Rishi Sunak, Theresa May, David Cameron, Liz Truss y Boris Johnson.

Rishi Sunak, Theresa May, David Cameron, Liz Truss y Boris Johnson. Guillermo Serrano

Europa

Repóquer de ineptos: los cinco primeros ministros británicos que llevaron a los 'tories' al desastre

Nunca, en toda su historia, el partido conservador había bajado del 25% de los votos. ¿Qué ha pasado para llegar aquí? La acumulación de errores e ineptitudes de cinco primeros ministros que no estuvieron a la altura.

6 julio, 2024 02:17

Desde el 6 de mayo de 2010, cuando David Cameron consiguió una exigua mayoría que le obligó a pactar un gobierno con los liberales de Nick Clegg, hasta el 4 de julio de 2024, cuando Rishi Sunak se estrelló perdiendo 246 diputados y, en consecuencia, el gobierno de la nación, han pasado catorce años y dos meses. Es el segundo período más largo de gobiernos conservadores desde el final de la I Guerra Mundial, solo superado por los dieciocho años que pasaron en Downing Street los enemigos íntimos Margaret Thatcher y John Major entre 1979 y 1997, el año del advenimiento de Tony Blair.

Catorce años dan para mucho. Para algunas luces y para muchísimas sombras. Los 'tories' llevan prácticamente desde 2016 a la deriva, por no llevar la fecha más atrás e incluir los primeros coqueteos populistas que llevaron al Reino Unido a separarse de la Unión Europea y obligaron a la dimisión de Cameron. Unos coqueteos populistas que no cesaron nunca, salvo tal vez en la etapa de Theresa May, y que les hizo estar más preocupados de lo que se decía a su derecha el infatigable Nigel Farage, que en llevar a cabo sus políticas liberales de common sense que habían sido el santo y seña del partido durante los ochenta y los noventa.

Estos catorce años han visto a cinco líderes distintos en el 10 de Downing Street. Un número impropio para una democracia estable y mucho más para un partido conservador, que vende a sus votantes orden y sosiego. Si los conservadores han llegado tan lejos no ha sido tanto por méritos propios, sino por deméritos ajenos. La oposición laborista, encabezada por Jeremy Corbyn durante muchos años, no supo adaptarse a los tiempos, no quiso librar la batalla europeísta —porque no creía en ella— y se perdió en superioridades morales que chocaban con un partido que se había volcado pocos años antes en la guerra de Irak.

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La llegada de Keir Starmer, con un discurso menos apolillado, bastó para que el castillo de naipes tory cayera con estrépito. Es el momento de repasar qué parte de culpa tuvieron estos tres hombres y dos mujeres.

David Cameron y la tentación del populismo

Cameron entró un poco por la puerta de atrás. Todo el mundo esperaba un triunfo arrollador que desalojara a los laboristas del gobierno tras catorce años de Tony Blair y el tosco Gordon Brown, pero no pudo ser. Eso sí, al menos os tories ganaron con la ventaja suficiente para pactar con los liberaldemócratas (lib-dems) y formar un gobierno medianamente estable. Eran los años de la crisis económica mundial y a toda crisis le siguen sus movimientos populistas. En Reino Unido, ese populismo llevaba el nombre de Nigel Farage, el irónico agitador del Parlamento Europeo y defensor de las tesis más rancias y nacionalistas.

A Cameron las cosas no le fueron mal. Su primer mandato no fue especialmente gravoso, aunque se vieron detalles que hacían sospechar. Por ejemplo, su presencia bailando en un videoclip de One Direction, la boy band del momento en Inglaterra. Le gustaban los focos y se gustaba demasiado él mismo. Su gran pecado fue precisamente el ensimismamiento. Las encuestas hablaban tan bien de él y le otorgaban una mayoría tan amplia para 2015 que decidió echar un órdago a la ciudadanía: para acabar con el problema del independentismo escocés, convocó un referéndum vinculante en Escocia.

