Una familia de evacuados, en un viejo teatro de Pavlogrado.

Una familia de evacuados, en un viejo teatro de Pavlogrado. María Senovilla El Español

Europa UCRANIA

Con los ucranianos que huyen del infierno de Pokrovsk: "Sólo se quedan los más desamparados"

Las autoridades de Donetsk piden a sus residentes que evacúen, mientras el Ejército de Zelenski intenta contener a las tropas rusas.

16 septiembre, 2024 02:53
Pavlogrado

"Aquí sólo están los que no tienen a dónde ir", dice Victoria mientras me muestra las decenas de camas, dispuestas en hileras, que han instalado sobre el escenario de un viejo teatro de Pavlogrado. En el patio de butacas también han quitado los asientos de la parte central, para acomodar más colchones. Y en los camerinos y despachos del edificio. No dan abasto ante el aluvión de evacuados que los voluntarios sacan por carretera desde la ciudad de Pokrovsk.

"Hemos convertido estas instalaciones en un centro de tránsito, los evacuados pueden quedarse aquí varios días hasta que los voluntarios o las administraciones les encontremos un lugar donde puedan establecerse", continúa explicando, exhausta tras varios días trabajando "de 7 de la mañana a 11 de la noche, porque llegan por cientos". 

"Los que tienen familiares en otras ciudades más seguras, o recursos para alquilar algo en alguna parte, continúan su camino hasta Dnipro, Kiev, Leópolis o incluso Polonia. Aquí sólo se quedan los más desamparados", se lamenta. 

El viejo teatro de Pavlogrado reconvertido, hace unas semanas, en un centro de tránsito.

El viejo teatro de Pavlogrado reconvertido, hace unas semanas, en un centro de tránsito. María Senovilla El Español

En el viejo teatro hay familias con niños, hay incluso bebés, pero sobre todo hay gente mayor. Al contemplar sus rostros te das cuenta de la sensación de incertidumbre que les recorre después de haber perdido su hogar. Algunos son de Pokrovsk, otros de los pueblos de la región –aún más cerca de las líneas rusas, que durante las últimas semanas han avanzado más rápido de lo que nadie imaginó–.

Las evacuaciones en pueblos como Selydove, Ukrainsk, Kurajovo o Toretsk son un infierno para los voluntarios y para la policía. Deben ir en furgón blindado, porque los duelos de artillería son constantes, y buscar a la gente en sótanos y refugios. Y en algunos de estos lugares ya no hay señal de teléfono, por la destrucción de los bombardeos, así que es aún más complicado. 

"Si quieres ver el infierno, ve a Ukrainsk", dice una mujer de unos cincuenta años, sentada sobre una de las camas que están en el escenario del teatro. A ella y a su hijo también los tuvieron que sacar en un blindado. "Es terrible, los bombardeos, los muertos", insiste. Y no es la única que habla sobre la terrible situación de estos lugares. 

Huir de los bombardeos

Pero el viaje empieza mucho antes de llegar al viejo teatro de Pavlogrado. Empieza más de 100 kilómetros atrás, en un punto de evacuación de Pokrovsk. Allí reúnen a las personas de todas las localidades cercanas, para sacarlas por carretera del Donbás. Y muchas de ellas empezaron su huída aún antes. 

"Estuve 20 días sentada en un sótano hasta que me encontraron", relata una anciana, mientras espera a subir en uno de los autobuses de evacuación conducido por voluntarios. Se llama Raisa, tiene 83 años y su nieto pasó semanas buscándola hasta que dieron con ella bajo tierra. Cuando la sacaron de allí, los combates urbanos –entre las tropas rusas y las ucranianas– ya habían comenzado en su pueblo, Ukrainsk.

Junto a la anciana Raisa, se disponen a evacuar otras diez personas de Pokrovsk. Liudmila, de 61 años, que aguantó todo lo que pudo en la ciudad porque "aquí tenía un buen trabajo en el sector de las finanzas". También hay un joven matrimonio, que abraza muy fuerte a su bebé cada vez que se escucha el eco de la artillería rusa a lo lejos.

