sólo por los continuos golpes que nos daban: era también el acoso psicológico, la falta de comida”, añade. Pero lo peor empezó después, cuando los trasladaron de la prisión de Olenivka. Denis fue llevado a Lugansk –una provincia ucraniana que ya estaba totalmente ocupada por Rusia–, y sólo tuvo que resistir tres meses más, porque lo intercambiaron cuando se cumplía medio año de cautiverio.
“Yo tuve suerte porque estaba herido, y no me trataron tan mal como a los que estaban bien. Hasta me dejaban ducharme una vez a la semana para que la herida no se infectara”, relata Denis. “Me intercambiaron rápido, además de porque estaba herido, porque teníamos muchos prisioneros rusos que intercambiar”, asegura.
Sin embargo, Víctor corrió peor suerte. Él fue llevado a la parte ocupada de Donetsk, y la bienvenida que le dieron consistió en una treintena de hombres que le arrancaron la ropa y se turnaron para golpearlo con palos durante más de media hora. Fue el principio de un infierno que no bajó de intensidad ni un solo día de los más de 300 que estuvo allí.
“En Olenivka había guardias rusos que nos vigilaban, pero en Horlivka, sólo había miembros de las fuerzas separatistas que nos torturaban constantemente. Estábamos en colonias de detención, había unos 200 prisioneros por barracón en unas condiciones muy malas, y las palizas eran constantes”, recuerda Víctor.
“Simplemente pensamos que no íbamos a salir con vida de allí: los guardias nos decían que Ucrania nos había abandonado, y no teníamos radio, ni periódicos, ni internet. Era muy angustiosa no tener ninguna noticia de ahí fuera para saber qué estaba pasando”, prosigue.
“El peor momento eran los interrogatorios. El Comité de Investigación de la Federación Rusa venía y teníamos que aguantar las mismas preguntas, una y otra vez mientras, nos golpeaban muy fuerte; te pegaban durante mucho tiempo, y muy fuerte”, dice con un temple, a pesar de todo.
Más ucranianos que antes
“Cuando te intercambian, tú no sabes que es un intercambio. Los rusos te ponen una bolsa en la cabeza y te suben a un autobús, y lo primero que piensas es que te van a cambiar de colonia nada más”, dice Denis. “Pero cuando escuchas hablar en ucraniano casi ni te lo crees”, interrumpe Víctor.
“Al llegar a casa tenía miedo de dormirme, por si era un sueño y me despertaba otra vez en la colonia”, apostilla. “Me liberaron el 11 de junio de 2023 y fue el momento más feliz de mi vida, el día que volví a nacer”, reconoce. Pero no fue una fiesta completa para ninguno de los dos: el periodo de adaptación a “la vida normal” duró al menos seis meses, tenían pesadillas y su estado físico era muy malo.
En las fotos que muestran en sus teléfonos se les ve extremadamente delgados, ojerosos, enfermos. Pero a pesar de la dureza de las palizas y las torturas que recibieron durante los eternos meses de cautiverio, Víctor y Denis coinciden en que lo más difícil fue resistir psicológicamente, preguntándose si su familia estaba bien.
A pesar de todo, no dudaron en volver al servicio militar. “Un mes después de regresar del cautiverio, cuando estaba un poco más repuesto, me dije ‘la guerra no ha terminado, los chicos están muriendo, los chicos están en cautiverio’ y quise volver”, explica Víctor. “Al fin y al cabo, a nosotros no nos rompieron del todo. Nos hicieron más nacionalistas, eso sí, y nos hicieron sentirnos orgullosos de ser ucranianos”.
“Y no hay que confundir los términos nacionalista y fascista –subraya Denis–, nosotros somos patriotas, amamos nuestro país y nuestra nacionalidad”. “Ahora nos sentimos bien, nos logramos adaptar durante el cautiverio y nos adaptaremos también a la vida normal”, asegura.
“Después de pasar por Mariupol y el cautiverio, empiezas a apreciar todas las pequeñas cosas de la vida, aprecias hasta las cosas más pequeñas, como poder tomar un café”, añade Víctor. “Estabas en una jaula, y cuando sales de la jaula te sientes diez veces mejor”.
No les olvidan
Mientras Víctor y Denis se despiden con una sonrisa, se van disipando a nuestro alrededor las más de 1.500 personas que se habían concentrado en el barrio de Podil –en Kiev–, para pedir la libertad de los defensores de Azovstal. Aún quedan 900 soldados de Azov, entre los más de 1.600 prisioneros ucranianos, y todos saben que el Kremlin se ensaña especialmente con ellos por haberse convertido en un símbolo de la resistencia de Ucrania.
El abanico de torturas para los miembros de Azov es más terrible y violento, y las familias de estos prisioneros también los saben. Por eso decidieron concentrarse un domingo del pasado mes diciembre en las calles de la capital de Ucrania, y mucha más gente se unió a ellas, en un acto de apoyo y de recuerdo que se ha repetido cada domingo desde entonces.
Pero el encuentro de este domingo fue el más multitudinario de cuantos se han celebrado. La mayoría de los asistentes eran muy muy jóvenes, y muchos de ellos ni siquiera tenían familiares entre los cautivos. Pero el apoyo a sus defensores era unánime.
"No tengo a nadie prisionero, pero los tengo a todos", decía Yana, una ucraniana de 26 años, que permaneció descalza y de rodillas durante todo el encuentro, con la frase Free Azov escrita en su espalda. "Es importante que sepan, al menos, que nunca nos olvidamos de ellos y que hemos seguido luchando en su nombre", apostilla.
La manifestación se replicó, no sólo en todas las ciudades de Ucrania, sino también en una docena de países –incluido España– bajo el lema que Yana llevaba escrito en su espalada. Y también en la distancia, sus hermanos de armas los tuvieron presentes: “Por favor, si vas a la manifestación dale las gracias a las familias en mi nombre. Muchas gracias por sus esposos, hermanos, padres. Es muy grande lo que ellos hicieron hace dos años”, rezaba la nota de voz que llegaba al Telegram. La enviaba un soldado de Azov herido, desde el hospital donde le acababan de operar.