Fue un movimiento temerario, pero la victoria, por agónica que fuera, le sirvió para convencerse de que él era el 'elegido'. Es el mismo patrón que le llevó en 2016 a convocar otro referéndum, esta vez para definir si Reino Unido debía seguir o no en la Unión Europea. No hay nada que nos haga pensar que Cameron es un antieuropeísta, no más que Margaret Thatcher, desde luego. Pero en 2015, Farage y su Partido por la Independencia del Reino Unido habían hecho del brexit su motivo principal y habían conseguido casi cuatro millones de votos.

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Cameron sintió que debía parar eso y tiró de carisma. Convocó el referéndum y pidió a la gente que votara remain. Creyó que nada podía ir mal si él estaba detrás. Se equivocaba por completo. Igual que había ganado el referéndum escocés por unos pocos puntos de ventaja, perdió el del Brexit en un festival colosal de mentiras y luchas internas. Los propios diputados conservadores le dieron la espalda y defendieron mayoritariamente el leave. Cuando se supieron los resultados y se dio cuenta de la catástrofe que había acarreado su arrogancia, presentó su dimisión a la reina Isabel II.

Theresa May, la funcionaria cumplidora

Su sucesora en el Partido Conservador y en el gobierno fue Theresa May. May venía de ocupar puestos importantes en la administración Cameron, incluido el de ministra del Interior, donde tuvo todo tipo de problemas para controlar la inmigración. Desde dentro, siempre se la vio como una conspiradora, una mujer hecha a sí misma que seguía sus propios caminos y no dudaba en llevarse por delante a quien le estorbara. Cuando estalló la crisis del brexit se puso de lado, sin mojarse demasiado, no fuera a ser… y en cuanto surgió la oportunidad de convertirse en primera ministra no lo dudó: arrasó a sus rivales y se erigió líder del Partido Conservador y, en consecuencia, presidenta del Gobierno.

Sin embargo, las cosas empezaron a ir mal demasiado pronto. May parecía incómoda en el cargo, centrada casi únicamente en el proceso de salida de la Unión Europea. Un proceso que a May, desde luego, no le entusiasmaba. Las veleidades de Cameron las acabó pagando su sucesora, agotada entre tanta reunión con las autoridades europeas y tanto choque con la realidad. No, nada era tan fácil como Farage y su propio partido habían prometido y May tal vez pudo hacerlo incluso peor, pero el caso es que acabó culminando el proceso más perjudicial para su país y para Occidente en décadas.

Aunque intentó en repetidas ocasiones buscar soluciones que no implicaran la salida total de Reino Unido de la Unión Europea, fracasó en todas las negociaciones. Estaba arrinconada dentro y fuera de Downing Street. En 2017, tuvo que convocar elecciones anticipadas para comprobar que el pueblo quería seguir por ese camino. Solo la torpeza de Corbyn al no hacer del europeísmo el motivo de su campaña mantuvo a May en el poder por una escasa ventaja. Con todo, su mandato tenía una fecha de caducidad: la firma de los tratados de desconexión con Bruselas. Cuando todo estuvo atado y bien atado, May desapareció de la política y le dejó los mandos al enfant terrible del Partido Conservador, el exalcalde de Londres, Boris Johnson.

Boris Johnson, el agitador desmedido

Johnson era el carisma personificado. El gran agitador. Un hombre desmedido en todos los aspectos, con su pelo alborotado, su verbo fácil, sus ataques despiadados a enemigos y compañeros… Como alcalde de Londres, se convirtió en uno de los rostros más reconocidos del Partido Conservador y apoyó fervientemente la salida del Reino Unido de la UE frente al criterio de Cameron. A partir de ahí, su lucha por llegar al poder y arrinconar a Theresa May no cejó hasta que, en 2019, la primera ministra se vio obligada a convocar elecciones.