La mamá, Marina, tiene sólo 18 años, pero habla con una madurez sorprendente. "Nosotros hemos vivido media vida en guerra, porque en el Donbás la guerra empezó en 2014, pero nunca nos había dado miedo… hasta que llegó el bebé. Ahora es aterrador, y debemos pensar en ella antes que en nosotros", dice.

Un hombre descansa en el espacio reservado a los evacuados.

Un hombre descansa en el espacio reservado a los evacuados. María Senovilla El Español

Unos asientos más atrás están Vasily y su mujer Natalia, de 79 y 73 años. Ellos tomaron la decisión de irse cuando cayó un proyectil en la casa de al lado. Más atrás, otra joven con problemas de movilidad viaja junto a su madre, y otra anciana, y un matrimonio con sus gatos. Decido embarcar en el autobús con ellos, y cuando arrancamos y dejamos atrás Pokrovsk, veo como ninguna de esas personas puede contener las lágrimas. 

Han perdido su casa, su trabajo, a sus amigos. Han perdido la vida que conocían, y a la que se aferraban a pesar todo. "El 80 por ciento de estas personas huye porque ya no tienen casa en la que quedarse: Rusia la ha bombardeado. O ha bombardeado la casa de al lado, y ellos han tenido que sobrevivir en sótanos", explica Misha Lutsenko, de la ONG New Generation Children, que está coordinando esta evacuación.

En los puntos de evacuación hay más voluntarios como Misha, de otras muchas asociaciones, y también equipos policiales ayudando a los civiles ante el deterioro de la situación en Pokrovsk. Sólo en el último mes han evacuado a más de 20.000 almas –hasta 2.000 personas por día han llegado a sacar, y el 10 por ciento son niños–. 

Tren cancelado

Hace un par de meses era impensable que la ciudad de Pokrovsk cayera bajo ocupación rusa, pero hoy eso es una posibilidad muy real. En esta urbe vivían más de 60.000 personas, y era un núcleo logístico importante –no sólo para el ejército– porque aquí se concentraban los servicios de rescate y emergencias que asistían a las víctimas de la región tras los bombardeos rusos. También bomberos y cuerpos especiales de Policía. 

Había trabajo, comercio, centros médicos y era un nudo de comunicaciones. Aún hoy, y a pesar de que las tropas rusas están a menos de diez kilómetros, algunos locales siguen abiertos y los residentes toman los autobuses urbanos para desplazarse por la ciudad –con el sonido de los bombardeos retumbando cada pocos minutos–. 

Quedan más de 17.000 civiles en Pokrovsk –y otros 10.000 en los pueblos circundantes– y, aunque el Ejército ucraniano ha lanzado una contraofensiva en esta parte del frente para intentar contener el avance enemigo, la recomendación de las autoridades es evacuar. Cada mañana, desde el pasado 17 de agosto, llega un sms al teléfono de todos los residentes instando a evacuar y facilitando el teléfono y las redes sociales donde pueden obtener ayuda para hacerlo. 

Voluntarios registran a los evacuados del Donbás en una carpa que Cáritas ha instalado junto al centro de tránsito.

Voluntarios registran a los evacuados del Donbás en una carpa que Cáritas ha instalado junto al centro de tránsito. María Senovilla El Español

Hasta la semana pasada, la mayoría de esas evacuaciones desde Pokrovsk se realizaban por tren. Pero la amenaza de que Rusia lanzara un misil contra la estación –como ya hizo en Kramatorsk, en medio de las evacuaciones de 2022– obligó a cancelar esta vía y dejó como única opción la de salir por carretera. 

Nadie habla en el autobús donde va Raisa, Liudmila, Marina o Natalia. Casi todos los evacuados tienen la mirada perdida al otro lado del cristal de las ventanillas, y aunque han logrado contener las lágrimas, se les escapa algún suspiro. De vez en cuando suena un móvil: son familiares preguntando si ya han salido del Donbás, si ya están a salvo. 