Johnson ganó el liderazgo del Partido Conservador, que veía en él un activo político descomunal en tiempos de zozobra, y justo es decir que arrasó en dichas elecciones, consiguiendo casi el 44% de los votos y una mayoría holgadísima en el Parlamento. ¿Su éxito? Llevarse todo el voto nacionalista de Farage gracias a un mensaje directo, sin complejos, lleno de esas excentricidades que tanto gustan a los británicos cuando se dejan llevar. Y con lo que les esperaba por delante, dejarse llevar no sonaba demasiado mal.

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Así que Boris Johnson ganó, sí, pero la decepción fue inmediata. De Johnson se intuía que era un caradura e incluso formaba parte de su atractivo. Nadie sabía hasta qué punto. La gestión de la crisis del Covid acabó con su carrera política. Tuvo una postura ambigua en torno a los confinamientos, una especie de “sí, pero no” constante que no hacía más que irritar a unos y a otros. Con todo, eso no fue lo peor. Mientras buena parte de Inglaterra tenía que encerrarse en casa y renunciar a todo ocio, Johnson permitía que en Downing Street se celebraran fiestas de forma recurrente y con cualquier excusa.

Cuando salió la noticia, aún tuvo los arrestos de negarlo todo y acusar a la prensa. Arrinconado por la evidencia, y con el agravante de que una de las fiestas coincidió con el luto por la muerte del Príncipe Felipe de Edimburgo, una presencia de más de sesenta años en la vida política inglesa, Johnson aguantó como aguanta todo animal político sin escrúpulos. Finalmente, el 6 de septiembre de 2022, casi dos años después de las famosas fiestas y con todo su partido en contra, se vio obligado a dimitir. La segunda dimisión de un primer ministro en seis años. No sería la última.

Truss y Sunak, los enterradores

El gobierno Johnson dejó a los tories contra las cuerdas. El daño en su reputación fue enorme y coincidió con la crisis económica post-covid, el inicio de la guerra de Ucrania —en la que Johnson, todo hay que decirlo, se mostró de los más beligerantes contra Putin— y ese espíritu del tiempo que condena a todo partido cuyo momento político se ha alargado tanto que ha acabado aburriendo a todos.

A Boris Johnson le sustituyó Liz Truss. Truss era una experta en diplomacia extranjera desde sus distintas secretarías de estado y pronto la prensa conservadora quiso compararla con Margaret Thatcher por sus posiciones liberales y su relativa juventud. No tardó en verse que la comparación no era precisamente la más adecuada. Truss tuvo el triste honor de ser la última primera ministra que juró su cargo bajo el reinado de Isabel II. De hecho, la anciana monarca falleció apenas cuarenta y ocho horas después de recibir en visita oficial en Balmoral a Truss. Su último acto público.

Truss no valía para el puesto, pero, además, no tuvo buena suerte. Pronto comprobó que las relaciones internacionales y la política interior poco tienen que ver. La prensa fue despiadada con ella. Sus compañeros le quisieron mover la silla desde el primer momento. Un tabloide estableció una competición entre ella y una lechuga. ¿Quién se pudriría primero? ¿Quién aguantaría más? Ganó la lechuga. Sin un partido fuerte detrás, sin un rey que pudiera dirigir sus pasos con consejos sabios, Truss dimitió 49 días después de su nombramiento.

Lo que dejó el paso a Rishi Sunak. Con las elecciones a menos de dos años vista y los conservadores hundidos en las encuestas, Sunak ni siquiera se propuso como revulsivo, sino como agente funerario. Estaría ahí lo que hiciera falta, luego certificaría la defunción y se marcharía. Eso ha hecho. Continuador de la política de Johnson respecto a Ucrania, Sunak se ha esforzado en, al menos, no molestar… y lo ha conseguido. Su nombre estará siempre vinculado al peor resultado de los tories en la historia de la democracia inglesa, con solo el 23,7% de los votos. Tal vez eso haga pensar a las futuras generaciones que él fue el más inepto de los cinco, pero no es cierto. Todos pusieron su granito de arena hasta llegar a la debacle definitiva.