Al llegar a Pavlogrado, todos bajan del autobús para registrarse en el sistema informático, y recibir después las ayudas estatales pertinentes. De hecho, mientras hablo con la voluntaria Victoria, en la puerta del viejo teatro, no paran de llegar más y más autobuses. 

De uno de ellos están bajando a un hombre de unos sesenta años, que está sufriendo un ataque de ansiedad. Su mujer llora en silencio, junto a él, sin soltarle la mano. La dignidad con la que estás personas sobrellevan el drama humano de perderlo todo –y huir de entre los escombros de su casa bombardeada– es digna de admiración.

Aferrados a los recuerdos

Me quedo con ellos a pasar la noche, con los que no tienen a dónde ir y se acomodan temporalmente en una de las camas del viejo teatro. Raisa, Liudmila, Marina y los otros viajeros del autobús prosiguen su camino hasta Dnipro después de haberse registrado rápidamente.

Al hombre del ataque de ansiedad, y a otra veintena de personas que han llegado en los últimos minutos, los voluntarios les reciben con más calma. Hablan con ellos largo rato, les toman de la mano mientras escuchan sus historias y tratan de brindarles un poco de consuelo antes de mostrarles cuál es su cama.

Todos los voluntarios son chavales jóvenes –de entre veinte y treinta años–, pero desempeñan un papel crucial en medio de esta crisis humanitaria. Además de completar los registros informáticos, y atender las necesidades de los ucranianos que se quedan en el centro de tránsito –suministrar medicinas, comida, productos de higiene–, dedican todo el tiempo necesario a escucharles.

Muchas de las personas que se acercan a ellos son ancianos, que no necesitan nada, pero que quieren hablar. A veces se deshacen en lágrimas, otras comparten algún chascarrillo, o les preguntan cosas sin importancia. Pero ellos escuchan a todos con una humanidad que traspasa el alma.

Dimitri muestra sus álbumes de fotografía en el viejo teatro de Pavlogrado.

Dimitri muestra sus álbumes de fotografía en el viejo teatro de Pavlogrado. María Senovilla El Español

Dentro del teatro, las historias son más intensas que las de cualquier libreto escrito para representarse sobre las tablas. Varios evacuados –al ver la cámara que llevo colgada del cuello–, también se acercan para hablar conmigo. Uno de ellos viene caminando con una muleta. "Hace una semana enterré a mi madre, y hace tres días me operaron la cadera", espeta a modo de presentación. "Ven, quiero enseñarte mis álbumes de fotos; no te arrepentirás".

Sentados sobre una de las camas, el hombre –que se llama Dimitri y tiene 49 años– saca tomos de fotografías perfectamente envueltos. Ha tenido que empaquetar su vida en un par de bolsas, y su posesión más preciada son esas fotografías. Sus recuerdos. Eso es cuanto le queda de medio siglo de vida en el Donbás.

Hay fotografías muy antiguas en blanco y negro, de su madre cuando era niña, de su abuelo. "Él trabajaba en un submarino nuclear –me explica– y murió muy joven por estar tanto tiempo expuesto a la radiación". Su madre era pianista y trabajaba en un centro cultural, muy bella y estilosa, aparece imagen tras imagen en distintos lugares. Una de las instantáneas fue tomada en Moscú.

Dimitri muestra también fotos de su juventud, viajando o en la playa. "¿Dónde quieres vivir a partir de ahora?", le pregunto. "Me gustaría seguir viviendo en el Donbás, pero en un Donbás en paz. Y eso no es posible", sentencia. "Pero de alguna manera me siento un poco mejor después de haber compartido mi historia contigo", añade. "En realidad –le respondo– acabas de compartir tu historia con mucha más gente, aunque estén a más de 4.000 kilómetros de aquí".